Cada vez que un ser humano es bien consciente del peso de su pecado y una culpa que le atormenta, no tiene otra opción que clamar al Hijo de Dios por misericordia y perdón.
“Ahora he concentrado todas mis oraciones en una, y esa es esta – que pudiera yo morir a mí mismo, y vivir solo para él.”
“Mi teología se halla en cuatro pequeñas palabras: Jesús murió por mí”.
Charles Spurgeon
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En una ocasión le preguntaron al pastor británico Josef Parker: ¿por qué escogió Jesús a Judas cómo uno de sus discípulos? Este hombre de Dios pensó con mucho detenimiento antes de saber qué responder, y aún así no encontró respuesta alguna. Pasando un tiempo, respondió que seguía enfrentándose con otra pregunta todavía más incomprensible; ¿por qué me eligió a mí?
Esta lapidaria pregunta nos la hemos hecho muchos de nosotros en diferentes momentos de nuestras vidas.
Cada vez que un ser humano es bien consciente del peso de su pecado y una culpa que le atormenta, no tiene otra opción que clamar al Hijo de Dios por misericordia y perdón; es entonces cuando puede experimentar la maravilla y gozosa verdad del amor infinito de Dios que ama a cada uno personalmente, y esa bendita realidad le llevó a morir por cada uno de forma intensa y personal.
Tenía toda la razón Parker, ¿por qué me elegiste a mí? No estoy hablando de elección predestinada para salvación. Ese es otro tema, y no lo comparto cuando lo estudio con detenimiento ante las Escrituras; estoy pensando en elección por todos y cada uno de nosotros para salvación, muriendo en la cruz del Calvario para darnos vida, y a la vez pensaba en cada uno de nosotros de forma especial e individual… Otra historia es la elección para servirle y entregar nuestras vidas al completo dedicadas a su obra.
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Cuando comenzamos la preciosa Semana de Pasión, no puedo evitar, y más cuando pasan los años, algo que siempre he hecho, pero que cuanto más tiempo el Señor me da de vida siento con más fuerza. ¡Cuánto me amó, por qué me escogió para sí, y cuánto me sigue amando a través de mi camino al cielo a pesar de todas mis imperfecciones y errores!
Muchos celebran estos días de modo erróneo, van tras cruces e imágenes hechas por mano de hombre; otros nos recogemos y lloramos de gozo y agradecimiento por haber entregado su vida hasta la última gota de sangre en un madero cruel y maldito.
Nunca entendí el porqué demasiadas personas que son creyentes genuinos se cuestionan la imagen de una cruz, para mí no es motivo de adoración, es simplemente el precioso recuerdo y símbolo del cristianismo. No adoro a la cruz, adoro al que murió clavado en ella por amor a mí.
En estos momentos traigo para vosotros un poema que escribí hace años, pero que es el sentimiento más profundo de mi corazón. Mi bendito Cristo se entregó por salvarme, y en estos momentos y en los días que vienen quiero recordarlo de modo muy especial, agradezco, pienso, siento… me postro y adoro….. y me vuelvo a preguntar… ¿Por qué a mí, Señor?…. Mi respuesta ante todo ese amor y esa gracia insondable está en mi sentir…
¿Qué tienes conmigo Jesús nazareno
que agarras mi alma y la haces vibrar?
hoy te necesito en la luz del alba,
al lado del pozo y al lado del mar.
¿Me abrazas con fuerza Jesús nazareno?
hoy te necesito para caminar:
pero yo no quiero un agua estancada,
quiero de la tuya hasta rebosar.
Quiero un agua fresca como nace un río
que nace saltando y fluye al bajar;
¡quiero que me inunde, quiero que me empape!
Quiero que me envuelva en tu reposar.
Jesús nazareno hoy quiero postrarme,
y sentir caricia de tu mano en mi;
¡lléname de agua, lléname de vida!
Hazme un vaso nuevo para bendecir.
Dame amor profundo para el muy cansado,
dame amor tierno por quien quiere paz;
dame comprensión por el necesitado,
dame corazón para esparcir tu amar.
Que de nada vale que llenes mi vida,
si lo guardo todo sólo para mi;
quiero ser un cauce, quiero ser un río,
Jesús nazareno que me amaste a mi.
Te lo entrego todo Jesús nazareno,
mi vida, mi alma y mi corazón.
Lo entregaste todo por salvar mi vida,
y hoy te lo devuelvo de nuevo, Señor.
De modo que no quiero quedarme sólo en contemplar, agradecer, amar y adorar…. Quiero entregarle todo de mí, e imitarle en poder compartir lo que yo he recibido. Termino con las preciosas palabras de un maravilloso himno que siempre taladra mi corazón, escrito originalmente en inglés por Isaac Watts, y traducido al español por Enrique Turrall:
“Mi gloria y mi blasón será
La cruz bendita del Señor,
Y lo que di a la vanidad
Ya le dedico con amor.”
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