El cuidado de la creación es esencial en el hecho de seguir a Jesucristo. Es algo que forma parte del núcleo de nuestra fe.
Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra (Gn. 1:28).
En el año 1967, se publicó un artículo en la revista científica norteamericana Science, titulado: “Las raíces históricas de nuestra crisis ecológica”. Su autor, el profesor de historia medieval Lynn White, escribió en dicho artículo: “El cristianismo es la religión más antropocéntrica que jamás haya existido en el mundo. En absoluto contraste con el viejo paganismo y con las religiones asiáticas, no sólo estableció un dualismo entre el hombre y la naturaleza, sino que además insistió en que es voluntad de Dios que el hombre explote la naturaleza para sus propios fines”.1 Desde entonces, muchos han venido culpando a la fe cristiana de creer que la naturaleza no tiene razón de ser, si no es la de servir al ser humano.
Hay que reconocer que esta acusación tiene bastante fundamento. Las iglesias occidentales, especialmente después de la Reforma, han actuado de manera antropocéntrica y no han tenido demasiado en cuenta al resto de la creación. Ahora bien, ¿acaso la explotación y el dominio irrespetuoso del hombre sobre la creación es algo que se desprende del mensaje bíblico o, por el contrario, se trata de una clara distorsión de la Escritura?
La Escritura nos habla claramente del amor de Dios por su creación y de como los humanos debemos también amarla. En los primeros capítulos del Génesis se enseña que el creador llamó a las criaturas a la existencia por amor.
Y por amor creó al hombre y a la mujer, libres e inteligentes, para que colaborasen en su obra creadora. El humano trabaja y domina la tierra, pero debe hacerlo también con amor y moderación porque no es su propietario sino sólo administrador. Puede usar la tierra pero no abusar de ella para que los recursos no se agoten ni se destruyan definitivamente. La tierra es propiedad de Yahvé y, por tanto, no puede venderse ni hacer con ella lo que se quiera. Este es también el sentido del mandamiento divino del descanso sabático de las personas y de los animales. Y también del “descanso jubilar” para la tierra que se refleja en los libros de Éxodo y Levítico.
En el Nuevo Testamento vemos que la tierra le pertenece a Jesucristo. En la carta de Pablo a los Colosenses, en 1:16, leemos que “por medio de él fueron creadas todas las cosas en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, sean poderes, principados o autoridades: todo ha sido creado por medio de él y para él”. Dios hizo la creación para Jesús, no para nosotros. ¿Por qué existe el universo según la Escritura? Por Jesús y para Jesús.
El fundador del movimiento medioambiental cristiano A Rocha en el Reino Unido, Dave Bookless, escribió estas palabras:
¿Por qué existen los casquetes polares y los bosques tropicales, el desierto del Sahara y las estepas rusas? Existen por y para Jesús ¿Qué propósito tiene la ballena azul, el tigre de Bengala, el salmón del Pacífico, el gorrión doméstico o el ser humano? Todos han sido creados por medio de Jesús y para Jesús, y hallan su propósito en él.2
Si de verdad los cristianos creyéramos esto, las implicaciones serían enormes. No podemos usar los recursos naturales sin recordar que fueron creados para Cristo. Debemos tener mucho cuidado a la hora de hacer experimentos genéticos con distintas especies o provocar cambios de hábitats a gran escala porque, entre otras cosas, los virus de ciertos organismos pueden matarnos y, en definitiva, respondemos ante Dios. No debemos seguir destruyendo bosques o agotar la pesca en los mares porque Dios se preocupa por ellos y quiere que dejemos suficiente suministro para los demás. No debemos permitir que ninguna especie se extinga porque cada una de ellas nos dice algo único sobre Dios. Cuando una especie desaparece, se borra otra huella de Dios en el mundo. Por eso los cristianos hemos de tratar la creación con enorme respeto porque es propiedad de Jesús.
Entre los aproximadamente 2.500 millones de cristianos que existen hoy en el mundo, hay diversas opiniones acerca de cómo el medioambiente se relaciona con el cristianismo. Algunos piensan que los problemas ecológicos son algo demasiado mundano y poco espiritual, como para que los cristianos se involucren y, además, los grupos ecologistas acogen diversas ideologías, algunas claramente contrarias a nuestra fe. No obstante, a pesar de todo esto, yo creo, hermanos, que el cuidado de la creación es esencial en el hecho de seguir a Jesucristo. Es algo que forma parte del núcleo de nuestra fe.
Sin embargo, nuestra cultura occidental, urbana, industrial y consumista, nos ha influido tanto que hemos fracasado en reconocer el mensaje de la Biblia en relación a la creación y a nuestro lugar en ella. Pero hoy, seguir a Jesús, significa también mirar el mundo con nuevos ojos y reconocer el daño que nuestro modo de vida está causando al planeta. Se trata de un cambio importante. Es algo parecido a lo que ocurrió con Copérnico, cuando dijo que la Tierra giraba alrededor del Sol. Mucha gente le consideró un hereje por interpretar mal la Biblia, ya que se suponía que ésta decía que la Tierra era el centro de todas las cosas. Hoy también se necesita un cambio de cosmovisión. El ser humano no es el único foco del amor de Dios, porque Él ama y se preocupa por todo lo creado.
Tenemos que reconocer urgentemente que la biosfera terrestre, con todas sus maravillosas criaturas, no son sólo un decorado para el hombre. Son también personajes que forman parte de nuestra misma historia y que continuamente alaban a Dios. Tal como escribió el salmista: Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos (Sal. 19:1).
Notas
1 Science, vol. 155, n. 3.767, pp. 1204-1207 (10 marzo de 1967) (tomado de Bradley, I. 1993, Dios es “verde”, Sal Terrae, Santader, p. 16).
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