Debemos recuperar una actitud mental, una cosmovisión que incluya el “padecimiento”. No se trata de buscar la mortificación y el sufrimiento como fin en sí mismo, sino de redescubrir el fin último.
Tras el asesinato de tres evangélicos en Malatya-Turquía en 2007, el mismo año escribí un artículo titulado “Sufriendo Persecución y Martirio en Turquía”[1], y en 2010 un capítulo titulado “Sufrimiento, Persecución y Martirio en el Tiempo y el Espacio” para un proyecto de libro de la WEA MC[2]. Aquí presento un extracto de este último. La persecución, incluso el martirio, es un asunto que no solo no podemos eludir, sino que debemos tener siempre bien presente. Porque es un aspecto hoy soslayado o evitado a la hora de hablar de la tarea global. Sin embargo, es uno de los temas más relevantes del NT. Por tanto, abordar tal temática es una contribución necesaria e importante para “cerrar el broche” de una visión global.
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Las tierras, historia y pueblos de Asia Menor se erigen hasta nuestros días con sus profundas cicatrices, como testigos de excepción de los retos y sufrimientos de la iglesia en todas las edades. Fuera de Tierra Santa es difícil encontrar otro lugar del mundo donde hayan confluido tantos hechos relevantes para la fe cristiana. Estamos hablando de las tierras conocidas como “la cuna de la Iglesia”, porque es allí donde se fundó la primera iglesia gentil – preámbulo de una iglesia universal – la primera iglesia misionera – preámbulo de su extensión mundial – y así hasta las siete iglesias de Apocalipsis que prefiguraron y ejemplifican las glorias y penurias de la iglesia terrenal.
Pero el mismo escenario, donde la Iglesia cobró esa vitalidad que la impulsó a través de los siglos hasta nuestros días, se ha convertido hoy en lo que se ha llamado “el cementerio de la Iglesia”. Porque siendo como es la geografía que la vio nacer, hoy es uno de los lugares del mundo donde el cristianismo ha experimentado su declive más dramático, hasta el punto de desaparecer prácticamente. ¿Qué ha ocurrido en este lapso de veinte siglos? ¿Qué ha causado tal debacle? Sufrimientos, persecuciones y martirios sinnúmero.
Si hablamos de Asia Menor, estamos hablando de la tierra del Tigris y el Éufrates, fuentes que regaban el paraíso; del monte Ararat, donde se posó el arca; de Harán, tierra originaria de Abraham; de Tarso, ciudad natal de Pablo; de Antioquía de Siria, la primera iglesia misionera; de Patmos, la cárcel exiliar de Juan; de Galacia, de Bitinia, de Iconio, Tracia, Capadocia... y de los 7 candeleros de Asia. Y aquí recordamos que nadie sino el propio Señor puede apagar el candelero de la iglesia, y que nadie sino la propia comunidad de creyentes tiene la responsabilidad y la autoridad para mantener viva esa llama.
Pero ¿qué papel han jugado las adversidades, las persecuciones y por ende las matanzas en Asia Menor? ¿Y qué lecciones podemos destacar? No quisiera hacer un simple repaso de todos los hechos históricos – que tampoco sería posible – sino más bien narrar alguno “desde dentro”, levantando acta testimonial desde la iglesia sufriente (como las Acta Martyrum) ¡y por tanto la iglesia victoriosa! No me gustaría caer en un estudio frío, que alejara de nosotros la realidad y la necesidad de sentirnos uno con toda iglesia que sufre persecución. Quiero hacerme eco de las palabras del apóstol Pedro, para que sepamos identificarnos con las “experiencias de sufrimiento que se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo” (1P. 5:9) y ser parte activa así de esa iglesia gloriosa. Pedro escribía estas palabras precisamente a “los dispersados” en Asía Menor: “en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia” (1P. 1:1).
El propio Señor se dirige a sus Siete Iglesias – iglesias amenazadas desde dentro y desde fuera – con palabras de reproche y de elogio, según cada caso. Pero sólo hay dos a las que no les hace ninguna crítica, y con las que sólo usa palabras de aprobación y ánimo: Esmirna y Filadelfia. ¿Por qué? Por ser las dos únicas iglesias que emplean todas sus fuerzas para sobreponerse y sobrevivir a la persecución: una debido a la persecución hasta el martirio de aquellos que eran portavoces de la Palabra (Esmirna), la otra debido a la persecución difamatoria en contra de la proclamación, del contenido de la Palabra (Filadelfia). Para aquellos que son fieles ante el sufrimiento, la persecución y el martirio, el Señor no tiene palabras de reproche. No es que sean perfectos, es que llevan “las marcas de Jesús” en sus cuerpos y esta gloria eclipsa por completo cualquier defecto. Al igual que el brillo del sol nos impide ver las manchas solares. Esto era así entonces y así sigue siendo hasta hoy.
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Como contraste vivimos en un mundo y vemos una Iglesia cada vez más obsesionada por encontrar cómo erradicar de la vida cotidiana el dolor en pro del bienestar. Sin embargo, la primera iglesia vivía entregada a erradicar el mal del mundo a base de sacrificios. ¿Cuál de estas dos posturas nos parece que está más de acorde al espíritu del Evangelio? Acabar con el sufrimiento es uno de los objetivos del Evangelio, pero es un objetivo colateral – si se me permite la expresión – y no el objetivo central. Buscar la sanidad, consolar a los deprimidos, orar por provisión, y buscar la felicidad, son aspectos de vivir el Evangelio. Pero si buscamos una vida sin enfermedades, sin adversidades, de opulencia y de éxito continuo, ¿no vamos algo a la deriva? Y si querer acabar con el sufrimiento nos hace desistir de toda empresa que requiera sufrimiento, ¿no acabaremos encerrándonos en nosotros mismos y rehuyendo los grandes retos que entraña llegar con el Evangelio a las zonas más peligrosas del mundo?
En cambio, si asumimos que la tarea de la iglesia es “erradicar el mal del mundo sea cual sea el sacrificio requerido”, entonces las palabras de Pedro a los creyentes sufrientes en Asia Menor cobran un gran significado: “Puesto que Cristo ha padecido por nosotros en la carne, vosotros también armaos del mismo pensamiento; pues quien ha padecido en la carne, terminó con el pecado [i.e. el mal]” (1P. 4:1). Debemos recuperar una actitud mental, una cosmovisión que incluya el “padecimiento”. No se trata de buscar la mortificación y el sufrimiento como fin en sí mismo, sino de redescubrir el fin último, el coste que en muchas ocasiones va a demandar la tarea. El fin es erradicar el mal individual y estructural; el coste es el sacrificio.
El Imperio Romano, durante los tres primeros siglos de la historia de la iglesia, desencadenó diez grandes olas de persecución, a cuál más feroz, sobre la nueva fe cristiana. En las tierras de Asia Menor se acuñaron frases célebres como las de Ignacio Mártir, obispo de Antioquia (68-107 d.C.), “Soy el trigo de Dios; necesito ser molido por los dientes de las fieras para llegar a ser pan limpio de Cristo”[3]. O las de Policarpo, obispo de Esmirna a sus verdugos (74-155 d.C.): “Durante ochenta y seis años he servido a Cristo, y nunca me ha hecho ningún mal... Tú amenazas con fuego que arde por una hora y luego se apaga; pero ignoras el fuego del juicio venidero y el castigo eterno...”[4] Y así hasta llegar a la célebre sentencia de Tertuliano (160-220 d.C.): “La sangre de los mártires es semilla de cristianos.”[5]
Las persecuciones no acabaron con los cristianos, es más a pesar de ellas, o quizás gracias a ellas los cristianos sobrevivieron al propio Imperio Romano. De ello es ejemplo, en el contexto de Asia Menor, la última y más devastadora de las persecuciones imperiales: la decretada del 303 al 313 d.C. por el emperador Diocleciano y refrendada – o quizás instigada – por Galerio, su césar subalterno. Se dice que a raíz de esta represión murieron la mitad del total de mártires de toda la era de persecuciones romanas. Sobre la misma informan tanto Eusebio, en su Historia Eclesiástica, como Lactancio, en su libro de la Muerte De Los Perseguidores. Hasta tal punto fue sistemático, que Diocleciano elevó una columna con la inscripción “Extincto nomine Cristianorum”[6]. Hoy, sobre el emplazamiento del palacio de Diocleciano en la antigua Nicomedia, se erige la ciudad de Izmit-Kocaeli, en la moderna Turquía.
En 1998 el Señor nos guio para establecer obra en Izmit (no Izmir). Tras un año de siembra decidimos buscar un edificio – según nuestras posibilidades económicas – para comprarlo y usarlo como iglesia. El 17 de agosto de 1999, un terremoto de 7,4 en la escala de Richter devastó la ciudad. ¡Más de 35.000 personas murieron en un lapso de 45 segundos! Nuestro edificio se convirtió de inmediato en el centro de distribución de la ayuda humanitaria enviada por organizaciones evangélicas de todas partes del mundo. La iglesia no sufrió ningún daño, pero varios de los edificios de las manzanas de enfrente se desplomaron. ¡Y debajo aparecieron los restos del palacio de Diocleciano! De todos los lugares posibles en una ciudad con más de un millón de habitantes, sin saberlo nosotros, el lugar donde habíamos emplazado la iglesia estaba sobre el palacio de aquel que más sangre de mártires había derramado de toda la historia y se ufanaba de haber acabado con el cristianismo. ¿Casualidad, guía providencial? ¡Si atendemos a una de las versiones de la máxima de Tertuliano – “la sangre de los mártires es semilla de la iglesia” – la respuesta no ofrece mucha duda! Esta pequeña y titubeante iglesia permanece hoy allí, luchando contra viento y marea para salir adelante. “El que se sienta como Rey en los cielos se ríe, el Señor se burla de” todos aquellos que “se levantan… contra el Señor y contra su ungido” (Sal. 2:2, 4).
Con la persecución iniciada por Diocleciano, un soldado de la guardia personal del emperador conocido como Georgios (Jorge) recibió órdenes de participar en la represión. Pero éste prefirió dar a conocer su condición de cristiano y oponerse a la decisión imperial. Un airado Diocleciano reaccionó ordenando su tortura, que soportó sin emitir una sola queja, y posteriormente mandó ejecutarlo. Jorge fue decapitado frente a las murallas de Nicomedia (Izmit-Kocaeli, Turquía) el 23 de abril del 303. Los testigos de sus sufrimientos convencieron a la emperatriz Alejandra y a una anónima sacerdotisa pagana a convertirse al cristianismo, quienes pasarían a unirse a Jorge en el martirio. Hoy este mártir es conocido como San Jorge (y el dragón era/es el imperio perseguidor).
La persecución en Nicomedia y Capadocia son ilustrativas de como en última instancia la persecución y el martirio, si bien son un duro golpe a la subsistencia y la extensión del Evangelio, también lo revitalizan, aportando un sentido de gesta épica y de gran victoria sobre todos los poderes de las tinieblas.
Si la persecución humilla y hiere, perdonar y saber pedir perdón en cambio, nos dignifica y nos hace más que vencedores. Y vencemos también cuando asumimos la persecución como parte de la estrategia del Señor y como preludio de Su victoria. Como hace ya unos años redescubrí en las palabras del sufriente Jeremías: “Bueno es para el hombre... que dé la mejilla al que lo hiere; que se sacie de oprobios. Porque el Señor no desecha para siempre; Antes si aflige, también se compadece según la multitud de sus misericordias” (Lm. 3:30-32). Cuando el martirio genera perdón incondicional, esta es la victoria sobrenatural que consigue y que lo convierte en semilla... “Señor, no les tomes en cuenta este pecado... Así que los que habían sido esparcidos iban predicando la palabra” (Hch. 7:60, 8:4).
El 5 de febrero de 2006 Andrea Santoro, sacerdote católico en Trabzon (costa del Mar Negro), murió de dos tiros en la nuca mientras hacía sus oraciones en los bancos de su iglesia. El 19 de enero de 2007 Hrant Dink, periodista armenio y evangélico, fue abatido de un tiro en la entrada del periódico armenio que dirigía en Estambul.
El 18 de abril de 2007 tres evangélicos fueron torturados y degollados en la oficina de la publicadora que representaban en Malatya (sureste de Turquía). Dos de ellos, turcos convertidos del islam: Necati Aydın, de 36 años, y Uğur Yüksel, de 32. El tercero, Tilman Geske, de 45, era ciudadano alemán.
El 3 de junio de 2010 el Obispo Apostólico de Anatolia Luigi Padovese fue degollado por su chofer en Iskenderun (cerca de Antioquía, al sureste de Turquía), quién tras el asesinato subió a la azotea y clamo “Allah’u ekber” (“Alá es grande”; como también había gritado alguno de los sicarios mencionados anteriormente) y luego vociferó: “He matado al diablo...”
Quisiera concluir con tres testimonios que nos dan una medida sobre la dimensión espiritual de los hechos. El primero, es el texto que se leyó en el funeral del Monseñor Santoro por sus compañeros de apostolado con dolor, pero entre alabanzas y oraciones de gratitud al Señor:
“En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, produce mucho fruto. El que ama su vida la pierde; y el que aborrece su vida en este mundo, la conservará para vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga; y donde yo estoy, allí también estará mi servidor; si alguno me sirve, el Padre lo honrará” (Jn. 12:24-26).
El segundo, es una reflexión de la viuda de Hrant Dink, Rahel Dink, leída por ella en el funeral multitudinario de su marido, que tuvo lugar el 23 de enero de 2007 en Estambul, y que todavía retumba en los oídos de toda una nación:
“Se que hubo un tiempo en el que el asesino fue un bebé; ¿Qué fuerza de las tinieblas es la que puede convertir un bebé en asesino? Esto es lo que nos hemos de cuestionar... porque al cielo, sola y únicamente entrará el amor.”[7]
El tercero, son unos versos premonitorios de uno de los mártires de Malatya, Necati Aydın, que nos pueden servir de reflexión final a nosotros los creyentes en cuanto a nuestra actitud hacia la vida y hacia la muerte, y en cuanto a cómo aprovechar el resto de nuestras vidas:
Le he dado mis señas a la muerte,
Para que sin buscarme me encuentre,
Que no piense que la temí,
que me oculté de su suerte...
¡Séanos cercana la muerte!
¿No está ya siempre presente?
Me voy, sin decir adiós a mi gente,
sin saciarme del amor, de la verdad,
de la hermosura, de la bondad...
Pero corro en todo instante,
para alcanzar en cada instante,
la meta, la eternidad.[8]
Carlos Madrigal es miembro de la Plataforma Española de Misiones (AEE) que busca fomentar la colaboración entre líderes de iglesias locales y organizaciones evangélicas para impulsar la misión transcultural desde España: [email protected]
Extracto, con permiso del autor, del libro "Recomponiendo La Misión Con Jesús – Reflexiones sobre la misión, sobre la tarea global y sus implicaciones para el mundo" (Impresiones 2018) de Carlos Madrigal Mir. Para disponer del libro completo, ir aquí.
Notas
[1] CONNECTIONS: The Journal of the WEA (World Evangelical Alliance) MC (Mission Commission), 03 issue.
[2] William D Taylor, Antonia Van Der Meer, Reg Reimer (editores), Sorrow & Blood: Christian Mission in Contexts of Suffering, Persecution, and Martyrdom, William Carey Library.
[3] Epístola de Ignacio Mártir a los Romanos IV, 1.
[4] Martirio de Policarpo, cap. IX, XI.
[5] Apología, XL,13.
[6] “El nombre Cristiano ha sido erradicado”; Harold J. Sala, Why You Can Have Confidence in the BIBLE, Harvest House Publishers, 2008, p. 58.
[7] “Katilin de bir zamanlar bebek olduğunu biliyorum. Bir bebeği katile dönüştüren karanlıklar sorgulanmalı... Cennete yalnız ve yalnız sevgi girecek”
[8] Aydin, N. 2008. Benim adım göklerde yazılı. Istanbul: Gerceğe Doğru Publishers, pág. 12 y 46.
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