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Hambre de justicia

Dios se ve atraído por los pobres, los marginados y los indeseados de este mundo.

EL PEREGRINO AUTOR 1030/Marcos_Cespedes 23 DE SEPTIEMBRE DE 2023 12:00 h
Imagen de [link]Hani Ryad[/link] en Unsplash.

Hace algún año tuve la oportunidad de visitar la hermosa ciudad de Melilla, fui invitado por un pastor local. Para mi sorpresa la ciudad me cautivó. Sus edificios modernistas, su museo de arqueología, el puerto y ¡qué decir de su comida! La ciudad es un cocido de culturas. Pero también es la puerta de entrada para muchos inmigrantes que escapan de la pobreza, las guerras, las hambrunas que por siglos han asolado al continente africano.



Mi anfitrión me convidó a conocer la parte menos atractiva de la pequeña ciudad, tomamos el coche y nos dispusimos a conocer la valla que separaba Melilla del Reino de Marruecos. Las imágenes hermosas que mis ojos acababan de fotografiar instantes antes, daban paso a escenas más penosas. La valla estaba recubierta en sus puntas por afiladas cuchillas, con el propósito de evitar la entrada de seres humanos a España; cuando creía que lo había visto todo, me llevaron a un tramo de la valla en donde se encontraba un hermoso campo de golf. Hombres blancos entrados en años, vestían ropas cómodas y gorras para resguardarse del fuerte sol africano, se divertían intentando encestar la pelota en el agujero, mientras al otro lado de la valla, personas con piel oscura, rostros cansados y miradas sombrías, esperaban alguna oportunidad o algún milagro que les permitiera cruzar la valla sin ser vistos.



Aquella escena me hizo recordar las palabras de Jesús en el Sermón del monte:



Dios bendice a los que tienen hambre y sed de justicia,

porque serán saciados.”



Aún después de años enseñando las Escrituras y amando a Dios, me cuesta entender estas palabras cuando veo la injusticia con mis ojos. ¿Cómo pueden ser bendecidos los que pasan hambre? ¿Los que huyen de las guerras?, muchas de ellas provocadas por las naciones mal llamadas “cristianas”. En ocasiones pareciera que los realmente felices son aquellos que se enriquecen del hambre y la pobreza de otros. Como diría J.B. Phillips describiendo las bienaventuranzas que se aplican en el reino de este mundo:



Felices los ambiciosos: porque prosperan en el mundo.



Felices los endurecidos: porque nunca permiten que la vida los hiera.



Felices lo que se quejan: porque acaban saliéndose con la suya



Felices los indiferentes: porque nunca se preocupan por sus pecados.



Felices lo que esclavizan a los demás: porque consiguen resultados.



Felices los conocedores del mundo: porque saben por dónde ir.



Felices los que causan problemas: porque hacen que los demás tomen nota de ellos.



 



Vivimos en un mundo que premia a los guapos, inteligentes, ricos y exitosos. Pero por alguna razón, Dios se ve atraído por los pobres, los marginados y los indeseados de este mundo; sintió dolor en sus entrañas por una mujer fracasada en el amor, un cobrador de impuestos indeseable, un niño sin nombre, sin reconocimiento, un tullido deprimido, por un Pedro iracundo y traidor, por una mujer que vendía su cuerpo por las calles de Judea.



Jesús invierte los estándares de este mundo. “El reino de Dios pone las cosas patas arriba. Los pobres, los hambrientos, los que lloran y los oprimidos son los verdaderamente afortunados.”1



Todos eran la clase de personas por las que nadie daría un duro, pero a los ojos de Jesús cada uno de ellos, eran especiales, todos compartían algo en común, eran despreciados por el mundo, pero amados por el Señor. Jesús tiene la capacidad de vernos, no por lo que somos, sino por lo que podemos llegar a ser en Él.



“Recuerden, amados hermanos, que pocos de ustedes eran sabios a los ojos del mundo o poderosos o ricos cuando Dios los llamó. 27 En cambio, Dios eligió lo que el mundo considera ridículo para avergonzar a los que se creen sabios. Y escogió cosas que no tienen poder para avergonzar a los poderosos. 28 Dios escogió lo despreciado por el mundo —lo que se considera como nada—y lo usó para convertir en nada lo que el mundo considera importante.” 1 Corintios 1:26-28



En palabras del escritor y periodista Philip Yancey:



“En las Bienaventuranzas, Jesús honró a personas que quizá no disfruten de muchos privilegios en esta vida. A los pobres, a los que lloran, a los mansos, a los hambrientos, a los perseguidos, a los pobres en espíritu, ofreció seguridad de que su servicio no siempre iba a pasar inadvertido. Recibirían amplia recompensa.”2



Las palabras de Jesús calaron con fuerza en todos los marginados de este mundo, empoderándoles y recordándoles que ellos serán consolados y recibirán la justicia que no recibieron en este mundo. Desde el ciego Bartimeo hasta los refugiados sirios en la isla Lesbos, desde aquellos que morían despedazados por las fieras hasta los esclavos que cantaban en los campos de algodón de Virginia. Todos ellos, todos los que son explotados por sus empleadores, todos los que arriesgan sus vidas escapando de las guerras o las hambrunas, todos y cada uno de ellos recibirán justicia y cada una de sus lágrimas serán enjugas por las cicatrizadas manos de Jesús.



Él les secará toda lágrima de los ojos, y no habrá más muerte ni tristeza ni llanto ni dolor. Todas esas cosas ya no existirán más” Apoc. 21:4 NTV



Para todos los que no han encontrado justicia en este mundo, tienen la promesa de que cuando estemos a los pies de Jesús, la recibirán. Aunque para aquellos que vivimos en países acomodados, resguardados en nuestras cómodas casas y protegidos por un estado de bienestar, nos pudiera parecer que no es suficiente está promesa, pero para aquellos que vieron con sus ojos como se les arrebata la vida a sus hijos en la sucia guerra de Ucrania, la promesa de justica se hace carne en sus cuerpos, la promesa se hace real en las mujeres que han sido secuestradas por las redes de tráfico humano, para los pobres de la India que buscan un trozo de pan abandonado entre la basura o los refugiados que son explotados por las mafias de tráfico de todo tipo.



Jesús nos promete su consuelo y su justicia.



Pero y nosotros ¿Qué sucede con la injustica que padecemos? ¿Le importa a Dios?



El pasado mes de junio tuve la oportunidad de viajar a la sureña ciudad de Atlanta. Está metrópolis tiene un pasado desgarrador, por sus callas corrió la sangre de muchos negros esclavos y años después, en la década de los sesenta, corrió la de todos los que lucharon por la justicia racial.



En mi viaje tuve la bendición de visitar el monumento a Martin Luther King Jr. En donde no pude evitar sentirme compungido a los pies de su tumba. Si algo marcó la vida de este pequeño hombre, pero grande en su valor, fue su hambre y sed por ver justicia social.



Soñaba con un mundo en que todos los hombres fuéramos tratados como a iguales, en su corazón latía una profunda hambre por la justicia social.



Él me hizo recordar la voz de los profetas del Antiguo Testamento, hombres y mujeres que atacaron la injustica de su tiempo, no temieron a ser golpeados, aserrados, perseguidos, acusados injustamente, puestos en cepos, pues en ellos ardía un fuego por la justica.



Dios desea que, hoy cada uno de sus hijos, seamos profetas de justicia para nuestra generación, una voz en el desierto que, gritemos por las calles de nuestras ciudades.



Parafraseando una frase de San Agustín, “Nosotros sin Dios no podemos hacer nada, pero Dios sin nosotros no quiere hacer nada”.



Vivimos en un mundo carente de justicia. La Iglesia es el instrumento escogido por Dios para traer la justicia a los hombres. Llevemos amor donde hay dolor, consuelo en donde haya sufrimiento, pero condenemos la maldad sin temor, ataquemos con la verdad a los que proclaman sin pudor la maldad y el pecado. Tenemos la responsabilidad ante Dios y los hombres de ser instrumentos de justicia en las manos de un Dios justo.



Levantémonos como hijos de justicia, y hagámonos las preguntas ¿Cómo puedo traer justicia en dónde Dios me ha puesto? ¿Cómo puedo traer la justicia de Dios a mi alrededor?



“no me estremece la maldad de los malos, sino la indiferencia de los buenos”, Martin Luther King Jr. 3





Notas



1. Philip Yancey, El Jesús que nunca conocí, Editorial Zordevan 1996, pág.116



2. Philip Yancey, El Jesús que nunca conocí, Editorial Zordevan 1996, pág. 109



3. https://es.scribd.com/document/407529183/MARTIN-LUTHER-KING-docx#


 

 


1
COMENTARIOS

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Maximo
24/09/2023
21:39 h
1
 
Gracias pastor marcos. Una buenísima reflexión que nos inspira para participar , en nuestro contexto, llevando la justicia que como hijos de Dios hemos recibido, al convertirnos a Cristo.
 



 
 
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