A diferencia de la definición sociológica de secta, el entendimiento dominante del concepto en México tiene cargas estigmatizantes y peyorativas.
Rodrigo Salas Uribe en su artículo “El estilo evangélico de gobernar” considera que el presidente de México es evangélico, y su estilo de gobernar lo confirma. Hace dos semanas inicié el análisis de la consideración, la que continúo en esta tercera entrega.
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En cuanto al arraigo del pentecostalismo en México también es anterior a los trabajos del ILV. Mexicanos migrantes participaron del avivamiento pentecostal que en 1906 tuvo lugar en Azusa Street, en los Ángeles, California.1 Algunos de esos migrantes en California u otros estados fueron quienes cruzaron la frontera hacia territorio mexicano y difundieron su experiencia religiosa, dando origen a células pentecostales que posteriormente se constituyeron en iglesias y denominaciones: “Las primeras congregaciones pentecostales en México comenzaron a surgir entre 1905 y 1914 en los estados fronterizos siguiendo el modelo eclesiástico aprendido en los Estados Unidos […] Poco a poco se extendieron, hasta llegar en los años veinte a la Ciudad de México”.2 En todo esto el ILV brillaba por su ausencia. Lo anterior también es cierto en el caso de Romana Carbajal de Valenzuela, ella y su esposo se convirtieron al pentecostalismo en 1912, en Los Ángeles, de donde regresó en 1914 a su natal Villa Aldama, Chihuahua, para iniciar la que vendría a ser la Iglesia Apostólica de la Fe en Cristo, que con los años tendría presencia nacional.3
De nueva cuenta el autor del ensayo pone en la palestra al ILV al mencionar, correctamente, que “continúa operando hasta la actualidad como Asociación Civil y conserva una importante presencia en el estado de Oaxaca”. Pero es incorrecta su siguiente afirmación: “el legado del Instituto, que se definía como parte del movimiento evangélico, sirve de modelo para algunas de las sectas protestantes más grandes en nuestro país como los Mormones, los Testigos de Jehová, la Iglesia Adventista del Séptimo Día o la Luz del Mundo”.
Que sea modélico el ILV es discutible, en algunos casos sí, pero en muchos no. En cuanto a las “sectas protestantes más grandes” que considera como tales Rodrigo Salas Uribe, simple y sencillamente no es posible adscribirlas a tal categoría. No son protestantes los mormones, tampoco los testigos de Jehová, ni los de la Luz del Mundo. En cuanto a los adventistas existen posiciones variadas en el seno del cristianismo evangélico de si considerarlos, o no, integrantes del movimiento.4
Respecto al uso del término “sectas” protestantes, es verdad que las definiciones sociológicas de Max Weber y Ernst Troeltch, que los científicos sociales siguen utilizando, refieren a las rupturas que en el siglo XVI y posteriores hicieron distintos grupos confesionales principalmente con la Iglesia católica romana. No hay en su definición carga estigmatizante, sino descripción del ethos sectario: “Las sectas son, comparativamente, más pequeñas [a las iglesias establecidas]; suelen aspirar a descubrir y seguir el camino verdadero, y tienden a retirarse de la sociedad circundante en comunidades propias. Los miembros de las sectas consideran corruptas las iglesias establecidas. La mayoría tiene pocos o ningún funcionario y todos los miembros participan en pie de igualdad. Dentro de las sectas nace una reducida proporción de personas y, más bien la mayoría se une activamente a ellas para fomentar sus creencias”.5
A diferencia de la definición sociológica de secta, el entendimiento dominante del concepto en México, y que reiteradamente aparece en distintas instancias y medios, tiene cargas estigmatizantes, peyorativas, señala su ilegitimidad y peligro para la sociedad. Consciente o inconscientemente sigue reproduciéndose entre nosotros un discurso originado en la, todavía, Iglesia tradicional y mayoritaria, ya que como bien observó Carlos Monsiváis
La maniobra de aniquilamiento se resume en un término: sectas. Las sectas —de acuerdo con el Episcopado y sus numerosos aliados— son la oscuridad en las tinieblas (así de reiterativo), de ritos casi demoniacos que apenas disfrazan la puerilidad, de los servicios religiosos que a los Verdaderos Creyentes les resultan indignantes y risibles, de la compra de la fe de los indecisos y los ignorantes. La noción de las sectas autoriza a los Creyentes Auténticos para hacer con los sectarios lo que su fe autoriza. Y el disgusto ante lo distinto legitima los ejercicios del odio.
Los más pobres son los más vejados, y los pentecostales la pasan especialmente mal, por su condición de “aleluyas”, gritones del falso Señor, saltarines del extravío […] Y la izquierda nacionalista explica sin cesar, y como si fuera adjunta del Episcopado católico, que el protestantismo es un invento yanqui, una táctica para despojarnos de nuestra identidad nacional, una trampa para incautos.6
Salas Uribe es creativo en cuanto a encontrar vínculos entre las actividades que históricamente han caracterizado a instituciones e iglesias protestantes evangélicas y las tareas desarrolladas por el ILV. En cuanto a la traducción de la Biblia a diversos idiomas establece: “Los grupos evangélicos que llegaron a México y Latinoamérica encuentran el fundamento principal de su misión lingüística en los Hechos de los Apóstoles […] En su segundo capítulo, el libro habla de la llegada del Espíritu Santo en el día del Pentecostés, y del don que otorgó a los apóstoles para poder predicar las enseñanzas de Jesús en todos los idiomas del mundo”. Esto último, lo de “todos los idiomas del mundo”, es una expresión hiperbólica, que no debe tomarse literalmente, al igual que la del último versículo del Evangelio de Juan: “Quedan muchas otras cosas que hizo Jesús. Si quisiéramos escribirlas una por una, pienso que los libros escritos no cabrían en el mundo”.
De los Hechos de los Apóstoles el autor hace un extenso salto histórico para, nuevamente, enlazar las traducciones bíblicas al ILV, de tal modo que pareciera antes del organismo no habrían sido realizadas. Su base es una convicción de William Cameron Townsend, fundador del ILV, quien vio “en el episodio del Pentecostés la revelación clara del gran propósito de evangelizar a todos los pueblos a través del lenguaje”; estaba convencido de que “los pueblos del mundo sólo llegarán al Trono si escuchan la Palabra en un lenguaje que pueden entender. No podrán salvarse de otra forma”.
Algunos siglos antes de William Cameron Townsend la traducción de la Biblia a otros idiomas gozaba de muy buena salud. La Biblia Hebrea, que para los cristianos es el Antiguo Testamento y algunos especialistas llaman el Primer Testamento,7 fue traducida al griego a partir de mediados del siglo III a. C., en Alejandría y bajo el reinado de Ptolomeo II Filadelfo. Debieron transcurrir casi dos siglos y medio para completar la traducción.8 La siguiente gran traducción de la Biblia fue al idioma que comenzó a desplazar al griego como instrumento de comunicación de los asuntos eclesiásticos cristianos, el latín. Jerónimo de Estridón nació en el año 347, en la parte occidental de la actual Croacia y pasó la segunda parte de su vida en Jerusalén, donde murió en septiembre del 420. El papa Dámaso (ca. 304-384) comisionó a Jerónimo para editar “una versión oficial que luego será llamada Vulgata”.9 Le llevó 25 años la traducción de las Escrituras, tarea que realizó de finales del siglo IV a principios del V.10
En inglés el ILV es más conocido por Wycliffe Bible Tanslators, lleva el apellido de John Wycliffe, quien, con un equipo colaborador en el siglo XIV, tradujo la Biblia del latín al inglés.11 Además criticó fuertemente a las autoridades católicas y sus enseñanzas. En Bohemia, un siglo después, un seguidor de Wycliffe, Jan Hus, tradujo los escritos bíblicos al checo.12 El Concilio de Constanza lo condenó a la hoguera, por hereje, en julio de 1415. El movimiento de ruptura por parte de Lutero con el catolicismo romano tuvo, como una de sus consecuencias, en el siglo XVI un caudal de traducciones bíblicas a los principales idiomas europeos.13 A partir de las lenguas de las Escrituras (hebreo y pequeñas partes de arameo en el caso del Antiguo Testamento, y griego en del Nuevo Testamento), Martín Lutero prohijó primero la traducción y publicación en 1522 de los documentos neotestamentarios en alemán, y en 1534 de la Biblia completa.14
Para el caso de traducciones bíblicas al español, en su Nuevo Testamento, publicado en 1543, Francisco de Enzinas, en el de Juan Pérez de Pineda (1556) y en la Biblia de Casiodoro de Reina (1569), los tres personajes escribieron introducciones en las que cada uno expuso sus motivos para trasladar las Escrituras al castellano. Los tres coincidieron en que en la Biblia misma había enseñanzas sobre que Dios quería comunicarse a la humanidad en la lengua de cada pueblo, y uno, entre varios ejemplos que citan, es lo acontecido un Domingo de Pentecostés y que narra el segundo capítulo de Hechos de los Apóstoles.15 Enzinas, Pérez de Pineda y Reina se identificaron con el movimiento de la Reforma protestante.
En 1804 es fundada la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera (SBBE) por el interés de protestantes de distintas denominaciones en la difusión de la Biblia. Buscaban que la obra fuese traducida a otros idiomas que no contaban con las Escrituras, y que su precio no resultara oneroso sino accesible al público interesado en adquirir el volumen. Los fundadores pusieron “énfasis en el carácter no sectario de la nueva sociedad y en el hecho de que las ediciones de la Biblia que habían de promoverse y producirse no llevarían notas ni comentarios que reflejasen particularidades doctrinales de una iglesia o denominación”.16 La Sociedad Bíblica Americana data sus inicios en 1816.
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La SBBE envió en 1827 a México a James Thomson, para distribuir porciones bíblicas y toda la Biblia. Durante su estancia de tres años Thomson inició gestiones para traducir secciones de la Biblia al náhuatl.17 En su segunda estancia mexicana (1842-1844), que mayormente pasó en la península de Yucatán, reitera a los directivos de la SBBE la conveniencia de contar con, al menos, algunos materiales en idiomas de las poblaciones indígenas. Así lo expresa en carta desde la Ciudad de México del 28 de octubre de 1842, al mencionar que anhela
Hacer llegar a las manos de los indios en sus lenguas nativas alguna porción de la santa palabra de Dios. La gran mayoría de la gente de este país son indios, y son de diferentes naciones y lenguas. Hay muchas escuelas entre ellos, y un buen número, considerando todas las cosas, sabe leer. Una parte considerable de ellos pueden hablar español y lo hablan en los mercados, donde se les exige que lo hagan en sus negocios. Pero están fuertemente apegados a sus propios idiomas, y siempre los hablan entre ellos. Diariamente oigo hablar estas lenguas en las calles de esta ciudad por donde ando, y observo a los indios hablando entre ellos. Las dos lenguas principales que se hablan dentro de la diócesis de México son lo que se llama el mexicano [náhuatl] y el otomí. Uno de los Evangelios [Lucas], usted sabe, ya está en el primero de estos dialectos, y anhelo saberlo de usted y del Dr. [José María Luis] Mora. En cuanto al otro, el otomí, estoy haciendo esfuerzos para conseguir un traductor adecuado y lo tengo en mente. Creo que la ventaja de llevar las Escrituras a las lenguas indias es considerable; porque aunque muchos de ellos, como ya se dijo, hablen español, sentirán un placer peculiar al tener la palabra de Dios en sus propias lenguas, como fue y es el caso en las Tierras Altas de Escocia, Gales e Irlanda.
Tenemos entonces que es muy anterior al nacimiento del ILV la iniciativa en círculos protestantes/evangélicos por traducir la Biblia a múltiples idiomas. ¿Por qué el afán de invisibilizar esto y destacar solamente a la organización estadounidense?
Notas
1 Espinosa, Gastón, Latino Pentecostals in America. Faith and Politics in Action, Harvard University Press, Cambridge, Massachusetts, 2014, pp. 22, 51-53.
2 De la Luz García, Deyssy Jael, El movimiento pentecostal en México. La Iglesia de Dios, 1926-1948, La Letra Ausente-Editorial Manda, México, 2010, p. 52.
3 Gaxiola, Manuel J., La serpiente y la paloma. Historia, teología y análisis de la Iglesia Apostólica de la fe en Cristo Jesús, segunda edición, corregida y aumentada, Libros Pyros, México, 1994, pp. 142-143.
4 Vila Samuel, Origen e historia de las denominaciones cristianas, Libros CLIE, Viladecavalls, Barcelona, 1988; Buschart David W., Exploring Protestant Traditions. An Invitation to Theological Hospitaliity, InterVarsity Press, Downers Grove, Illinois, 2006.
5 Giddens, Anthony, Sociología, tercera edición revisada, Alianza Editorial, Madrid, 2000, p. 565. Sobre los usos del concepto por parte de Weber y Troeltsch, ver Cipriani, Roberto, Manual de sociología de la religión, Siglo XXI Editores Argentina, Buenos Aires, 2004, pp. 119-122 y 171-173.
6 Monsiváis, Carlos, “De las variedades de la experiencia protestante”, en Blancarte, Roberto (coordinador), Los grandes problemas de México. Culturas e identidades, vol. XVI, El Colegio de México, México, 2010, pp. 77 y 80.
7 Goldingay, John, Reading Jesus’s Bible. How the New Testament Helps Us Understand the Old Testament, Wm. B. Eerdmans Publishing Co., Grand Rapids, 2017, p. 1.
8 Jinbachian, Manuel M., “La Septuaginta: entre la sinagoga y la iglesia”, en Edesio Sánchez Cetina (editor), Descubre la Biblia II, Sociedades Bíblicas Unidas, Miami, 2006, p. 46. Un estudio más amplio es el de Fernández Marcos, Natalio, Septuaginta, la Biblia griega de judíos y cristianos, Ediciones Sígueme, Salamanca, 2008.
9 Stella, Francesco, “La Biblia: apócrifos, traducciones, difusión, literatura exegética, poemas bíblicos”, en Umberto Eco (coordinador), La Edad Media: bárbaros, cristianos y musulmanes, tomo I, Fondo de Cultura Económica, México, 2018, pp. 593-594.
10 Paul, André, La Biblia y Occidente. De la biblioteca de Alejandría a la cultura europea, Editorial Verbo Divino, Navarra, 2008, pp. 293-294 y 309.
11 Brake, Donald L., A Visual History of the English Bible, Baker Books, Grand Rapids, 2008, p. 47.
12 Macek, Joseph, La revolución husita. Orígenes, desarrollo y consecuencias, Siglo XXI de España Editores, Madrid, 1975, 47-48.
13 McNutt, Jennifer Powell y David Lauber (editores), The People’s Book. The Reformation and the Bible, InterVarsity Press, Downers Grove, Illinois, 2006.
14 Ver Cervantes-Ortiz, Leopoldo, “Humanismo, reforma y traducción: medio milenio del Nuevo Testamento de Lutero”; y Martínez García, Carlos, “La Biblia de Lutero, 500 años de impacto editorial y cultural” (la mesa de redacción modificó el título que le puse al escrito: “Impacto editorial y cultural del Nuevo Testamento de Lutero, a 500 años”), ambos trabajos en La Jornada Semanal, 11 de diciembre de 2022 (https://issuu.com/lajornadaonline/docs/semanal11122022).
15 Acerca de las razones y el proceso de traducción que realizaron los tres personajes ver Stockwell, Bowman Foster, Prefacios a las biblias castellanas del siglo XVI, segunda edición, Editorial La Aurora-Casa Unida de Publicaciones, Buenos Aires-México, 1951; Fernández y Fernández, Enrique, Las biblias castellanas del exilio: historia de las biblias castellanas del siglo XVI, Editorial Caribe, Miami, 1976; Martínez García, Carlos, Casiodoro de Reina, traductor de la Biblia del Oso publicada en 1569, Librería Papiro 52, México, 2020; y Brevísima historia del extenso viaje de la Biblia hacia el idioma español, Librería Papiro 52-Kabod Ediciones, México, 2022.
16 Escobar, Samuel, “Orígenes del movimiento de Sociedades Bíblicas y su contexto misionológico”, en Revista Lusófona de Ciência das Religiões, año IV, núm. 7-8, 2005, p. 22
17 Gringoire, Pedro, El doctor Mora, impulsor de la causa bíblica en México, Sociedad Bíblica de México, México, 1978, p. 17.
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