Limpiando las adherencias del camino

“Cada vez que escuche a un hombre que se alabe diciendo que es santo, recuerde que un buen perfume no necesita anunciarse”.

Charles Spurgeon

Era viernes en la noche, y teníamos lo que en tiempos normales sería como una célula en uno de nuestros hogares, bien calentitos y alrededor de una buena taza de café… y algo más.

Es cierto que a muchas personas o iglesias el Señor las ha tenido que sacar de sus casas e iglesias, pues ¡bendito nuestro Dios! Pero poco a poco me voy dando cuenta del cansancio de muchas personas por las muchas conexiones, los horarios difíciles en ocasiones... Nos pasamos el día con el móvil en la mano, y este ha perdido la magia de un mensaje o un ratito de charla y se ha convertido en algo ultra necesario y de cosas buenas; pero también es cierto que personalmente cada día añoro más el contacto físico, el calor humano en todos los sentidos…. Porque luego viene aquella frase que siempre me sorprende, por decirlo de algún modo, de... en YouTube y miles de cosas más. Pero es el tiempo que nos toca en estos momentos y vamos a aprovechar todo lo que el Señor nos ofrece para utilizarlo por y para la extensión de su reino y mil cosas buenas más.

Aquella noche en la que yo estaba sumamente cansada, era una reunión de las que no se graba, y el cálido ambiente hizo que también se calentara mi corazón.

Primero hubo una buena presentación del tema a tratar, y luego fuimos por partes, todo bien organizado a la vez que espontaneo, y hablando del tema que aquella noche nos ocupaba, que era el episodio del evangelio en el que un paralítico era bajado por cuatro amigos abriendo el techo de una casa repleta de gente, en donde estaba Jesús; aquel amigo estaba sobre un lecho y no podía andar y la tarea no fue fácil, pero la fe y el poder de Dios obraron el milagro.

Hablamos mucho, no siempre estábamos de acuerdo en todo… ¡fue bonito y enriquecedor! Al final de estas reuniones, siempre hay un apartado de pensar y expresar lo que nos tocó de un modo especial y nuestro propósito para la semana siguiente.

La anterior semana habíamos tocado el tema de la samaritana, un precioso episodio con bastante más enjundia de lo que la gente cree, empezando por el propósito de Jesús en todo aquello y la vida y la reacción posterior de aquella bendita conversación y de aquella pobre mujer.

Algo que musitó ligeramente alguien me llevó a tener  muy claro mi propósito y decisión para la semana que se acercaba, y fui la segunda en hablar; tenía muy claro lo que quería hacer y lo dije, diciendo al tiempo que me parecía un tema precioso para un artículo. Yo voy a… del mismo modo que la samaritana, el hombre del lecho y muchos más en los que Jesús obró un milagro, después de un día muy lejano en el tiempo en el que mi Señor obró en mí el milagro de la salvación, tomar mi…. lo que sea que mi Jesús tocó un día, y sacudirlo bien haciendo que desaparezcan todas las adherencias que se me han ido pegando por el camino. Y después de ponerme ante el Señor pidiendo que me limpiara de tanto polvo del camino pegado a mis pies, a mi vida, de cosas que no convienen, estoy haciendo lo que pensé que sería un bonito tema para un artículo.

Me gustaría considerar a vuestro lado algunos personajes del Evangelio en los que Jesús obró un milagro…. el porqué, el modo, la manera y lo que Jesús le dijo a cada uno, además de la reacción de cada uno de ellos.

– En primer lugar me gustaría ir al endemoniado de Gadara, algo que podemos leer en Lucas 8:26-39…

Todos conocemos la historia de aquel hombre atormentado pon tantos espíritus inmundos que se llamaban legión, y conocemos el modo en el que Jesús obró el milagro de la expulsión, la limpieza de un hombre que moraba entre sepulcros al que tenían que atar con grillos y cadenas.

Aquel hombre quería ir con Jesús, pero le fue dicho: “vuélvete a tu casa y cuenta cuan grandes cosas ha hecho Dios contigo”. Ese fue el mandato que fue obedecido, y no sabemos más de él, pero obedeció a la voz del Maestro.

– La segunda persona a la que quisiera considerar brevemente es a la mujer que tocó el manto de Jesús, un episodio del Evangelio que podemos encontrar también en en Lucas 8.

Esta historia también es muy conocida, Jesús tenía prisa por ir a…. resucitar… a la hija de Jairo; la multitud le oprimía, pero una mujer desesperada por haber estado enferma durante 12 años, habiendo gastado todo en médicos y sin posibilidad de ser sanada, fue en silencio pensando que nadie lo notaría, y tocó el borde del manto del Señor. Al instante viene la pregunta, ¿quién me ha tocado?, pregunta que tiene que repetir de nuevo porque los discípulos no podían entender esa pregunta cuando todo el mundo le tocaba y oprimía… pero él insiste; porque sabe que de él había salido poder. Cuando la mujer se vio descubierta se postra y declara a los pies de Jesús lo ocurrido y su sanación al instante. El mandato de Jesús en esta ocasión fue: “Hija, tu fe te ha salvado, ve en paz!”

– En este momento quiero ir al precioso encuentro, no casual, de Jesús con la samaritana, algo que podemos encontrar en  Juan 4.

Este pasaje del evangelio me emociona cada vez que lo vuelvo a leer…

Jesús tenía que ir a Samaria, conocía bien la historia y sabe bien que no sería bien recibido; así que el Maestro y comunicador por excelencia, traza toda una estrategia para conseguir su objetivo, y a través del encuentro con una mujer más que necesitada de él.

Me encanta cada paso, cada palabra y cuando Jesús le dice, ¡dame de beber! Aquí comienza una importante conversación en la que lleva a un gran tema, el de la adoración; pero no era lo más importante para Jesús en aquel momento, y la conversación va in crescendo. Son unos cuantos los comentaristas que piensan que aquella pobre mujer estaba estigmatizada por su esterilidad, y marido tras marido la iba abandonando, hasta llegar al último que, no era su marido. Cuando la samaritana va descubriendo que Jesús es profeta, hasta que llega al Mesías, me parece precioso el modo sereno y tranquilo, pero lleno de autoridad en el que dice Jesús… “Yo soy, el que habla contigo”.

Aquí no existen mandatos por parte de Jesús a la mujer, salvo aquello de: “ve, llama a tu marido y ven acá”; nacen por si solos… 

– Dejó el cántaro

– Fue a la ciudad

– Dijo a los hombres…

Y todo lo demás cae por su peso, Jesús estaba controlando en todo momento la situación.

– En último lugar quiero considerar a vuestro lado el milagro de sanación con el que comencé este artículo, el hombre sobre un lecho al que sus cuatro amigos bajan por el techo de una casa repleta de gente escuchando a Jesús.

Me impresiona el amor de aquellos cuatro verdaderos amigos, así como la fe de los cinco. Y me puedo imaginar la cara de todos cuando ven bajar a través del techo todo lo que vieron. Dice la Escritura que al ver Jesús la fe de ellos dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados te son perdonados”; pero allí había unos cuantos que cavilaban en sus corazones unas cuantas cosas, y lo que no sabían era que Jesús estaba oyendo en el silencio de sus bocas lo que había en sus corazones; de modo que después de hablarles a aquellos hombres se dirigió al paralítico y le dijo... “a ti te digo: levántate, toma tu lecho y vete a tu casa”.

Un milagro de perdón y sanación a la vez con tres mandatos.

Sería interesantísimo mirar con detenimiento cada milagro de Jesús y sacar muchas enseñanzas de todos ellos, pero lo voy a dejar aquí.

Hemos podido ver las palabras y mandatos por parte de Jesús en cada uno de estos casos, algo que se repite en casi todo el resto de milagros de sanación que van siempre unidos al de perdón de pecados.

Desconozco lo que haría el paralítico con el lecho, lo que fue después de aquel precioso encuentro con la samaritana y aquel que no era su marido… del mismo modo que como discurrió la vida del antes endemoniado de Gadara, o el resto de la vida de la mujer que tocó el borde del manto de Jesús…. Pero si sé lo que ha sucedido en mi vida desde aquel día en que siendo una niña de 8 años le entregué por y para siempre mi vida a Cristo y fui sellada para siempre por el Espíritu Santo.

Cuánto tiempo ha pasado, ¿no es cierto?… y cuántas cosas han sucedido en mi vida hasta el día de hoy; he de reconocer con profundo agradecimiento que mi Señor me ha sostenido y levantado vez tras vez; pero también he de reconocer que son demasiadas las arenas, el polvo del camino, y toda clase de adherencias que se me han ido pegando sin pretenderlo.

Pues queridos, lo que aquella noche de frío y cansancio dije como una promesa hecha delante del Señor, tengo que, y deseo cumplirla.

En estos momentos tomo, quito y sacudo lo que haya que sacar, soltar y sacudir delante de mi Señor y su bendita Palabra, y dejo que me renueve,  limpie y refresque una vez más en mi caminar a su lado y camino a mi Patria celestial… y canto con fuerza las palabras de la preciosa canción…

“… prometo servirte hasta el fin de mi vida, prometo cantarte, amarte y brindarte lo mejor de mi vida…… Prometo exaltarte y entregarte toda la Gloria……... Mientras dure la vida…”