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Un conjuro desesperado e inútil

El nombre de Dios es una promesa de ayuda y asistencia en todo momento.

LA CLARABOYA AUTOR 604/Felix_Gonzalez_Moreno 12 DE DICIEMBRE DE 2021 15:00 h
Foto de [link]Alexander Lam[/link] en Unsplash.

“Y clamando a gran voz, dijo: ¿Qué tienes conmigo, Jesús, hijo del Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes”.



(Marcos 5:7)



 



El espíritu de la razón histórico-crítica se ha sentido tan ofendida por esta historia bíblica, que habla de un traspasar “la línea del buen gusto”. En realidad, esta historia pone al descubierto la honda huella de lo demoníaco en la vida del hombre y, a la vez, la adaptación del hombre al mal, prefiriendo a los demonios antes que a Jesús. Vamos a ver en nuestro texto el tratamiento que el espíritu impuro da a Jesús, el conjuro por el que pretende anular su poder o contrarrestarlo y, en tercer lugar, la petición que formulan los demonios a Jesús, sabiendo que será su Juez el día del juicio final.



El tratamiento: “Jesús, Hijo del Dios Altísimo”



Asistimos en esta historia a un conflicto extraordinario. Cuando el endemoniado ve venir a Jesús, se siente poderosamente atraído por él. Y corre a toda prisa a su presencia. Cuando llega junto a él, se postra a sus pies. Esta postración no es adoración, sino el reconocimiento de estar ante uno mucho más fuerte que él. Y entonces clama a gran voz ante Jesús. De la continuidad de la historia se desprende que se trata de un grito de terror. Los demonios temen a Jesús.



El espíritu inmundo se dirige a Jesús y le llama “Hijo del Dios Altísimo”. Este título casi siempre se encuentra en la Biblia en boca de gentiles y demonios. Los judíos lo usaban cuando hablaban a los gentiles, pero no entre ellos mismos. Según el concepto gentil, el Altísimo es el padre de todos los dioses, la divinidad más poderosa. Para los griegos éste era Zeus, para los romanos Júpiter. Es la conciencia de la existencia de un dios superior a todo otro poder. Pero tanto Júpiter como Zeus son nada y menos, mera invención de poetas. En cambio, Israel tiene el privilegio de conocer el nombre de su Dios, Jehová. Y conoce también su significado precioso. El nombre de Dios es una promesa de ayuda y asistencia en todo momento. Todo el poder que encierra el nombre divino nos ha sido dado a los cristianos en el nombre de Jesús. 



La persona de Jesús es tan poderosa que toda una legión de demonios, más de seis mil, se espantan ante él, tiemblan y gritan de horror. Mientras tanto, Jesús está envuelto en una calma absoluta. Su dominio de la situación es total. Esta calma de Jesús ante miles de demonios es también la que Jesús imparte a sus discípulos ante peligros iguales.



El grito desesperado del espíritu inmundo nos recuerda a esos gritos de las personas encadenadas a vicios y pecados. Una novela de reciente cuño lleva por título “El grito del silencio”. Y es que, el silencio también es un grito. Con frecuencia nos encontramos personas silenciosas cuyo aspecto exterior constituye todo un grito que pide ayuda. ¿Tenemos nosotros la sensibilidad para percibir esa angustia en nuestro prójimo? Quiera Dios sensibilizar nuestro oído interno para que podamos percibir el grito silencioso de los desesperados por una o mil razones, y que después tengamos el ánimo y la disposición de ayudar. 



Necesitamos oídos agudos y ojos claros para poder notar y percibir cuándo una persona está viviendo un conflicto interior que le desgarra, y que después de muchas dudas y sufrimientos decide abrir su boca para dar rienda suelta a sus miedos y angustias. Bienaventurado el cristiano que tiene oídos para oír, incluso a través de palabras insultantes, y que tiene ojos para ver, también tras las apariencias desagradables, las necesidades de un alma que grita, a veces en silencio, buscando ser liberada de las cadenas que le esclavizan y le hacen desgraciada e infeliz. No podemos ni imaginarnos siquiera, cuántas veces tras una apariencia imponente se esconde el anhelo de un corazón que busca misericordia y ayuda, porque no puede liberarse de las ataduras de un espíritu inmundo que le ata a vicios y formas de mal que le hacen desgraciado en extremo.



El espíritu inmundo clamó a gran voz. Voz de trueno. ¿Qué es esa música en extremo ruidosa de las discotecas? Allí hay que hablar a voz en cuello, gritando. ¿Y qué es tanto grito, tanta música y tanto jolgorio? Debería ser la expresión de la alegría y de la sensación de felicidad de los jóvenes; pero lo cierto es que mucho del canto y de la música de este mundo suena como el grito de los espíritus inmundos. A veces las risas escandalosas de muchos no es otra cosa que el relincho de deseos impuros. También estas personas necesitan ayuda espiritual; también debemos llevarlas a los pies de Jesús.



El poder demoníaco que dominaba al gadareno gritó a gran voz: “¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo?” De modo que los demonios reconocen inmediatamente delante de quién están. No solo conocen el nombre de “Jesús”, sino que saben también que este es el “Hijo de Dios”. Así que estos espíritus inmundos ven con mayor claridad que la teología liberal, que los exégetas del método histórico-crítico y que el Islam, para quienes Jesús no es más que un mero hombre, del que no esperan ninguna ayuda y con quien no quieren ninguna relación.



Resulta curioso y dramático que los demonios en tierra extraña conozcan a Jesús, y que no le conozcan sus discípulos. El encuentro con el endemoniado tiene lugar, posiblemente, a menos de una hora de que Jesús calmara la tempestad. Este milagro acaba con los discípulos preguntándose unos a otros: “¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?” A veces los ojos del odio ven más profundo que los ojos del amor y la amistad. (Marcos 4:41). ¿Quién es Jesús para ti? ¿Conoces tú a Jesús como el Hijo de Dios? Es decir: ¿sabes de qué es capaz Jesús? ¿Sabes cuál es su poder a tu favor? ¿Te has postrado ya ante él en sincera adoración y reconocimiento de su señorío sobre tu vida? Para los demonios su cercanía significaba espanto y tortura. ¿Qué significa Jesús para ti?



El conjuro del demonio



Grita el demonio: “¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo?”



“¿Qué tienes conmigo?” es una fórmula que expresa separación. Indica la radical diferenciación entre Jesús y los demonios. Esta fórmula se empleaba ya en el Antiguo Testamento cuando alguien quería remarcar su distanciamiento respecto de otra persona. En esta fórmula encontramos rastros de 1 Reyes 17:18, donde la viuda de Sarepta,  en tierra de gentiles, le dice al profeta Elías, tras la muerte de su hijo: “¿Qué tengo yo contigo, varón de Dios? ¿Has venido a mí para traer a memoria mis iniquidades, y para hacer morir a mi hijo?” También Jesús empleará esta misma fórmula de distanciamiento con su propia madre en las bodas de Caná de Galilea al decirle: “¿Qué tienes conmigo, mujer?” 



Los demonios son conscientes de que entre ellos y Jesús hay un abismo insalvable. ¿Somos hoy conscientes los discípulos de Jesús de que entre Cristo y Satanás no hay nada en común? Lamentablemente no siempre tenemos esto claro. En este sentido, el apóstol Pablo tiene que advertir a los corintios: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial?” (2 Corintios 6: 14-15). 



No hay mayor oposición que la existente entre Jesús y Satanás, “puesto que el Hijo de Dios apareció para deshacer las obras del diablo” (1 Juan 3:8) y “él (el diablo) nada tiene en Jesús” (Juan 14:30). La historia de la tentación de Jesús por Satanás muestra con la mayor claridad el abismo existente entre ambos. Aquí fracasa el tentador en cada intento de tentación, a pesar de que lo intenta sobre la base del reconocimiento de Hijo de Dios y de las referencias a las Escrituras. Pero el resultado final es: “¡Vete, Satanás!” (Mateo 4:10).



La palabra “concordia” que aparece en 2 Corintios 6:15, está relacionada con la palabra “sinfonía”. Tan pronto se alcen las voces del Señor Jesús y la de Satanás, se hará evidente la estridente disonancia, la nota chirriante. Nunca sonará armoniosamente, por mucho que Satanás se esfuerce en ello. Las ovejas diferencian rápidamente la voz del extraño. Jesucristo y los demonios son enemigos mortales, ¿cómo podrán ser amigos sus respectivos partidarios, sus seguidores?



Cuando el espíritu inmundo se postra ante Jesús, se dirige a él “clamando a gran voz”. Esta voz potente pretende impactar a Jesús, atemorizarle si fuera posible. Es la voz de la furia, de la rabia desenfrenada. Esta voz potente es un recurso defensivo del espíritu inmundo, puesto que inmediatamente le lanza a Jesús un exorcismo con el propósito de contrarrestar su poder.  La misma fórmula es un movimiento de rechazo y distanciamiento que apunta a dos poderes o reinos enfrentados y claramente delimitados: “¿Qué tienes conmigo?” La apelación “Jesús, Hijo del Dios Altísimo” forma parte del conjuro y, valiéndose del conocimiento del nombre de Jesús y de su dignidad de Hijo de Dios, intenta ganar poder sobre él. Pero el nombre de “Jesús, Hijo del Dios Altísimo” no surte ningún poder en bocas que cultivan la inmundicia y la maldad.



Los demonios se resisten a entregar sus dominios. Al principio Satanás tentó a Jesús para desviarlo de su senda mesiánica, ofreciéndole todos los reinos del mundo, a cambio de que se postrase ante él y le adorara; ahora sus secuaces intentan de nuevo ganar poder sobre Jesús por medio del conjuro. Esto es inaudito. Esta es la condición de los demonios, se saben derrotados, saben que no pueden hacer nada contra el santo de Dios y, no obstante, tienen el descaro de intentarlo una y otra vez.



En realidad, con su conjuro, el espíritu inmundo incurre en la parodia, puesto que la fórmula de conjuro que usa el demonio contiene el nombre de Jesús, con lo que comprende ya en sí el reconocimiento del poder superior del Señor. Además, ¿qué puede provocar “en Dios” un conjuro contra su propio Hijo? Ya de entrada nuestro texto subraya el poder de Jesús y, al final, queda patente de nuevo el poder del Señor sobre los espíritus inmundos. Una sola palabra de Jesús es suficiente para hacer huir a toda una legión de feroces y violentos demonios. 



Nosotros podemos contar hoy con este poder del nombre de Jesús cuando fuere necesario, pero que nadie incurra en bravuconadas. El asunto es serio. A la hora de tratar con personas endemoniadas debemos saber muy bien en qué terreno nos estamos introduciendo y cómo tenemos que proceder. 



La petición de los demonios



Grita el demonio a Jesús: “Te conjuro por Dios que no me atormentes”. La presencia de Jesús no es refrigerio y descanso para los que no creen en él. Es un tormento para los demonios tener que vérselas con Jesús. De este temor habla Santiago cuando dice: “Los demonios creen, y tiemblan” (Santiago 2:19).  Y lamentablemente hay personas que tienen la fe de los demonios. 



Los demonios conocen a Jesús, pero solo saben de él que su nombre les desconcierta y les aterra, que constituye un tormento para ellos. El día del juicio final el tormento para estos espíritus consistirá en que vendrá Jesús y los juzgará. Verle entonces significará para ellos desesperación eterna. Lo mismo que para los hombres y mujeres que no supieron reconocerle como Salvador y Señor. 



Los demonios conocen a Jesús, pero no quieren tener nada que ver con él. Su sola presencia significa para ellos un tormento. De ahí la petición del espíritu inmundo: “Te conjuro por Dios que no me atormentes”. Se lo piden en el nombre de Dios. Saben que Dios es fuente de bendición para todo el que le pide, pero los demonios están eternamente excluidos de las bendiciones divinas. Piden, pues, un imposible. Jesús no va a atender su petición. En cambio, sí que atenderá en el instante la petición de cualquier pecador que implore su gracia y su perdón, porque Jesús ha venido para salvar a los pecadores.



En Mateo 8:29 le dicen los demonios a Jesús: “¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo?”. El tenor general del Nuevo Testamento es que el maligno tiene un determinado “tiempo” establecido por Dios. Durante este tiempo podrá crecer y desarrollarse hasta el día de la cosecha. Entonces tendrá lugar el ajuste de cuentas en el juicio final. Así que, los demonios están sorprendidos de la aparición de Jesús en su tierra y le reprochan que procede contra los planes de Dios si ahora ya les atormenta. Saben que, ciertamente, les espera un castigo eterno, y temen que ese tormento haya llegado en ese instante para ellos. También los hombres disponemos de un determinado tiempo para el arrepentimiento y la vuelta a Dios. No sabemos cuánto durará para nosotros ese tiempo. Hoy las enfermedades hacen estrago en las personas de todas las edades. Por eso dice la Escritura: “Si oyereis hoy su voz [la de Dios], no endurezcáis vuestros corazones”. Lector amigo, hoy Jesús te llama al arrepentimiento; hoy Jesús quiere ser tu Salvador y Señor. Recíbele como tal, y recibirás de él el poder de ser hecho hijo de Dios (Juan 1:12). Después de esta experiencia, tu Juez en la eternidad será también tu abogado y salvador, y no tendrás nada que temer.



Dice la palabra de Dios que “el dios de este mundo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Corintios 4:4). Seguramente que esta es la razón por la que muchas personas ven a Jesús como una amenaza para su felicidad, como un tormento, como algo aburrido y triste con la permanente amenaza del castigo sobre sus cabezas. Pero lo cierto es que no hay nada más lejos de la realidad. Jesús ha venido para darnos perdón, libertad de ataduras a toda forma de mal, y paz. Todo esto produce en el alma humana la mayor felicidad.


 

 


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