Los falsos maestros enseñan que no es malo contemporizar con gente de conductas permisivas. En su soberanía, Dios usa medios sorprendentes para guiarnos al arrepentimiento.
Años atrás analicé la carta del Señor de la iglesia a los ‘sacados fuera’ en Pérgamo, en un artículo donde compartí una histórica descripción de esta ciudad situada en lo que es hoy Turquía.1 Decían los historiadores que el “paisaje de particular belleza” era el resultado “de la armoniosa combinación entre lo natural y el aporte humano.”
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Como arquitecto y urbanista defensor del ‘desarrollo sustentable’2, valoré entonces el trabajo realizado por aquellos pioneros que, según el relato, “respetaron las terrazas naturales, dando forma y volumen a los edificios de modo de adecuarlos a la escala natural. Si bien siguieron fórmulas tradicionales también integraron el paisaje a la composición arquitectónica, combinando pórticos y columnas en los edificios con gran acierto estético; y dimensionando la calle principal para ofrecer ricas perspectivas, lo que constituyó toda una novedad en la historia de la arquitectura y del urbanismo griego. Esta idea, innovadora en la construcción de la ciudad clásica, fue producto de la ambición de los reyes atálidos que deseaban emular a la Atenas de Pericles.”
Se afirma que la gente gozaba con las obras de jardinería, dos ágoras, un gran teatro, varios gimnasios, cuatro santuarios, un palacio imperial y la segunda biblioteca más grande del mundo, tras la de Alejandría. Tan valioso patrimonio era defendido desde una poderosa fortaleza militar. Este último dato pareciera estar ligado al significado del nombre de la ciudad: “Ciudadela: refugio amurallado contra invasores”.
Toca ahora enfrentar el enorme desafío de tener que comprender la relación entre aquella bella imagen con la sorprendente frase que le dedica el Señor a la iglesia en ese lugar:
“Yo conozco dónde habitas: donde está el trono de Satanás.” 3
Un paisaje natural tan bello, unas obras humanas tan admirables, según Jesucristo es el habitáculo donde Satanás tiene su trono.
Sorprende aún más, que el Señor contraste tan tenebrosa noticia con una declaración de naturaleza asertiva: “Y retienes mi nombre y no has negado mi fe”.4
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Es sumamente importante notar que la conjunción asociativa “Y” juega aquí un rol clave en la composición literaria, pues con ella se nos revela que el conocimiento del Hijo de Dios es omnímodo, absoluto, total. Se diferencia de nuestro conocimiento, que es parcial y prejuiciado. Esto último es característico de no pocos ‘intérpretes’ que cortan pasajes donde se les ocurre, para sacar antojadizas conclusiones no bíblicas.
Como para que nadie dude acerca del conocimiento que les está revelando, el Señor Jesucristo añade un ejemplo concreto de tal fidelidad: “aun en los días de Antipas, mi testigo fiel, quien fue muerto entre ustedes”. El Evangelio no cita más que una vez el nombre de este mártir; pero, lo hace para destacar que la fidelidad de los pergamenos no se alteró aun cuando sufrieron la ejecución de su hermano en la fe. Este cuadro tan conmovedor en el sitio donde se congregan los sobrevivientes a esa muerte, es vuelto a describir por el Señor Jesucristo como el sitio “donde mora Satanás.” 5
¿De qué manera realística puede entenderse esta dual situación? El texto bíblico responde a la pregunta por boca del mismo Señor Jesucristo:
“Sin embargo, tengo unas pocas cosas contra ti: que tienes allí a algunos que se adhieren a la doctrina de Balaam, que enseñaba a Balac a poner tropiezo delante de los hijos de Israel, a comer de lo sacrificado a los ídolos y a cometer inmoralidad sexual. Asimismo, tú también tienes a los que se adhieren a la doctrina de los nicolaítas,” 6
Entre la fidelidad a prueba de muerte de estos creyentes y sus hábitos o tradiciones, el Señor saca a luz ‘unas pocas cosas’ contrarias. Y las relaciona con la no siempre bien interpretada historia de este hombre, Balaam. Nos sitúa en el siglo XIII antes de Cristo, en los años cuando el pueblo de Israel, tras cruzar el río Jordán y conquistar Jericó, se dirigía a hacer lo mismo con la tierra de Moab, en la que reinaba un tal Balac. 7
Hay un cierto paralelismo entre Balaam y Moisés; pues ambos cumplieron roles que se complementaron en el plan de Dios para introducir a Israel en la tierra prometida. Pero Balaam se diferencia de Moisés y de otros héroes de la Biblia hebrea en que no era israelita y que su principal logro fue salvar de la destrucción a Moab, no a Israel.
Por estas dos razones, los israelitas estarían muy sorprendidos de leer que Dios le hablase a Balaam tan clara y directamente como a los profetas y sacerdotes de Israel. Aún más sorprendente - para Israel y para el mismo Balaam - es que la guía de Dios llegó en el momento decisivo por medio de una simple asna, que habló.
Para nuestra sorpresa, la guía de Dios rara vez nos llega - como esperamos - por medios tradicionales. En su soberana voluntad, Dios decide hablar cuando, donde, cómo y por medio de quien Él escoge, sea este un potencial enemigo o incluso una bestia del campo. No somos quiénes para imponerle a Dios cómo deseamos vivir.
Debemos prestar mucha atención, pues el pasaje no enseña que el medio principal por el cual Dios nos guía necesariamente será un adivino extranjero o un animal. La lección a aprender es el estar preparados para escuchar la voz de Dios y obedecerla.
Con frecuencia, caemos en la costumbre de escuchar solamente a aquellas personas que piensan, hablan y actúan como nosotros; o pertenecen a círculos eclesiásticos, sociales, o laborales afines a los nuestros. Los ‘líderes’ de tales sitios se rodean de un grupo limitado de obsecuentes consejeros que piensan y opinan igual que ellos.
Los falsos maestros enseñan que no es malo contemporizar con gente de conductas permisivas. En su soberanía, Dios usa medios sorprendentes para guiarnos al arrepentimiento.
Esto es lo que ocurrió en el siglo XIII antes de Cristo; pero hoy, en pleno siglo XXI, más de una vez nos enfrentamos con situaciones similares; las que demandan de nosotros respuestas que aún desconocemos por falta de experiencia. Si nos decidimos a actuar, puede ocurrir que el resultado no sea el esperado. Entonces, cobramos nuevo aliento, y volvemos a intentarlo desde otros enfoques. Hay ocasiones en que logramos impedir que la situación empeore; no obstante, no terminamos de resolverla. Nadie podrá acusarnos de abulia o negligencia, pensamos; pues estamos haciendo todo lo que podemos para resolver el problema que nos aqueja.
Si habíamos puesto en oración el asunto podemos llegar a interpretar que todo el proceso realizado es lo que nuestro Padre eterno nos ha guiado a hacer. Pero, con el paso de los días, más veces de las deseadas, vemos que nos hemos equivocado.
Esto que decimos ya lo padecía la iglesia en Pérgamo, en el siglo I. El Señor de la iglesia las denomina “unas pocas cosas” de las que esos fieles debían arrepentirse: tener comunión con falsos creyentes; compartir tiempo con herejes; comer de las ofrendas quemadas a ídolos; molestar a los israelitas; ser sexualmente promiscuos.
Tal vez nos parecemos a los fieles en Pérgamo más de lo que pensamos, pero por la gracia de Dios, ¿aprenderemos a escuchar lo que Dios nos quiera decir, incluso por medio de personas en las que no confiamos o con las que no estamos de acuerdo?
En el próximo artículo concluiremos viendo lo que el Señor de la iglesia ordena a los creyentes que se congregaban en Pérgamo para que eliminen las vanas costumbres que le ofenden. Hasta entonces, si nuestro Padre eterno lo permite.
Notas
1. El término iglesia viene del griego ekklesía que significa: sacados fuera. (Ver más aquí)
2. “Desarrollo sustentable es el desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades”. Esta frase pertenece al libro ‘Nuestro Futuro Común’ (1987); catorce años antes, el concepto de ‘desarrollo sostenible’ había sido acuñado por el economista alemán-británico E. F. Schumacher en su libro “Lo Pequeño es Hermoso” (1973) que el escritor de esta serie de artículos tradujo al español (1977) (Ver aquí).
3. Apocalipsis 2:13 / El texto completo de la carta está entre los versículos 12 y 17.
4. Ibíd. 2:13.
5. Ibíd. 2:13.
6. Apocalipsis 2:14, 15.
7. Números 22, 23, 24, 25.
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