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¡Vete!

El señorío de Cristo sobre nuestra vida interfiere con nuestros intereses, ya sean económicos, sociales o de cualquier otra índole.

LA CLARABOYA AUTOR 604/Felix_Gonzalez_Moreno 13 DE FEBRERO DE 2022 20:00 h
Foto de [link]Andrew Reshetov[/link] en Unsplash CC.

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“Y comenzaron a rogarle que se fuera de sus contornos”



(Marcos 5:17)



 



¿Qué podríamos pensar de los gergesenos cuando vieron sentado junto a Jesús y en sus cabales al hombre que había estado endemoniado? Este hombre había sido una auténtica plaga para toda la comarca. De cara a esto, pensaríamos que los gergesenos se alegrarían y darían a Dios honor y gloria por haberles librado de ese gran problema y haber devuelto al pobre hombre a su sano juicio.



Pero no, de honor y gloria no encontramos absolutamente nada. Tampoco vemos la más mínima expresión de gratitud hacia Jesús. Y tampoco ninguna alegría por la curación de su conciudadano. Antes bien, todo lo contrario, no quieren tener nada que ver con tan grande benefactor, Jesús. Ni siquiera tienen en cuenta que, si hubiera más endemoniados en la región, ésta sería una buena oportunidad para ayudarles a todos ellos y liberarse de los peligros de aquellas  personas, en extremo desgraciadas e indomables. Los gergesenos no tuvieron compasión de sus propios paisanos que pudieran estar anhelando esta ayuda. Y es que, cuando el señorío de Jesús sobre nosotros pone en peligro nuestros intereses, nuestra decisión suele ser a veces negativa. Mejor que las cosas se queden como estaban. Lamentable, pero cierto.



No era la primera vez que los hombres le pedían a Jesús que se fuera. En el libro de Job 21:14, dicen los hombres a Dios: “Apártate de nosotros, porque no queremos el conocimiento de tus caminos”. Y esto es lo que está diciendo nuestra Europa a Dios: “Apártate de nosotros”. La descristianización de nuestro viejo continente continua a grandes pasos. Y si Dios no lo remedia, la cultura y la fe cristianas serán piezas de museo.



Le ruegan



Indudablemente, los gergesenos  están fuertemente impresionados por lo que están viendo. Y lo más terrible: Jesús les da miedo. El evangelista Lucas nos dice que “tenían gran temor” (8:37). El forastero y su poder les produce mucho miedo. Pero este no es el temor del pecador que descubre ante sí al santo de Israel, como le ocurrió al apóstol Pedro tras la pesca milagros. Cayó en tierra delante de Jesús y le dijo: “Apártate de mí, Señor, que soy hombre pecador”. En el caso del temor de los gergesenos se trata del miedo de los que creen estar enfrentando un poder que no pueden controlar de ninguna manera. El endemoniado estuvo bien localizado durante muchos años. Bastaba con no acercarse por la zona para no tener problemas con él. Pero ¿qué pretendía este forastero? ¿Hasta dónde pretendía llegar en sus vidas? Y ¿cómo le iban a decir: “Hasta aquí”, una vez que se les hubiera acercado demasiado? Ante la duda, mejor pedírselo ahora: “Por favor, vete de nuestros contornos”.



Con frecuencia se ha dado el caso de que cuando el señorío de Cristo sobre nuestra vida interfiere con nuestros intereses, ya sean económicos, sociales o de cualquier otra índole, el hombre toma una decisión equivocada contra Dios, contra Cristo. Los amos de la muchacha pitonisa veían con buenos ojos que ésta fuera detrás de Pablo y Silas gritando: “Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, quienes os anuncian el camino de  salvación”. Pero cuando Pablo mandó al espíritu que poseía a la muchacha que saliera de ella, y sus amos vieron “que había salido la esperanza de sus ganancias”, los denunciaron ante las autoridades y fueron arrojados en la cárcel, o sea, los quitaron de en medio (Hech16:19). Lo mejor es que todo se quede como estaba. Y es que, el negocio es el negocio.



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Por favor, “vete de nuestros contornos”. Sí, se lo pidieron por favor, puesto que el texto dice que ‘comenzaron a rogarle’ que se fuera. Le rogaban de manera cordial e insistente; no le exigían de mala manera como cuando un arrendador quiere echar de la casa de su propiedad a un inquilino que no se quiere. No querían provocar el disgusto ni, muchos menos, la ira de tan poderoso desconocido. Para eso tenían demasiado miedo.  Por eso se lo pidieron de manera educada y como lo hacen los pordioseros. Pero, aun así, pedirle con buenos modales a Jesús que se vaya de nuestra vida es un error que pagaremos muy caro.



¡Vete!



“¡Vete!” ¿Comprendemos la gravedad de esta torpe petición?



Nos sorprende la reacción de los gergesenos ante la visita de Jesús. Su ruego no es: “¡Ven!”, como pedía a Pablo en sueños el varón  macedonio: “¡Pasa a Macedonia y ayúdanos!”, plenamente consciente de las necesidades de su pueblo y de la propia incapacidad para salir de su crisis espiritual. Por el contrario, el ruego de los gergesenos fue: “¡Vete¡” De esta manera encarnaba el ejemplo de millones de personas a las que hoy se les ofrece la salvación de Jesús, pero responden como los gergesenos: “¡Vete!”



Otra vez, ¿qué había detrás de esta incomprensible petición para nosotros, personas del siglo XXI? ¿Es que no querían aquellos gentiles tener nada que ver con la religión de los judíos? ¿Estaban acaso rechazando las pretensiones del Mesías judío sobre aquellas tierras que, según Números 24, le pertenecían a él? ¿Temían el final de su vida acostumbrada y no estaban dispuestos a enfrentar las inquietudes o posibles inconvenientes de un despertar religioso? ¿O es que tenían miedo del extraordinario poder de Jesús? El Evangelio no nos aclara sus motivos. Es posible que éstos fueran varios. Pero la Biblia no nos ofrece una interpretación psicológica del suceso. Simplemente se limita a ofrecernos la conclusión final. Y esta es que Jesús debe irse del lugar.



No, ellos consideraban que lo mejor era no tener nada que ver con este Jesús. ¡Que se vaya de nuestros contornos! ¿Y nosotros? ¿Qué razones tenemos nosotros para darle la espalda a Jesús hoy, para decirle: ¡Vete de mi vida!?



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¿Qué o a quién amas más que a Jesús? ¿Se trata tal vez de alguna forma de pecado, de los deseos de la carne? ¿Es posible que tus negocios te sean más importantes que Jesús? ¿O se trata de una persona a la que te sientes profundamente ligado y que temes que no comprenda tu conversión a Jesús y te abandone?



¿Qué o a quién es lo que más amas? ¿A quién le pertenece tu corazón? ¿A tu negocio? ¿A tu dinero? ¿A tu novio o novia? ¿A tu esposa o esposo? ¿A tus hijos? ¿O a tu propio yo? Sea lo que sea, expulsa del trono de tu corazón a quién no debe estar en ese trono porque no le pertenece. El trono pertenece a Jesús. Sólo Jesús es digno del trono de nuestra vida. Y nadie más.



Jesús, el Hijo del Dios viviente, el que podría llenarlos de riquezas espirituales, el que podía satisfacer su hambre y sed de sentido en la vida, el que podía haberles dado vida eterna, el que les podía haber sustituido la pérdida de su piara de cerdos con mayores riquezas espirituales, a éste le dicen que se vaya, lo echan de sus contornos. ¿Y qué dice la Biblia a todo esto? Dice, según Hebreos 2:3: “¿Cómo escaparemos nosotros si descuidamos una salvación tan grande?”



También hoy hay personas que, de alguna manera, han experimentado o sido testigos del poder especial de Jesús. Sin embargo, en lugar de aprovechar esta  oportunidad para  abrir sus corazones a Jesús e invitarle a venir y quedarse en sus vidas, le rechazan, le dicen: ¡Vete! No lo quieren como Señor en sus vidas. ¿Es este tu caso? Si es así, recuerda que Jesús quiere venir a tu vida, y ábrele la puerta de tu corazón ahora mismo. En Apocalipsis 3:20 te dice Jesús hoy: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”. Indudablemente lo mejor que te podrá ocurrir a lo largo de tu vida es que Jesús venga a ti con su gracia y su poder, para quedarse contigo para siempre y tú con él.



Vete de nuestros contornos



El varón macedonio de la visión que tuvo Pablo habló por sí mismo y por todo su país. Le dijo: “Pasa a Macedonia y ayúdanos”. En cambio, los gergesenos se abrogan la autoridad de hacerse eco de la voz de todos sus conciudadanos, y le dicen a Jesús: “¡Vete de nuestros contornos!” ¿Quiénes eran ellos para hablar por todos? Con semejantes ciudadanos un país no tiene necesidad de enemigos externos, pues ellos son su peor desgracia.



¡Qué distinto Bernabé! Cuando emprendió el primer viaje misionero en compañía de Pablo, entendió que su primera estación debía ser la isla de Chipre. ¿Y por qué Chipre? Pues porque era su patria de nacimiento. Allí estaban sus familiares y amigos de infancia y juventud, y él quería llevarles el evangelio de Jesús. Él amaba a su tierra y a sus gentes, su familia; por eso dispuso que este fuera su primer destino para evangelizar.



Todos tenemos una responsabilidad por nuestra tierra. Al gergeseno liberado del poder de los demonios le dijo Jesús: “Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido de ti misericordia.”



“Vete a tu casa”. En el mundo antiguo greco romano la casa no  comprendía solo a los familiares directos, esposos e hijos, con los que se convivía, sino también a los esclavos, amigos e incluso compañeros de trabajo. De manera que, casa describía a toda la esfera de influencia de una persona, a todo el espectro de sus relaciones sociales. Y este es el campo misionero que Jesús pone delante del hombre que acababa de ser liberado de la posesión de los espíritus inmundos. 



Aunque algunos ciegos espirituales pretendan cerrarle a Jesús la puerta de una región, provincia o país, el Señor mantiene sobre el terreno los testigos de su gracia, hombres y mujeres que han experimentado la obra y la misericordia de Dios en sus vidas.



Es posible que la mayoría de las personas de un país den la espalda a Jesús, pero esto no anulará la obra del Señor. En Juan 1:11 se nos dice de Jesús y su obra: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron”. Pero en el versículo siguiente se añade: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. Y este es el caso de la historia del gergeseno. Solo uno fue salvado por Jesús ese día. Pero valió la pena. Y de ese uno salió por toda la región de Decápolis un poderoso testimonio que, indudablemente ganó a muchos para Cristo, porque escrito está: “Mi palabra no volverá a mí vacía”, dice el Señor. 


 

 


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