Debemos de ser personas de acero en cuanto a nuestras convicciones, nuestras creencias, nuestras expresiones y nuestras luchas; pero a la vez suaves como el terciopelo, en toda nuestra esencia, nuestro ser.
“El mundo rompe a cualquiera. Muchos se hacen fuertes en los sitios rotos. Pero los que no se rompen, mueren.”
Ernest Hemingway
“En las profundidades del invierno finalmente aprendí que en mi interior habitaba un verano invencible.”
Albert Camus
Hace pocos días, cuando estaba en la mañana disfrutando de mi tiempo con el Señor, hubo algo que me retrotrajo a no sé cuando; ¿sabéis quién fue el primero que, en una de esas noches entre la penumbra, la silla al fondo de mi habitación y mi…. ¡Abuelo cuéntame un cuento!? Fue mi abuelo, quien me contó, no un cuento... me narró con todo lujo de detalles la muerte de Abraham Lincoln… El teatro, el palco, el disparo, el inicial fracaso, la caída, las ideas llevadas a cabo por las que el presidente fue asesinado…. Washington acabó ganando la guerra civil, Lincoln salvó la unión, acabó definitivamente con la esclavitud y pasó a la historia como el mejor presidente de Estados Unidos. Todo me lo explicó en palabras fáciles para que las pudiera entender una niña demasiado pequeña para como ni acordarse al día de hoy de la fecha.
“….El 14 de abril de 1865, Viernes santo, fue un hermoso día de primavera. Lincoln, tal y como era su costumbre habitual, se levantó pronto y sobre las siete de la mañana se dirigió a su oficina. Tras dejar una nota para Seward convocando una reunión de gabinete a las once del mediodía y escribir otra invitando al general Grant a asistir a ella, fue a desayunar con su esposa y su hijo pequeño Tad. Tras atender a algunas personas, el presidente se dirigió al departamento de la guerra para saber las últimas noticias del general Sherman. No había llegado ninguna y regresó a su oficina, donde le estaba esperando Grant. El general le relató algunos pormenores de la capitulación de Lee y le señaló que en cualquier momento podrían llegar las noticias de que el ejército confederado de Johnston se había rendido a Sherman. En ese momento, Lincoln dijo que estaba seguro de que sería pronto porque la noche anterior había tenido un sueño premonitorio.
Cuando acabó la reunión, Grant explicó a solas al presidente las razones por las que no podía quedarse a la representación de “Nuestro primo americano” de Laura Keene, que tendría lugar en el teatro Ford aquella misma tarde. Ambos estaban deseando coger esa misma tarde el tren que se dirigía a Philadelphia para ver a sus hijos, que se encontraban en Long Branch, New Jersey. Tras comer ligeramente, Lincoln regresó a su oficina. Allí firmó el perdón de un desertor comentando que seguramente el muchacho podía servirles más sobre la tierra que bajo tierra; revocó la sentencia de muerte que pesaba sobre un espía confederado y estampó su firma en otros documentos. Hacia las cuatro, había conseguido librarse del trabajo para dar un paseo con su esposa del que regresaron a las cinco de la tarde.
Tras la cena, el presidente volvió a realizar una visita rápida al departamento de guerra. Sobre las ocho y cuarto, Lincoln y su esposa se encaminaron a la casa del senador Ira Harris, cuyo hijastro Rahtbone y su hija Clara habían aceptado la invitación del presidente para sustituir a los Grant. Finalmente, a las ocho y media, Charles Forbes, el cochero de la Casa Blanca, se detuvo ante el Teatro Ford.
Cuando el presidente entró en la sala la obra se interrumpió y resonaron las aclamaciones y los aplausos mientras un acomodador conducía al grupo hasta un palco adornado con la bandera norteamericana. Rathbone y la señorita Harris tomaron asiento en la parte delantera del palco, la señora Lincoln se sentó atrás y el presidente, tras agradecer la ovación, se acomodó en una mecedora cercana al fondo. La sensación de seguridad era tan considerable que John F. Parker, el guardaespaldas que, habitualmente, cuidaba de la seguridad del presidente abandonó el palco y decidió disfrutar de la representación. A una distancia del teatro inferior a una manzana, en el momento en que Lincoln y sus acompañantes entraba a ver la función, un grupo de hombres se hallaba sentado en la casa Herndon entre las calles Novena y F. El jefe del grupo era un actor con experiencia en interpretar a Shakespeare llamado John Wilkes Booth, natural de Maryland y miembro de una familia de actores. Booth había simpatizado con los confederados a pesar de lo cual no había tenido ningún problema para circular por el territorio controlado por la Unión. Constituido tiempo atrás, el grupo tenía desde hacía tiempo la misión de secuestrar a Lincoln para canjearlo por prisioneros confederados y una paz negociada. La rendición de Lee había convertido el plan en un absurdo y ahora Booth estaba señalando a sus acompañantes que debía ser cambiado por el de asesinar al presidente. La sugerencia de la muerte de Lincoln había causado el abandono de algunos de los reclutados y ahora junto a Booth se encontraban sólo Lewis Payne, George Atzerodt y Davy Herold. Finalmente, la reunión se disolvió.
Booth cabalgó en una yegua gris hasta el callejón situado detrás del teatro Ford, salió nuevamente a la calle principal, entró en el salón Taltuvall y pidió un whisky. Cuando la representación, con la que, al parecer, Lincoln estaba disfrutando considerablemente, se encontraba en el tercer acto, un hombre llegó hasta Forbes, el cochero de la Casa Blanca, que estaba sentado en el pasillo cercano al palco del presidente, y le tendió una nota. Forbes la examinó y le dejó pasar. El hombre, que no era otro que Booth, entró en el palco, cerró la puerta por dentro, sacó un revolver Derringer y a continuación descerrajó un disparo sobre la parte posterior de la cabeza de Lincoln. Una nube de humo, seguida de un grito, salió del lugar que ocupaba el presidente.
A continuación, con considerable rapidez, Booth saltó del palco al escenario. Cayó mal y esa circunstancia le ocasionó la fractura de un tobillo. Entonces, blandiendo un cuchillo gritó las palabras “Sic semper tyrannis” (Así suceda siempre a los tiranos). La frase era el lema del estado de Virginia pero constituía, ciertamente, un lema apropiado para expresar las motivaciones del crimen porque no sólo había asesinado al presidente porque lo considerara un tirano, sino también por el daño ocasionado al sur.
Lincoln fue trasladado a una casa cercana con la cabeza sangrando. No recuperaría ya el conocimiento pero lucharía con la muerte nueve horas hasta que, a las siete y veintidós minutos de la mañana del 15 de abril de 1865, expiró….” (Cesar Vidal)
Cuando hace unos días leí algo de lo que el poeta Carl Sandburg escribió sobre Abraham Lincoln: “En la Historia de la humanidad, no es frecuente que llegue a la tierra un hombre que sea al mismo tiempo acero y terciopelo… que mantenga en su corazón y en su mente la paradoja de una tormenta terrible y de una paz inenarrable y perfecta”, inmediatamente recordé aquella noche en la que mi abuelo me contó por primera vez la historia de alguien más que especial, y me quedé pensando en todo esto por unos cuantos días.
Realmente eso de… “acero y terciopelo” es una magnífica expresión paradójica que, no sólo describe perfectamente a Lincoln, describe a la perfección a Jesús, y debería describir también a cada uno de los hijos de Dios.
Debemos de ser personas de acero en cuanto a nuestras convicciones, nuestras creencias, nuestras expresiones y nuestras luchas; pero a la vez suaves como el terciopelo, en toda nuestra esencia, nuestro ser, nuestra manera de expresarnos, de vivir y de actuar. Sé bien que no es nada fácil, pero el Maestro nos enseñó como hacerlo con su conducta y ejemplo.
Ser sensibles y cariñosos con todos aquellos que nos necesitan, ser amable y cuidadosos en palabras y en hechos; pero a la vez implacables con lo que no va con nosotros ni el pensamiento de nuestro Dios. Confieso que me gustaría que alguna vez, alguien pudiera decir de mí que soy… “Una mujer de terciopelo y acero”.
Quiero terminar con una preciosa canción…
¡Ayúdame mi Maestro a ser como tú, hasta acabar mi viaje!
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