¿Puede ser la situación en Afganistán una oportunidad de testimonio para la iglesia global?

Aunque la revista Time insista en señalar a Elon Musk como persona del año por el desarrollo de su carrera de conquista espacial, lo cierto es que han habido acontecimientos de mayor impacto para la vida en el planeta tierra, y personas que, aunque desde el anonimato, los han vivido prácticamente sin ayuda ni reconocimiento. Es el caso de muchos afganos y, sobre todo, de aquellos que pertenecen a alguna minoría religiosa en el país asiático, como los cristianos. 

Y es que si el espacio para la libertad religiosa y de conciencia ya era nulo antes en el segundo país de la Lista Mundial de persecución (solo superado por Corea del Norte), desde la toma del poder por los talibanes en el mes de agosto de 2021 las expectativas de mejora de la situación son todavía más limitadas. Pero lo que a nivel internacional se ha reconocido como una emergencia política y social, también ha generado movimiento en la iglesia ubicada en otros países. 

En realidad, al observar los dramáticos acontecimientos actuales, es oportuno también recordar que la iglesia se ha manifestado con especial relevancia en escenarios de máxima emergencia. Por ejemplo, en la lucha global contra la esclavitud, pero también contra regímenes políticos totalitarios y, sobre todo en los últimos años, en la acción ante las consecuencias de catástrofes naturales. 

En el caso de Afganistán, la urgencia de la iglesia en el país ha encontrado una respuesta cerca, al otro lado de la frontera con Pakistán. A pesar de ser otro de los países más hostiles contra el cristianismo (el quinto en la Lista Mundial de Persecución), grupos de cristianos se han movilizado en ciudades fronterizas como Quetta para servir en las labores de acogida de personas y, en concreto, establecer contacto con los refugiados afganos de trasfondo musulmán que han huido de su país tras la llegada de los talibanes al poder. De hecho, hace unos meses pude hablar con un cristiano pakistaní que ha conocido a veinte de ellos, y que pedía oración por su situación: “Orad por ellos, para que estén firmes en su fe en Jesús. Orad para que puedan encontrar una comunidad espiritual en su propio idioma”, decía. Esto supone muchas dificultades en un país en el que tampoco hay libertad religiosa ni de conciencia, y que, además, hace tiempo anunció que los refugiados afganos dejaban de ser bienvenidos, después de haber recibido a más de 2 millones de personas.

Al mismo tiempo, cristianos de países mucho más lejanos de Afganistán, como Jordania o Líbano, han asumido un rol hospitalario con sus hermanos y hermanas en Cristo que llegan desde el territorio afgano, huyendo de la guerra, de la falta de oportunidades económicas, de la negación de libertad religiosa y de conciencia y, ahora, del régimen talibán. Y cabe decir que lo han hecho con una naturalidad y un biblicismo que debería llamar la atención de la iglesia en occidente.

Con cientos de miles de refugiados en sus territorios, entre ellos muchos afganos, los cristianos libaneses y jordanos no se plantean otra actitud que la que refleja el servicio, la acogida y la hospitalidad propios de su testimonio en Cristo. “Estamos en contacto con varias familias que huyen para salvar sus vidas pero están atrapadas dentro de Afganistán. Nosotros tenemos conocimiento de casi 70 familias cristianas, un total de 400 personas, principalmente mujeres y niños”, explicaba en octubre un líder evangélico de Jordania. “La respuesta de las iglesias evangélicas es concienciar a las comunidades del mundo para encontrar soluciones y un destino seguro para los refugiados que huyen”, añadía.

Su ejemplo, al igual que el de los cristianos que están sirviendo en la frontera de Pakistán con Afganistán, nos recuerda que no se necesita tener mucho para ayudar a otros. Y menos en el caso de las relaciones entre miembros de la familia de la fe. El texto bíblico nos recuerda a todos nuestro deber en cuanto a la oración y el cuidado espiritual y personal, unos para con otros. Estas actitudes son una interpelación para nosotros, como iglesia en Europa, ya que hay momentos en los que parece que todavía no tengamos resuelto el debate sobre si acoger o no.

En un interesante análisis sobre el largo conflicto en Afganistán, Mike Kuhn señalaba el error que, quizá, habíamos cometido en la iglesia occidental al observar la situación en el país asiático. Según Kuhn, vivimos con una esperanzas “mal fundamentadas”, creyendo que una intervención militar extranjera provocaría cambios en el sistema gubernamental a largo plazo, y que esto traería paz y estabilidad al país, y también el desarrollo de la libertad religiosa y de conciencia. Es lo que Kuhn denomina como “falsos dioses”. En este sentido, también destaca el pragmatismo con el que afronta la situación  la iglesia en otros países en los que la libertad religiosa y de conciencia está menos desarrollada que en nuestro contexto, o directamente impedida. Su oración y acción en favor de los cristianos afganos que han huido o que todavía están en el país está teniendo un impacto mucho más efectivo que los análisis y los intentos de esfuerzos que se diseñan desde occidente. 

Mientras que también se han dado movimientos preocupantes en el ámbito exterior, como el acuerdo entre el gobierno chino y los talibanes para desarrollar sus relaciones bilaterales, todo esto es retador para nosotros. Nos lleva a observar la situación en Afganistán y a quebrantarnos, pero a hacerlo en oración a Dios, siendo conscientes de las necesidades de esa parte de la iglesia en ese lugar y pidiendo por ellos. Y también, nos lleva a quebrantarnos reconociendo la urgencia de la situación y buscando oportunidades para brindar la ayuda que tanto se necesita. Ese quebrantamiento debe hacernos comprender, como apuntaba Kuhn, que la fuente de cambio duradero que necesitamos nunca provendrá de algo que no sea Jesús, tal y como él lo prometió. Porque, como subraya el autor, “amamos al ‘otro’ porque Dios nos amó y extendemos ese amor a un mundo que sufre […] El amor no es simplemente un sentimiento. Está dispuesto y actúa por el bien del otro”.