A modo de epílogo, añado a los capítulos precedentes esta breve demonología bíblica, en varios capítulos también, porque creo necesaria algunas explicaciones que puedan responder a las objeciones actuales acerca de la existencia de los demonios.
Creo que la mayor victoria de Satanás y de sus huestes consiste en la negación de su propia existencia. Muchos teólogos participan de esta idea de la no existencia de los demonios. Por ejemplo, Rudolf Bultmann escribía al respecto ya a mediados del siglo XX: “No se puede utilizar la luz eléctrica o aparatos de radio y hacer frente a casos de enfermedades valiéndonos del recurso de la medicina moderna o de medios clínicos y, al mismo tiempo, creer en los espíritus y en el mundo de los milagros del Nuevo Testamento”.
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En otro lugar escribía: “Sostengo que las ideas del Nuevo Testamento acerca de los demonios, cuando perviven o son trasladadas al mundo moderno, son mera superstición; la Iglesia debería hacer rápidamente lo suyo para erradicarlas, porque solo pueden poner en peligro la auténtica efectividad de la predicación”.
A estos postulados de Bultmann contrapone el también académico Julius Schniewind los resultados de sus investigaciones novotestamentarias. Dice: “En el Nuevo Testamento se contempla la realidad de los demonios desde la realidad de su superación por la victoria de Cristo…El tema de la cristología guarda relación con la demonología…De alguna manera, se deja ver en todas las declaraciones cristológicas y soteriológicas. Los demonios son la realidad transsubjetiva del mal…Son ‘poderes’ que ganan señorío sobre nosotros y nos separan de Dios”.
Aun sin pretender menoscabar las posibles contribuciones exegéticas de Bultmann, estamos con Schniewind cuando, al ocuparse de las tesis de aquel sobre el problema de la desmitificación del Nuevo Testamento, concluye: “Aquí se esfuman todos los ‘hechos de salvación’: desaparecen la Navidad, el Viernes de Pascua, y la predicación de la resurrección. El kerygma novotestamentario, como tal, queda cuestionado”.
Dos años después de la respuesta de Schniewind a Bultmann, el teólogo y discípulo de Schniewind, Helmut Thielicke, publicó su libro Preguntas del cristianismo al mundo moderno. Aquí Thielicke titula el extenso cuarto capítulo de su obra: “Acerca de la realidad de lo demoníaco. El misterio de los poderes suprapersonales”.
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Lo mismo que Schniewind, Thielicke muestra que en el Nuevo Testamento la realidad de los demonios se contempla siempre desde su superación, es decir, desde la victoria de Jesús. Puesto que Satanás y sus ejércitos de demonios han sido derrotados, no puede existir una predicación cristiana que use como argumento el miedo a Satanás y a sus demonios. Satanás no tiene en sí mismo ningún poder de disposición sobre el hombre. Cuando una persona cae bajo el poder de los demonios, es debido únicamente a que la persona misma, de manera subjetiva, se ha colocado conscientemente bajo el influjo del diablo y le ha ofrecido su mano para planificar y caminar juntos.
Mientras que el hombre viva en este mundo, su vida será una lucha continua contra “huestes espirituales de maldad” (Efesios 6:12), detrás de las cuales está el “príncipe de este mundo”, Satanás (Juan 12:31; 14:30; 16:11). Esto vale para todo cristiano y, de manera especial, para los predicadores del evangelio. Martín Lutero sostuvo también esta lucha; por eso arrojó el tintero contra el diablo.
Desde la perspectiva del Nuevo Testamento, la predicación tiene siempre una única meta: llamar a los hombres a salir del marco de influencia de Satanás e invitarlos a colocarse bajo el señorío de Cristo. En Hechos 26:18 cita Pablo palabras de Jesús relacionadas con el ministerio para el que el Señor le había escogido, y le dice Jesús que lo envía “a los gentiles, para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios”.
Satanás y sus demonios se indignan y rabian de ira contra este posible cambio de señorío. Ellos harán todo lo posible para inutilizar al predicador del evangelio e incluso para eliminarlo si pudieran. De ahí que la teología sea siempre teología de la tentación; teología ante las fauces abiertas del infierno que quiere tragarnos. Teología ante el rugido del león satánico que quiere devorarnos.
Numerosos teólogos académicos consideran al diablo solo un recurso o figura mítica para explicar la experiencia psicológica del mal. Pero esta teoría origina más problemas de los que pretende resolver. Y es que, si aceptamos esta idea, tenemos que aceptar, por oposición, que también Dios no es más que un mero recurso mítico para la idea del bien. Así que, Dios tampoco sería un ser personal, como tampoco lo es el diablo. Y nos preguntamos, por qué la manifestación del mal en el mundo, que palpamos con ambas manos, tiene que ser menos real que Dios, que representa a lo bueno. Y si las historias bíblicas de Dios no son más que historietas de dioses, es decir, mitos, inventados por los hombres para tratar de explicarse lo que no entienden del todo, necesariamente tenemos que concluir que la Teología ha llegado a su fin. Ocuparse de la Teología es una tontería o, como decía Bultman: “Teología es antroplogía”.
Por otra parte, la teoría mítica de los demonios nos conduce a concluir que Jesús se equivocó completamente en la interpretación de sus propias obras y ministerio. Al liberar a los poseídos por los demonios, estaría fantaseando con un mito primitivo. Los informes de los evangelios acerca de sus tentaciones en el desierto por Satanás durante cuarenta días, se evaporarían en un espejismo. Claro que el recurso de siempre de algunos sería argumentar diciendo que nada de estas historias de tentaciones y liberaciones fueron ciertas. Que son invenciones de la Iglesia en su intento de explicar lo inexplicable. Pero yo entiendo que la idea del mito origina más problemas de los que pretende solucionar.
La historia de Jesús contenida en los evangelios no puede ser entendida correctamente sin la figura del opositor Satanás y sus demonios, puesto que el testimonio de los evangelios sostiene que Jesús combatió sin cesar con los poderes demoníacos. De hecho, la interpretación que uno de sus discípulos, el apóstol Juan, hace sumariamente del ministerio de Jesús dice: “Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo”. Más todavía, hay un consenso bastante amplio entre los comentaristas que se valen del método histórico-crítico, en sostener que Lucas 11:20 encierra palabras e ideas del mismo Jesús. Leemos: “Mas si yo por el dedo de Dios echo fuera a los demonios, ciertamente el reino de Dios ha llegado a vosotros”. De modo que aquí el Jesús histórico pretende demostrar la llegada del reino de Dios a los hombres alegando su práctica y su poder personal para echar fuera demonios. Jesús, pues, estaba convencido de que en su lucha con los demonios tenía que ver con entes espirituales individuales; seres inteligentes, dotados de voluntad y autoconciencia. ¿Qué diremos a esto? ¿Acaso que Jesús era un hijo de la cultura y de la cosmovisión de su tiempo pero que esos demonios no existían de verdad? Verdaderamente, resulta muy difícil negar, Biblia en mano, la realidad de los demonios en los términos que aludimos a ellos.
De todos modos, que cada cual crea lo que quiera. Yo digo como Pablo: “Con todo… si alguno quiere ser contencioso, nosotros no tenemos tal costumbre [la de negar la existencia de los demonios], ni las iglesias de Dios” (1 Corintios 11:16).
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