El creciente peso cuantitativo de los evangélico(a)s, junto con el fortalecimiento de la corriente denominada “Evangelio de la prosperidad”, operaron como alicientes para la decisión de conquistar el poder.
A Samuel Escobar y C. René Padilla, quienes
me descubrieron el mundo de la Reforma Radical.
No se trata de persuadir al mundo, sino de gobernarlo. Tal es el cambio en considerables filas del cristianismo evangélico latinoamericano. Si antes, como hemos intentado desarrollarlo en los artículos de la serie, los evangélicos fueron a contracorriente del régimen de cristiandad (la imbricación política y/o cultural entre la Iglesia católica y los gobiernos), y tal oposición denotaba una nota identitaria de las iglesias de creyentes, más o menos a partir del último tercio del siglo XX fue gestándose el “giro neo constantiniano”. El cambio consistió en aspirar y dar pasos para escalar en las posiciones de poder del Estado para usar estas instancias en la “cristianización” de la sociedad.
El creciente peso cuantitativo de los evangélico(a)s, junto con el fortalecimiento de la corriente denominada “Evangelio de la prosperidad”, operaron como alicientes para la decisión de conquistar el poder. Tuvo lugar el paso de ser una minoría acosada, señalada por su ajenidad a la cultura iberoamericana que paulatinamente se fue afianzando, por factores/personajes exógenos y endógenos, hasta iniciar hace más o menos cuatro décadas un crecimiento explosivo. Por ejemplo, en México, en 1930, 0.75 por ciento de la población se identificó como protestante. En el Censo de 2020 alcanzó 11.2 por ciento, aunque al hacer readscripciones no contempladas en el Censo el porcentaje de protestantes/evangélicos en México fácilmente es de 15 puntos. Mayores porcentajes tienen todos los países de Centroamérica, Brasil, Chile, Colombia, Bolivia, República Dominicana, Venezuela y Argentina.
En el Congreso Evangélico Hispanoamericano de la Habana (1929), el liderazgo asistente imaginó que el fermento para renovar religiosa y culturalmente al Continente estaba en el protestantismo: “No existe ya la Inquisición, pero su espíritu de intolerancia no ha muerto, y la renovación religiosa que esperamos y que ansiamos, no puede venir, no ha de venir, del seno de la Iglesia católica […] ¿Quiénes, pues, encabezarán y dirigirán la renovación religiosa de Hispanoamérica? Para ser verdaderamente efectiva, tiene que ser original y espontánea, y no puede ser otra que la proveniente del Cristo Divino de los Evangelios. Los renovadores deberán ser, ineludiblemente, cristianos. Quedan, por consiguiente, como única esperanza en el momento actual, los núcleos evangélicos latinoamericanos. ¿Está nuestro protestantismo capacitado para iniciar, organizar y dirigir esta renovación?” Entonces se vislumbraba promisoriamente el rol a jugar por el protestantismo, pero no partir de instrumentalizar para sus fines las esferas del poder, sino en la construcción de nuevos ciudadano(a)s que a su vez crearan un nuevo piso cultural distante del patrimonialismo latinoamericano.
Ante el crecimiento evangélico/protestante cabe reflexionar si lo que ha acontecido es más un cambio de adscripción religiosa y una adopción de nuevos rituales religiosos, pero ha quedado más o menos sin tocar el núcleo de ciertas prenociones y prácticas de la cultura patrimonialista latinoamericana, las cuales no se transforman al ingresar al nuevo círculo confesional. Además, la religiosidad popular evangélica, tal vez sea más preciso decir neo evangélica, se inclina por enaltecer a personajes que practican el verticalismo eclesial, dando lugar así al dominio del clericalismo.
El cristianismo evangélico latinoamericano es diverso y en proceso de más diversificación. Por lo tanto es complejo, con matices y vertientes que no es posible reducir y tampoco invisibilizar. Sin embargo, el modo predominante de ser evangélico es, me parece, el que podemos llamar “evangelio pentagonal”: 1) Cristo salva; 2) Cristo sana; 3) Cristo bautiza con fuego; 4) Cristo bendice abundantemente con riquezas materiales y 5) Cristo viene otra vez. Solamente se destacan los beneficios de la salvación, sin hacer el debido énfasis en la construcción de una nueva mentalidad (metanoia) y la consecuente puesta en práctica de los valores del Evangelio del Reino. La versión pentagonal es la que llamó, con otros términos, Dietrich Bonhoeffer como la “gracia barata”. Es el ritualismo carente de discipulado y obras acordes a la creación de un entorno de paz y justicia (Isaías 1:11-18 y 58:5-11).
Los difusores del “evangelio pentagonal” consideran que es debido y factible lanzarse a la conquista de lo público. Sabiéndolo o no proponen un giro constantiniano. Es el neo constinianismo que añora el regreso del régimen de cristiandad. ¿Cómo fue que se llegó a esto? El proceso ha sido largo y múltiples los factores que explican la mutación hacia un predominante cristianismo evangélico en busca de imponer su agenda moral desde las instancias del Estado. Entre los factores a tener en cuenta está, me parece, la lectura descontextualizada de la Biblia, el extravío de una cristología integral, el surgimiento de mediadores eclesiales que anulan o marginan el sacerdocio universal de los creyentes, el ritualismo extático que es creativo para ofrecer un rosario de experiencias dejando intocada la construcción de personalidades que se modelan en el seguimiento de Cristo.
La lectura y enseñanza bíblica que más se difunde en el evangelicalismo latinoamericano es, como ya se dijo, descontextualizada y privilegia pasajes que hablan de conquista sin explicar el entorno histórico de capítulos y versículos. En este acercamiento se pierde la noción de Revelación progresiva de Dios y, consecuentemente, se busca “resucitar” y aplicar mecánicamente momentos de la historia de la Revelación que no son vinculantes hoy. También se privilegia la lectura mágica de la Biblia, creyendo que, si se sigue determinado recetario y se realizan ciertos conjuros o declaraciones, necesariamente Dios hará lo anhelado por quien exige el milagro.
Quedan en el teclado más consideraciones acerca de cómo se fue gestando el estado actual que guarda el cristianismo evangélico en América Latina. Aquí solamente he intentado hacer una descripción de la corriente que domina en su seno. Sería injusto y equivocado totalizar dicha corriente, ya que hay remanentes por distintos lugares esforzándose en ser fieles al Evangelio de Cristo. Tales remanentes son insumos para contribuir en la fermentación de los cambios espirituales, éticos, culturales, sociales, políticos y económicos que urgen para transformar las tierras latinoamericanas. Hay más sectores en los pueblos del Continente coincidentes en unir ideas, voluntades y prácticas para hacer posible otra América Latina. Junto con ellos hay que bregar en la construcción de nuevos horizontes.
Una cuestión es la crítica al evangelicalismo dominante, otra es vencer la tentación del francotirador progresista. Hay que aprender a ver y reconocer los signos prometedores, para no convertirnos en vanguardia sin pueblo. Además de compromiso en comunidades de fe, elaboración comunitaria de teologías y prácticas que “sanen toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo” (Mateo 9:35), coincidencia con movimientos de la sociedad civil para edificar contextos sociales más benéficos para todo(a)s. A esto coadyuva que conozcamos las investigaciones realizadas por “los de afuera” del ser y hacer de las iglesias cristianas evangélicas. Estos acercamientos muestran la multiforme realidad de nuestras comunidades y son valiosos insumos para nuestra reflexión teológica y pastoral. Finalmente, la recuperación de quiénes somos y para qué somos, nuestra identidad y misión, necesariamente conlleva el retorno a las raíces, que en nuestro caso es el Evangelio.
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