La Biblia habla en muchas ocasiones de la vida y la muerte, y nos deja las cosas bien claras.
“¡Morir! Despojarme de mi debilidad y quedar ceñido con omnipotencia. ¡Morir! Dejar mis angustias, dolores, miedos, aflicción, mi débil corazón, mi incredulidad, mis estremecimientos y mis congojas, y saltar al pecho divino”.
“Consuélense, entonces, ustedes, cristianos... ‘Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios’. Diles que su guerra es cumplida, su pecado es perdonado y que verán el rostro del Señor sin un velo intermedio”.
Charles Spurgeon
Era bien temprano en la mañana del día 2 de noviembre, en España siempre se le denominó Día de difuntos; aunque en los últimos años, por la gran influencia de otros países, en este caso de países de América Latina, de forma especial México, también se alude a él como Día de muertos, cuando recibí un mensaje del grupo de WhatsApp de mi familia:
“Para este día no tengo flores ni altar, no prenderé velas ni haré oraciones, de hecho no tengo muertos en la familia, tengo personas que se han ido, pero que su sangre fluye por mis venas, que siguen aquí, conmigo, en mis recuerdos.
No habrá calaveras ni flores, tan sólo festejos por haber convivido con personas valiosas que sólo se adelantaron a la presencia de Dios.
Para este día no tengo lágrimas, tengo agradecimiento, no hay tristezas (un poquito de nostalgia) sólo recuerdos; si algo yace en mis sepulcros familiares, son evidencias de quienes aún dan vida a mi vida con su legado.
No usaré este día para meditar sobre la muerte, agradeceré la oportunidad de la vida; en mi casa todos son bienvenidos, sobre todo los recuerdos de las personas que ya no están físicamente.
Para este Día de muertos no adornaré la casa con motivos fúnebres, abriré mis cortinas para que la bendición del sol entre y acaricie mi vida.
Para este Día de muertos hablaré directamente con Dios para pedirle por mis vivos.
En este día y por el resto de mis días, pensaré en la muerte para valorar la vida, mi ofrenda será tratar de ser mejor y mi incienso una sonrisa sincera para los demás.
Para este Día de muertos abrazaré aquellos que tienen muerta la esperanza, que han perdido la paz o se les murió la fe.
Para este día tengo tantas gracias que dar, un requiem a mi tristeza y un epitafio en mi puerta que diga:
“Aquí yace y vive una persona que no quiere morir en vida".
Aquella mañana de un día festivo, os aseguro que ni se me ocurriría ir al cementerio… y si hubiera podido, hubiera descansado un poquito más; pero el caso es que ya estaba en pie hacía tiempo cuando vi ese precioso mensaje para mí, en especial cuando, por otros motivos muy diferentes, el tema de pasar a la otra vida me encogía un poquito el corazón.
Desconozco quien escribió el mensaje que os dejé más arriba, no sé si el autor era o no creyente, aunque alude bien a Dios en diferentes ocasiones; pero lo cierto es que la Biblia habla en muchas ocasiones de estos temas y nos deja las cosas bien claras:
“Entonces Jesús le dijo: —Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá, aunque muera; y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás. ¿Crees esto?” (Juan 11:25-26)
“No está aquí; ¡ha resucitado! Recuerden lo que les dijo cuando todavía estaba con ustedes en Galilea: “El Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de hombres pecadores, y ser crucificado, pero al tercer día resucitará”. (Lucas 24:6-7)
“¿Acaso no creemos que Jesús murió y resucitó? Así también Dios resucitará con Jesús a los que han muerto en unión con él”. (1 Tesalonicenses 4:14)
“¡Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo! Por su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo mediante la resurrección de Jesucristo, para que tengamos una esperanza viva”. (1 Pedro 1:3)
“El amor de Cristo nos obliga, porque estamos convencidos de que uno murió por todos, y por consiguiente todos murieron. Y él murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos y fue resucitado”. (2 Corintios 5:14-15)
“De hecho, ya que la muerte vino por medio de un hombre, también por medio de un hombre viene la resurrección de los muertos”. (1 Corintios 15:21)
“Lo he perdido todo a fin de conocer a Cristo, experimentar el poder que se manifestó en su resurrección, participar en sus sufrimientos y llegar a ser semejante a él en su muerte”. (Filipenses 3:10)
Hay algo que, la verdad es que me indigna un poquito, y es esa clase de personas que se dicen ateas, pasan absolutamente de Dios, incluso dicen que no hay nada más allá de la muerte; pero cuando se trata de un día como el que estamos tratando, no sé si por tradición, por el “qué dirán” o por qué motivos, no se pierden una celebración de este tipo con todo lo que conlleva, no conforme en absoluto a la Palabra del Dios vivo.
No hace mucho, me comentaba una buena amiga que su madre les había dicho: el día que muera no quiero flores ni ninguna otra “historia”, me incineráis, en una caja normalita… no sea que se la lleven antes de quemar todo, y os vais a cenar todos juntos recordándome con cariño. Lo cierto es que me reí, pero me pareció bastante lógico.
Es curioso como lo celebran en Inglaterra y en otros lugares por influencia de ese país, con calma, sin plañideras... como en España durante mucho tiempo; hacen una servicio religioso, en ocasiones amigos y familiares comentan recuerdos bonitos de la persona fallecida, y por días celebran la vida con reuniones y algo de comida.
El día que el Señor me llame a su presencia, la verdad es que sí me gustaría que alguien que me haya querido bien en esta vida me llevara algunas flores, si pueden ser… tulipanes de color rosa, y un simple epitafio, algunas sencillas palabras junto a mi nombre parecidas a las tres frases que dejó escritas William Burten …. "Beatriz Garrido, sierva de Dios…. Sin reservas... Sin retorno… Sin nada que lamentar". ¡En Gloria!
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