El polvo de las estrellas nos dio los elementos necesarios que requieren nuestros cuerpos materiales pero solo el soplo divino nos convirtió en seres vivientes.
La cosmología afirma que los elementos químicos se crearon en el núcleo de las estrellas. Es lo que se conoce como “nucleosíntesis del Big Bang”. Se cree que, a partir de una billonésima de segundo después del momento inicial de la Gran Explosión, se formaron los “quarks”. Éstos son como los ladrillos a partir de los cuales se construyeron después los protones y neutrones que constituyen el núcleo de los átomos. Para ello, hizo falta que el universo naciente se expandiera y enfriara. Pero esto no se demoró demasiado. Tan solo unos diez segundos más tarde, protones y neutrones estaban ya en condiciones de asociarse para constituir los núcleos de los primeros átomos. ¿Cómo es posible saber todo esto? Por medio de cálculos teóricos.
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Según la teoría, unos veinte minutos después se formó helio, deuterio, hidrógeno y trazas de litio, que son los elementos químicos más simples de la naturaleza. Si esto hubiera sido realmente así, se debería encontrar una proporción muy elevada de tales elementos y, en efecto, el hecho de que el universo posea un 98% de hidrógeno y helio confirma bien las predicciones de la teoría del Big Bang. Hay que tener en cuenta que estamos refiriéndonos a la materia ordinaria que conocemos, no a la llamada “materia oscura”, de la que ya se tratará más adelante. De manera que, según dicho planteamiento, todos los elementos químicos de la tabla periódica se originaron, millones de años después, en el corazón de las estrellas. Por tanto, éstas podrían considerarse como las fábricas de la naturaleza. ¿Cómo llegaron dichos elementos, desde el núcleo de las estrellas, a formar parte de los planetas, de nuestros cuerpos y del resto de los seres vivos?
La estrella más cercana a la Tierra, el Sol, tiene una masa que le permite fusionar hidrógeno y convertirlo en helio. Más tarde podrá fusionar helio y generar carbono o incluso oxígeno. Sin embargo, otras estrellas que posean más masa que el Sol serán capaces de generar muchos más elementos químicos, incluso el níquel o el hierro. Se dice que una estrella “muere” cuando estalla violentamente, arrojando estos elementos químicos al espacio y convirtiéndose en una supernova o en una enana blanca. En esos momentos, alcanzan temperaturas tan elevadas que forman elementos químicos como el titanio, el cromo o el yodo. Durante mucho tiempo, el cosmos ha estado produciendo estrellas que al morir nos han dado vida a nosotros. A ellas les debemos el hierro de la sangre que corre por nuestras venas, el carbono de las proteínas que realizan todas las funciones vitales, el calcio del nuestros huesos, el oxígeno del aire que respiramos y, en fin, un largo etcétera.
Se cree que el polvo (rico en elementos químicos) lanzado al espacio en estas explosiones estelares se fue condensando y agrupando poco a poco, por acción de la gravedad, hasta formar los planetas y todo lo que éstos contienen. Curiosamente, la Biblia dice también que Dios “formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Gn. 2:7). El polvo de las estrellas nos dio los elementos necesarios que requieren nuestros cuerpos materiales pero solo el soplo divino nos convirtió en seres vivientes y nos abrió la puerta al espíritu y la trascendencia. Por tanto, somos mucho más que simple polvo de estrellas.
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