El obrero transcultural debe fundamentar su realización personal no en los “logros” sino en oír “la voz del esposo”.
Juan el Bautista es el prototipo del pionero, si por pionero entendemos aquel que prepara el camino del Señor para que éste se encuentre con su desposada (i.e. una nueva comunidad naciente), en un contexto donde antes no había presencia cristiana.
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Por eso Pablo, el pionero por excelencia, define así su ministerio: “...porque os celo con celo de Dios, pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo” (2Co. 11:2).
Juan plantea lo mismo de la siguiente manera: “El que tiene a la esposa es el esposo; pero el amigo del esposo, el que está a su lado y lo oye, se goza grandemente de la voz del esposo. Por eso, mi gozo está completo. Es necesario que él crezca, y que yo disminuya” (Jn 3:29-30).
Desde este enfoque Mateo 11:2-19 – el pasaje donde Juan desde la cárcel manda a preguntar a Jesús “¿Eres tú aquel que había de venir o esperaremos a otro?” – nos ilustra cuáles son en general las cualidades que debe reunir el pionero o los enviados al campo.
“...Juan estaba en la cárcel”. Cuando hablamos de la tarea global hablamos muchas veces de servir en un contexto de hostilidad. Y el mayor reto no es el que pone en peligro nuestra integridad física sino el que desafía nuestras convicciones.
Hemos de ser conscientes de que los obreros que enviemos, o si vamos nosotros, vamos a enfrentar una resistencia que va a poner a prueba nuestra fe.
Y no hablo de nuestra “confesión de fe” sino de la certeza de que estamos en el lugar correcto, en el tiempo correcto, haciendo las cosas de forma correcta.
Por decirlo de otra manera. Aquellos que van a ir, deberán “saber dudar”.
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Es relativamente fácil ir y regresarse al poco tiempo. Pero permanecer hasta ver el fruto va a requerir enfrentar muchas dudas: “¿No sería más productivo en mi país?”, “¿No estaré gastando mis dones en vano?”, “Con el sustento que necesito se podría apoyar a 2 o 3 pastores en mi tierra”, “¿No sería de más provecho si hiciera uso de la experiencia adquirida para preparar a otros?”, etc.
Por otro lado, la presión por ver fruto nos puede empujar a buscar “fórmulas alternativas”.
Hoy en día muchos de los planteamientos que se hacen bajo el nombre de “contextualización”, me temo que no son más que un intento de bajar el listón del Evangelio para poder engrosar los números en los informes y las estadísticas.
Pero el Señor no nos ha llamado a hacer números sino a hacer discípulos.
Jesús pregunta reiteradamente respecto a Juan el Bautista “¿Qué salisteis a ver…? (...) Mas, ¿qué salisteis a ver? (...) Pero ¿qué salisteis a ver?” (Mt 11:7, 8 y 9). La insistencia del Señor no es retórica. El pueblo salía a ver a Juan por curiosidad, en busca de lo novedoso, atraídos por su personalidad magnética.
Vivimos en un contexto donde lo que no es novedad, espectacular o noticia de última hora, pierde su interés. El ministerio de muchas iglesias y muchas agencias está viciado por este ídolo de nuestra época.
Pero son éstas quienes van a enviar a los obreros y ejercerán sobre ellos una presión a veces insoportable por la demanda de resultados inmediatos.
¿Qué resultados tuvo Juan el Bautista? No hizo ningún milagro, perdió a sus discípulos (se le fueron con el predicador en boga: Jesús), y en vez de ganar títulos y postgrados, acabaría perdiendo la cabeza.
Y para más INRI ¡ahora duda! Pero es de notar que Jesús no le reprocha nada a Juan. Más bien su reacción es hacia la gente que le estaba escuchando, hacia los que posiblemente censuraban a Juan en sus corazones. ¡Jesús se identifica con el que paga el precio!
Si nos atenemos a los tres lotes de preguntas de Jesús:
1. “¿Qué salisteis a ver al desierto?” La tarea transcultural se realiza en desiertos espirituales. El desierto abrasa, presenta condiciones climatológicas extremas de calor y frío, pero sobre todo carece de agua.
Hay que sobrevivir en condiciones inhumanas. Además, hay que afrontar soledad, falta de referentes para orientarnos, el engaño de los espejismos (resultados que parecen fruto, pero no lo son), el agotamiento… Necesitamos obreros que hayan desarrollado “técnicas de supervivencia”.
De entre los latinos se habla de un alto porcentaje de abandono entre aquellos que salen a la obra. Unos porque salen a corto plazo, otros por la caída de sus finanzas o por enfermedad y causas similares, pero no pocos desilusionados y frustrados.
Pero ¿cuál era el asidero emocional de Juan el Bautista? “El amigo del esposo… se goza grandemente de la voz del esposo. Por eso, mi gozo está completo” (Jn. 3:29).
En realidad, la cuestión que Juan plantea a Jesús era para cerciorarse de que no había puesto su gozo sobre una base errónea. El obrero transcultural debe fundamentar su realización personal no en los “logros” sino en oír “la voz del esposo”.
Jesús define a Juan como “una caña sacudida por el viento”. Combinando estas palabras con Mateo 12:20 y 21, donde se nos dice que “La caña cascada no quebrará y el pabilo que humea no apagará, hasta que haga triunfar el juicio.
En su nombre esperarán los gentiles”, podemos destacar lo siguiente: la caña crece donde haya aguas subterráneas de las que alimentarse. Su condición tubular y hueca le ayuda a retener el agua.
Sin embargo, en un clima árido y de vientos recios fácilmente se puede secar y cascar. El Señor es consciente del derrumbe al que está sometido Juan y en vez de recriminárselo, lo quiere llevar a un entendimiento y experiencia mayor de comunión con Él.
Así es con el pionero: ¡Jesús le ofrece Su gracia para que profundice en sus raíces y alcance un nivel de comunión con Él, que no habría experimentado en su país de origen!
En los momentos de desánimo o incertidumbre, Juan hace lo correcto. En vez de dejar que la duda lo corroa, ¡pregunta al Señor para poder oír de nuevo su voz!
Y en estas circunstancias lo que la voz del Señor dice es que Él hará triunfar el juicio, lo que culmina con una declaración sobre las naciones: “En su nombre esperarán los gentiles” (Mt. 12: 21). ¡El Señor no sólo no quiebra la caña cascada, sino que es ésta la que utiliza para difundir su gloria hasta los confines de la tierra!
2. Jesús sigue preguntando: “¿O qué salisteis a ver? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas? Los que llevan vestiduras delicadas, en las casas de los reyes están”.
Es evidente que las vestiduras delicadas no son apropiadas para el desierto, ni es propio quedarse en palacio ataviado para ir de safari. Si vamos a ministrar en el desierto (como era el caso de Juan), necesitamos equiparnos adecuadamente para poder ser la “voz del que clama en el desierto” (Mt. 3:3).
¿Qué implica esto a la práctica? Buscar un nivel de vida modesto (para lo cual los latinos no tenemos mucho problema, porque la mayoría de las veces no nos queda más remedio); aprender a no quejarnos del “desierto”, sino a encontrar “pozos” (i.e. motivos de gratitud); gozarse con lo que ellos se gozan (por poner un caso: si gana su equipo de fútbol); llorar con lo que ellos lloran (si se sienten ultrajados por medidas injustas del Occidente “cristiano”, por ejemplo).
Hagas lo que hagas no esperes aplausos. A Juan le reprochan su austeridad: “Porque vino Juan que no comía ni bebía, y dicen: Tiene un demonio” (Mt. 11:18).
A Jesús su prodigalidad. “Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: Este es un hombre comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y pecadores” (Mt. 11:19).
Y eso que Jesús abandonó las glorias del cielo para hacerse cercano, asequible al pueblo. ¡Cuanto más nosotros nunca podremos tener contento a todo el mundo, por más que queramos adaptarnos! Y menos si ese mundo te ve como un intruso que “amenaza” su status quo. El desierto no es para pusilánimes.
Por otro lado, las vestiduras delicadas se deterioran fácilmente en el desierto. Son necesarias vestiduras recias, como pelo de camello, y alimentos como langostas y miel.
Referencias éstas, probablemente a los distintivos de los nazareos: (1) no comer del fruto de la vid, símbolo de una transitoriedad no sedentaria; (2) no cortarse el pelo, símbolo de la dependencia de Dios para la unción; y (3) no tocar muerto, ni aun acercarse, aunque sea un familiar, símbolo del discípulo que antepone su Señor a cualquier otro vínculo.
La verdadera adaptación al contexto será aquella que no añora el país de origen, las formas de su iglesia, los distintivos de su denominación
Que no depende de métodos humanos, estrategias de la carne, o de las circunstancias del momento, sino de una convicción clara del llamado del Señor. Que sabe guardar un equilibrio entre las exigencias de la obra y las de su familia, sin rendirse ante los desafíos o pruebas que los suyos puedan enfrentar.
Hay un dicho entre nuestros hermanos turcos que tristemente define lo que han visto en muchos obreros extranjeros: “el torrente pasa, pero las piedras quedan” en el lecho.
Es decir, muchos obreros pasan como torrente sin dejar rastro, pero los nativos son los que se quedan e incluso acarrean a veces con las consecuencias de los errores cometidos por los extranjeros.
¿Dónde están los obreros dispuestos a permanecer y no ser torrente? ¡Esta es la contextualización que se necesita!
Hay algo más que debemos sacar de esta enseñanza del Señor: no podemos promover una “teología de la prosperidad”. ¿Por qué? Los nuevos convertidos van a enfrentar la adversidad, persecución, pruebas, desánimo... ¡Y no podemos proporcionarles vestiduras recias, si nosotros mismos no las llevamos!
Todo lo que nos pueda parecer un hándicap en realidad puede convertirse en una ventaja: dificultades económicas, necesidad de un trabajo secular para completar el sustento o para obtener el permiso de residencia, problemas con visados, falta de un equipo consolidado...
No que hayamos de conformarnos ante las carencias, pero sí ser conscientes de que todo esto hace más “creíble” nuestro mensaje.
Si los nuevos interesados buscan ayudas económicas, no somos ricos; si buscan visado a países desarrollados, el nuestro está igual o peor; si lloran porque no tienen trabajo, nuestras palabras de ánimo no serán huecas, nuestras oraciones por provisión habrán sido templadas por la experiencia, etc.
Porque estos son algunos de los mayores obstáculos que enfrenta el Evangelio en estos países: (1) expectativas, (2) mimetismo, y (3) visceralidad.
El convertido espera una vida más fácil, pero Cristo nos ofrece penalidades y exige contentamiento.
Busca simplemente imitar o recitar de memoria (como en sus rezos de niño), pero Jesús le exige verdadera piedad: una negación del yo, una disciplina devocional, un servicio altruista.
Vive a merced del vaivén de sus emociones y temperamento, pero el Señor le demanda templanza, dominio propio y afrontar las adversidades.
¿De quién va a aprender todo esto si no lo ve reproducido en nosotros? ¡Les hemos de ayudar, no a desear la vida de palacio, sino a saber sobrevivir en el desierto!
3. Concluyendo con la reflexión de Jesús: “Pero ¿qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os digo, y más que profeta...
” No es importante lo que pensamos que somos, sino quien dice el Señor que somos. El pueblo no veía a un profeta desde los tiempos del Malaquías, cuatrocientos años atrás. ¿Pero que habían encontrado en el Bautista? Aunque Juan tuvo una gran repercusión popular al principio, cuando Jesús pronunciaba estas palabras su suerte no era muy dichosa que digamos. Pero Jesús va más allá y lo declara “más que profeta”, o lo que es lo mismo: equivalente al “menor en el reino de los cielos”.
En general como latinos, hispanos o iberoamericanos, la autoestima no es precisamente lo que tenemos más alto. Aunque cada vez son más los que se autoproclaman “profetas”, “apóstoles”, “patriarcas”, por no decir casi “papas”.
Pero no suelen ser estos los que salen a los campos. También términos como “palabra profética”, “profeta” o “profetizar”, de tanto masticarlas como chicle han perdido mucho de su sabor, significado y fuerza.
Pero éste es el título que el Señor le da a Juan el Bautista; quien es el prototipo del pionero.
¿Cuál es el espíritu de la profecía? “El testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía” (Ap. 19:10). ¡Dar testimonio de Jesús! Unos – en el AT – anticipando Su venida, otros – en el NT – anunciando Su presencia ya entre nosotros.
De nuevo, se trata de dar testimonio de Jesús, no de la cristiandad. No representamos ninguna potencia mundial (o las que así se proclaman).
Ni siquiera representamos como latinos a la religión mayoritaria de nuestro país (aun a pesar del llamado avivamiento de América Latina). ¡Y todo esto nos ayuda a ser más profetas de Cristo, y “más que profetas” para Cristo! Pero hay que entenderlo correctamente:
“Pro-fétes” es el que proclama (femi) delante (pro). Es un pionero: alguien que abre el camino por el que pasarán los que le sigan.
El latino que sale a las naciones es pionero, porque es prácticamente la primera generación. Es pionero, porque suele ir a países donde apenas hay testimonio.
Es pionero porque sale a pesar de la falta de un apoyo sostenido. Pero sobre todo es pionero, si asume el papel que el Señor le da y le quiere dar a él o ella, y a todos los que escuchan éste Su llamado: ¡el de preparar la visitación de Jesús a los pueblos del mundo!
(Evidentemente lo incipiente o precario de la obra entre latinos no es una excusa para improvisar. No debemos primero saltar a la piscina y luego mirar si está llena. Pero este sería tema para otra capítulo...)
Todos los profetas del AT anunciaron la venida del Señor, pero uno sólo la presenció: Juan el Bautista. ¡Si sabemos asumir la tarea que el Señor nos da, tendremos el privilegio de llegar a ser testigos de su irrupción en los pueblos que ministramos! ¿Cuál es pues la tarea? Ser “mensajeros delante” de Él.
Debemos ser quienes preparan el escenario, no los actores principales. “Es necesario que él crezca, y que yo disminuya” (Jn. 3:30).
Debemos evitar aquellos errores por los que a veces hemos criticado tanto a los gringos, ya que en ocasiones acabamos siendo nosotros más papistas que el papa: queriendo controlarlo todo, adueñarnos de la obra, importar denominaciones, no confiando en los nativos, buscando para nuestros hijos mejores condiciones que las del país de acogida (en temas de salud, escuela, etc.), llevando aires de superioridad, menospreciando la cultura local, demonizando todo lo que nos es extraño.
Lo que necesita el mundo es conocer a Jesús, no nuestra cultura o nuestra denominación. Así que ser “pro-feta” es aprender a reflejar a Jesús en nuestras vidas ¡y reflejarlo sólo a Él!
¿Cómo? Saliendo de las trincheras teológicas, metodológicas o etnológicas, para introducirnos en todo círculo, pero no con el fin de imitarlos a ellos, sino para traer con nosotros la luz de Jesús: de su amor, de su cercanía a todos, de su mensaje de salvación.
Podemos y debemos proclamar la verdad de Jesús sin ofender, pero también sin hacer concesiones.
Acercarnos a la gente no viéndolos como simples “contactos” (i.e. “presas”), sino como el prójimo. Y en definitiva traerlos a los pies de Cristo, y luego prepararlos y equiparlos para que ellos tomen el relevo y sean ellos y ellas los que alcancen a su propia nación.
Este tipo de pionero es “el que preparará tu camino delante de ti” (Mt. 11:10). La visitación del Señor ocurrirá en función del grado en que lo representemos a Él y no a nuestros “ismos”.
Quizás ocurra en tiempos de esta generación, quizás ocurra en los de la siguiente ¡pero ocurrirá! Y el pro-feta es el que no desiste en su empeño.
Le preguntaron a una hormiga que deambulaba lejos de su nido: “¿A dónde vas así tan decidida?” “Me voy a la Meca”, contestó ella. “Pero si la Meca está lejísimos, ¡y tú eres tan pequeñita! Nunca llegarás” le replicaron. “No importa” dijo ella, “si es necesario moriré en el empeño” (dicho popular turco).
Extracto, con permiso del autor, del libro "Recomponiendo La Misión Con Jesús – Reflexiones sobre la misión, sobre la tarea global y sus implicaciones para el mundo" (Impresiones 2018) de Carlos Madrigal Mir. Para disponer del libro completo, aquí.
Carlos Madrigal es miembro de la Plataforma Española de Misiones (AEE) que busca fomentar la colaboración entre líderes de iglesias locales y organizaciones evangélicas para impulsar la misión transcultural desde España.
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