La luz simboliza a Dios o a su Palabra, mientras que la oscuridad se refiere a toda oposición a Dios.
La Biblia se refiere a una tierra primigenia desordenada, vacía y oscura, en la que el creador llamó la luz a la existencia: “Sea la luz; y fue la luz” (Gn. 1:2-3). La luz es buena, entre otras cosas, porque nos permite ver el mundo y nos aporta información de lugares muy lejanos. Todo lo que sabemos del universo es gracias a la luz. El conocimiento científico empezó al observar y estudiar la luz de las estrellas. Ésta es como un emisario que nos trae mensajes desde los confines del cosmos y a la vertiginosa velocidad de unos 300 000 km/s (en realidad, 299 792 kilómetros por segundo). Ningún otro fenómeno natural del universo puede viajar tan rápido.
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La ciencia le da a luz el nombre de “radiación electromagnética” y considera que su elemento transmisor es el “fotón” que, curiosamente, se comporta a la vez como una partícula sin masa y como una onda. Es lo que se conoce como la “dualidad onda-partícula”.[1] De la misma manera, la luz blanca que nos llega del sol y podemos ver gracias al sentido de la vista, en realidad no es blanca sino que puede descomponerse en diversos colores. La difracción de la luz, o su paso a través de un prisma transparente, hace que ésta se convierta en los conocidos siete colores del arco iris. Pues bien, algo parecido ocurre con el resto de la radiación electromagnética.
El Sol y las estrellas no sólo emiten luz visible sino muchas otras radiaciones con distintas longitudes de onda, algunas de las cuales no pueden ser detectadas por nuestros sentidos. Aquellas que poseen muy poca energía, tienen una gran longitud de onda, como las ondas de radio o de televisión. Después le siguen las microondas, conocidas por los familiares hornos domésticos. Los rayos infrarrojos no pueden ser vistos pero sí es posible detectar su calor cuando inciden sobre la piel. A continuación está la radiación de la luz visible. Después, con más energía aún y menor longitud de onda, los rayos ultravioletas que tienen diversas aplicaciones, tales como la esterilización de microorganismos o el control de plagas. Le siguen los famosos y peligrosos rayos X, de aplicación en medicina y, finalmente, los rayos gamma, los más energéticos de todos, capaces de dañar gravemente el núcleo de las células, aunque también se usan para esterilizar equipos médicos.
El ser humano ha fabricado telescopios capaces de captar no solo la luz visible de las estrellas sino también los demás tipos de radiación. Hay telescopios que se envían al espacio y, desde fuera de la atmósfera, detectan la radiación gamma, los rayos X o los infrarrojos que emiten los cuerpos celestes. También existen los enormes radiotelescopios que mediante sus espectaculares antenas parabólicas pueden captar señales de radio o microondas procedentes del espacio exterior. Muchos de los grandes descubrimientos de la astronomía moderna se han realizado gracias a estos aparatos que pueden detectar esa otra la luz no visible.
Lo más extraordinario de toda esta gama de radiaciones de la luz solar es que aquella que podemos ver y permite la vida -por medio de la fotosíntesis- ocupa solo una finísima franja casi despreciable dentro del rango de la radiación electromagnética total. Si no fuera por las peculiares características de la atmósfera de la Tierra, que filtra convenientemente esta radiación solar, permitiendo solo el paso de aquellos fotones que resultan beneficiosos para la vida, nuestro planeta sería un árido desierto como el que hoy existe en Venus, Marte o la Luna. Este hecho constituye una misteriosa coincidencia que hace posible la vida en la Tierra.
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Desde otra perspectiva no material, el Señor Jesús dijo en cierta ocasión: “Yo soy la luz del mundo” (Jn. 8:12). Por supuesto, estaba hablando de otra clase de luz de carácter espiritual que puede guiar la vida de las personas. La luz y la oscuridad son elementos importantes tanto en el evangelio como en las epístolas de Juan. La luz simboliza a Dios o a su Palabra, mientras que la oscuridad se refiere a toda oposición a Dios. El mensaje del evangelista es que aunque la oscuridad sea mucho más general y abundante en este mundo, -igual que la oscuridad física en el cosmos- la luz de Cristo ha llegado para erradicar definitivamente las tinieblas. ¿Cómo puede extenderse dicha luz que viene de lo alto? Por medio de los seguidores del Maestro. Por eso, Jesús también dijo: “vosotros sois la luz del mundo” (Mt. 5:14).
[1] Cruz, A. 2004, La ciencia, ¿encuentra a Dios?, Clie, Terrassa, pp. 67, 70 y 113.
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