La manera común que tenemos de entender el tiempo en la vida cotidiana es solamente una ilusión de nuestros sentidos.
Uno de los pocos relojes astronómicos del mundo se encuentra en la bella ciudad de Berna. Se trata del Zytglogge (en alemán, la campana del tiempo) situado en la famosa torre medieval del reloj, en el centro de la capital suiza. Fue construido en 1527 por el mecánico suizo Kaspar Brunner. Los relojes astronómicos de esta época informaban no solo de la hora solar sino también de las posiciones relativas del Sol, la Luna, las constelaciones del zodíaco y los planetas mayores, así como de las fechas de los eclipses y otras festividades religiosas. Los más antiguos relojes astronómicos, reflejan la cosmovisión geocéntrica del momento. De ahí que sitúen a la Tierra en el centro y al Sol girando alrededor de ella. Sin embargo, después de Copérnico y Galileo, éstos fueron modificados para adaptarse al nuevo heliocentrismo, con el astro rey en el centro del Sistema Solar y la Tierra trasladándose a su alrededor.
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Se dice que Albert Einstein, que vivió siete años en Berna, se inspiró en este reloj para elaborar su teoría de la relatividad especial. Como pasaba cada día por delante de la torre del reloj para ir a su trabajo en la oficina de patentes, poco a poco fue desarrollando la siguiente cuestión: ¿acaso el tiempo que marca el gran reloj inmóvil de la torre transcurre a la misma velocidad que aquel otro que marca mi reloj de pulsera, cuando voy caminando y éste se mueve conmigo? ¿Ocurrirá lo mismo si me traslado en auto o en bus? ¿Y si yo pudiera desplazarme a la velocidad de la luz? Estas reflexiones le condujeron a la idea de que el tiempo no es absoluto -como hasta entonces se pensaba- sino relativo y que, desde luego, no discurre igual en reposo que en movimiento. Llegó a la conclusión de que el tiempo y el espacio eran una misma cosa y que el tiempo puede contraerse o dilatarse en función de la velocidad a la que nos movamos por el espacio.
[photo_footer]Reloj astronómico de Berna. / Antonio Cruz.[/photo_footer]
Es lo que se conoce como la “paradoja de los gemelos”. En efecto, si un hermano realizara un largo viaje por el espacio hacia una estrella lejana, en una supuesta nave espacial que viajara a la velocidad de la luz, mientras su gemelo se quedara en la Tierra, a su regreso el viajero sería más joven que su hermano terrestre. Esto que parece contradecir el sentido común, se ha demostrado cierto no solo por la teoría de Einstein sino también por la experimentación científica. En 1971, J. C. Hafele y R. Keating, colocaron varios relojes atómicos de cesio en aviones comerciales que giraron alrededor de la Tierra durante más de 40 horas y compararon después las horas que marcaban, en relación a los relojes que se habían quedado en la Tierra. Cuando contrastaron los resultados, pudo comprobarse que los relojes ya no estaban sincronizados como al principio. Había un retraso importante en los relojes que volaron, que fue atribuido a las predicciones de la teoría de la relatividad.[1] Las ideas de Einstein cambiaron la concepción humana de la realidad. Las leyes de la gravitación de Newton se quedaron anticuadas porque el espacio y el tiempo dejaron de ser entidades independientes y absolutas. Por tanto, la manera común que tenemos de entender el tiempo en la vida cotidiana es solamente una ilusión de nuestros sentidos.
Curiosamente, la Biblia parece relativizar también el tiempo. El salmista escribió refiriéndose a Dios que “mil años delante de tus ojos son como el día de ayer, que pasó, y como una de las vigilias de la noche” (Sal. 90:4). También el apóstol Pedro vuelve a recalcar la misma idea: “Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día” (2 P. 3:8). Algunos autores se han referido a los días de Génesis uno, señalando que si Dios creó el universo a partir de la nada, la energía, materia, espacio y tiempo debieron tener un principio. De manera que el tiempo inicial de estos días creativos pudo irse estirando junto con el espacio del cosmos. La comparación entre un día y mil años (que en la Biblia significa siempre una gran cantidad) no sería entonces alegórica sino real porque, según las concepciones de la física actual, un día de Dios o del mundo en expansión podría haber sido muchísimo tiempo en un planeta incipiente como el nuestro.
Notas
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