El camino seguido por uno de los líderes de la segunda generación de anabautistas, Menno Simons, fue el recorrido por la mayoría de quienes tuvieron liderazgo en las comunidades de creyentes que practicaron conscientemente el bautismo de conversos.
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Los anabautistas, Menno Simons entre ellos, en el siglo XVI formaron parte de la Reforma radical, la cual se diferenció de la Reforma magisterial. Al respecto es importante distinguir una de otra, para lo cual contribuye realizar una aclaración de términos:
La Reforma Radical, llamada a veces el Ala Izquierda de la Reforma (Roland H. Bainton), fue un movimiento hecho de tres tendencias principales, no muy estrechamente vinculadas al comienzo: el anabaptismo, el espiritualismo y el racionalismo evangélico. Estas tendencias acabaron por constituir un testimonio y un empuje únicos, una auténtica tercera fuerza, comparable con las otras dos, el protestantismo clásico y el catolicismo romano”. El término reformadores magisteriales se refiere “a los protestantes clásicos de la Reforma Magisterial encabezada por Martín Lutero, Juan Calvino y Tomás Cranmer […] Reforma Magisterial [designa] las iglesias establecidas del protestantismo clásico, así las territoriales como las nacionales (en oposición a las sectas, comunidades e iglesias voluntarias de la Reforma Radical). El adjetivo ‘magisterial’ procede de la palabra magistratus o sea la magistratura (concejales, príncipes y reyes) y no de la palabra magisterium, o sea la autoridad magistral, y se refiere, en consecuencia, a la manera como se establecieron y se mantuvieron gubernamentalmente en el siglo XVI las tres formas principales del protestantismo clásico [luterano, calvinista/reformado y anglicano]. [1]
El diferendo hermenéutico entre el catolicismo romano, el protestantismo clásico y el movimiento anabautista tuvo un contexto histórico que es preciso comprender. Comprender el contexto histórico no es lo mismo que justificar todo lo llevado al cabo por los actores sociales que se confrontaron con distintos medios a su alcance. El hecho de que sobre un mismo tema, por ejemplo el bautismo de infantes o de creyentes o si era legítimo recurrir a la violencia para imponer la fe, cada parte llegó a distintas conclusiones derivadas de su entendimiento de la Biblia, muestra que las condiciones históricas e ideológicas no son determinantes ni mecánicas en la conformación de ideas y creencias. El contexto histórico es un condicionante en la formación del imaginario colectivo, sin embargo, el horizonte de comprensión no queda cerrado a ese condicionante, porque siempre ha habido personas y/o colectivos inicialmente marginales que visualizaron otras alternativas.
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Los anabautistas al criticar, por su entendimiento del Nuevo Testamento, la simbiosis Iglesia oficial/Estado, estaban poniendo en entredicho un entramado religioso y político que tenía tras de sí trece siglos de vigencia, habiendo iniciado con la conversión de Constantino el Grande en el año 312. Al respecto es conveniente tener en cuenta que
Pese a todas sus diferencias temperamentales, teológicas y ambientales, Lutero y Zwinglio, como Cranmer y Calvino más tarde, estaban de acuerdo en asignar al magistrado evangélico, o sea al rey, al príncipe o al concejal del ayuntamiento, una vocación distintivamente cristiana. Aunque esos cuatro reformadores magisteriales –y sus aliados y contrapartes en otros territorios, como Bucer[o] y los demás predicadores parroquiales de Estrasburgo– fueron alterando sus formulaciones a lo largo de su actuación reformista y, en todo caso, demostraron tener muchas diferencias unos con otros, es un hecho que, por lo menos, estuvieron siempre firmes en su posición contra el programa radical de los separatistas, pues los separatistas rompían, en principio, con la concepción antigua y medieval del corpus christianum que, remontándose a Constantino, Teodosio y Justiniano, entendía la iglesia y la comunidad civil como términos virtualmente intercambiables y, en consecuencia, interpretaba el cisma como sedición.[2]
Inicialmente varios de quienes llegarían a ser líderes anabautistas fueron partidarios de Lutero. Después el estudio bíblico constante les llevó a descubrir principios como el de que ser cristiano era una decisión personal y voluntaria, que, además, requería de los convertidos compromiso con una comunidad de creyentes en la cual se practicara el seguimiento de Cristo. Fue entonces que su disidencia bíblica/teológica les hizo, en un mundo en el que imperaba la unión Iglesia oficial/régimen político, irremediablemente disidentes sociales y políticos.
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A diferencia de otros reformadores protestantes/evangélicos (Lutero, Zwinglio y Calvino, preponderantemente) que escribieron trabajos teológicos y han sido traducidos con cierta profusión al castellano, y que además tienen herederos confesionales en el siglo XXI, en el caso de Simons quienes se identifican en Iberoamérica con sus postulados doctrinales cuentan con muy pocos materiales vertidos a la lengua de Cervantes.
Las obras completas de Menno Simons (disponibles en holandés, alemán e inglés) tienen una extensión de casi mil cien páginas, y de formato grande, en su versión inglesa. El cuerpo de escritos traducidos al castellano de Menno Simons es magro. La deficiencia aminoró hace algunos años al publicarse Un fundamento de fe, obra central en los escritos de Menno. En la versión inglesa tiene una extensión de ciento veinte páginas, la traducción castellana (realizada del neerlandés) resultó en un libro de 15.5 x 21 cm y 210 páginas. Ahora contamos con más o menos un quince por ciento en castellano de la obra total escrita por Menno Simons, si sumamos Un fundamento de fe y otros escritos traducidos que se encuentran dispersos en distintas fuentes, entre ellas el clásico Textos escogidos de la Reforma radical. [3]
Los teólogos y clérigos defensores de la unidad religiosa territorial argumentaban en favor de la misma citando preceptos bíblicos. Los anabautistas que se consolidaron como una vertiente diferenciada de la Reforma magisterial a partir del 21 de enero de 1525 (al practicar el bautismo de creyentes en Zúrich)[4], igualmente fundamentaron su disidencia religiosa/política en pasajes de la Biblia. Surgió entonces un conflicto hermenéutico, que derivó en diferencias en otros campos, entre teólogos defensores de la identificación del Estado con una solo confesión y los anabautistas/menonitas que en el siglo XVI defendieron la libertad de disentir de la creencia religiosa oficial.
El camino seguido por uno de los líderes de la segunda generación de anabautistas, Menno Simons, fue el recorrido por la mayoría de quienes tuvieron liderazgo en las comunidades de creyentes que practicaron conscientemente el bautismo de conversos. Menno, en Un fundamento de fe (primera edición de 1539-1540, y una posterior de 1558) comenta en las primeras páginas que leyó trabajos de Lutero, quien le fue “de alguna ayuda, porque a través de él supe que los mandamientos humanos no nos pueden atar a la muerte eterna”. Igualmente recurrió a escritos de Bucero y Bullinger. Entonces decidió que frente a las discrepancias que encontró tenían entre sí los reformadores protestantes en distintos tópicos, lo mejor para él era “estudiar el Nuevo Testamento con diligencia”. A ello dedicó intensas jornadas, y el resultado fue su ruptura definitiva con la Iglesia católica romana y toma de distancia de la Reforma magisterial.
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Acerca de la influencia inicial de Lutero sobre quienes después se distanciarían de él no por lo que enseñaba, que tenían por correcto, sino por lo que dejaba de lado y que los anabautistas consideraban también central, un documento asienta que:
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los primeros anabautistas se consideraban participantes plenos del movimiento evangélico más amplio de renovación religiosa, que finalmente se llegó a conocer como la Reforma: compartían el entusiasmo de los primeros reformadores por el principio de sola Scriptura, leían los folletos de los primeros reformadores y participaban con avidez de los estudios bíblicos laicos, siempre cuestionándose de qué modo las Escrituras podían aplicarse a su vida. Por cierto, cuando Lutero y otros reformadores empezaron a plantear serias críticas a la Iglesia entre 1517 y 1521, que finalmente derivaron en una ruptura con sus oponentes, entre sus primeros seguidores se hallaban muchos de los primeros líderes anabautistas. [5]
Para cuando los teólogos luteranos presentaron la Confesión de Augsburgo en 1530, la mayor parte del liderazgo anabautista que poseía alguna instrucción escolar y teológica había perecido ejecutado tanto en territorios católicos como protestantes. Bajo intensa persecución la propuesta anabautista se diseminó y guardó rasgos distintivos que le dieron identidad. Es cierto que el
movimiento [fue] profundamente influenciado por la visión de la primera Reforma (incluyendo el desafío que representaba a las instituciones religiosas tradicionales y el posicionamiento de las Escrituras como máxima autoridad de la fe y práctica cristianas), [por otra parte] sus enseñanzas representaban algo nuevo y aparentemente peligroso. Al hacer un llamado a los cristianos, por ejemplo, a abstenerse de jurar, de participar en actos de violencia letal o de asumir cargos judiciales, al parecer estaban amenazando las bases de la estabilidad política. El modelo económico anabautista de solidaridad e igualdad social desestabilizaba tanto a los teólogos como a las autoridades civiles, quienes consideraban que las estructuras sociales tradicionales estaban establecidas por Dios. Al definir la Iglesia como una comunidad voluntaria, separada del “mundo perdido”, los anabautistas cuestionaban la idea de que Europa pudiera considerarse legítimamente como una sociedad cristiana. [6]
Notas
[1] George H. Williams, La Reforma radical, México, Fondo de Cultura Económica, 1983, p. X.
[2] Ibid., p. 270.
[3] Texto compilado y editado por John Howard Yoder, Buenos Aires, Ediciones La Aurora, 1972; reeditado en 2007, y en España por la Biblioteca Menno en 2016).
[4] Sobre el tópico Juan Driver, La fe en la periferia de la historia. Una historia del pueblo cristiano desde la perspectiva desde los movimientos de restauración y reforma radical, Guatemala, Ediciones Semilla, 1997, pp. 167-180.
[5] La sanación de las memorias: reconciliación por medio de Cristo. Informe de la Comisión Internacional de Estudio Luterano-Menonita, Ginebra-Estrasburgo, Federación Luterana Mundial-Congreso Mundial Menonita, 2010, p. 23.
[6] Ibid., p. 25.
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