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Gracia previa

La gracia de Dios asistió a Pablo desde su mismo nacimiento, preparándole para su posterior misión mundial.

LA CLARABOYA AUTOR 604/Felix_Gonzalez_Moreno 09 DE AGOSTO DE 2020 16:05 h
Pabloapostol, de Rembrandt. / [link]Wikipedia.[/link]

  Segundo capítulo del libro “Pablo, apóstol del Señor. De Jerusalén a Damasco”, de Félix González Moreno, que se puede adquirir en ebook o en papel.



Yo de cierto soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en esta ciudad, instruido a los pies de Gamaliel, estrictamente conforme a la ley de nuestros padres, celoso de Dios... Mi vida, pues, desde mi juventud, la cual desde el principio pasé en mi nación, en Jerusalén, la conocen todos los judíos; los cuales también saben que yo desde el principio, si quieren testificar, conforme a la más rigurosa secta de nuestra religión, viví fariseo. (Hechos 22: 3; 26: 4-5).



Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia... (Gálatas 1:15)



A primera vista tenemos la impresión de poseer escasísimos datos sobre los primeros años de la vida de Pablo.



Pero juntando las declaraciones que el mismo apóstol llegará a hacer más tarde en sus escritos y discursos, podemos formar un hermoso mosaico sobre los primeros años de la vida de nuestro personaje.



Las tres grandes corrientes que dan forma a la vida de toda persona son su patria, su familia y su escuela. Estas son las poderosas fuerzas que cincelan nuestra personalidad y que determinan en gran medida el futuro de cada hombre y mujer.



Al contemplar de cerca estas tres poderosas raíces que sustentaron la vida de Pablo, descubriremos cómo la gracia de Dios asistió a este hombre desde su mismo nacimiento, preparándole para su posterior misión mundial.



 



Su patria



Pablo nació en Tarso de Cilicia. Al identificarse ante el tribuno romano que le detuvo en el templo de Jerusalén, le dice: «Yo soy hombre judío de Tarso, ciudadano de una ciudad no insignificante de Cilicia», (Hechos 21:39).



Hay un tono de orgullo en esta frase. Cuando Pablo nació, Tarso era una ciudad cargada de historia; por allí pasaron en algún momento de la historia Alejandro Magno Cicerón y Pompeyo, César y Marco Antonio.



Era una de las ciudades más importantes de la región, con un comercio floreciente; una metrópoli culta con una importante universidad que en la época de Pablo llegó a eclipsar a Atenas y Alejandría.



Sus calles eran un hormiguero de comerciantes y estudiantes; gente venida de todas partes del mundo, atraídas por su comercio y su cultura.



¿No era este el lugar adecuado para el nacimiento de aquel que habría de ser el apóstol de los gentiles? Pablo crecería en Tarso familiarizándose en el trato con los hombres de todas las razas y culturas: Tarso le hizo más comprensivo y tolerante con los hábitos y costumbres de otras gentes, y le preparó para su posterior ministerio entre los gentiles.



¿Acaso no se advierte esta comprensión y tolerancia en sus luchas con los judaizantes de Jerusalén que pretendían lastrar la vida espiritual de los cristianos gentiles con una sarta de preceptos tan inútiles como equivocados?



Nacido en una gran ciudad, Pablo era un amante de las ciudades. Su estrategia misionera consistía en alcanzar con el evangelio las grandes urbes, para que desde allí pudiera llegar su mensaje con más facilidad a los hombres y mujeres de las ciudades más pequeñas.



Sus grandes cartas están dirigidas a iglesias situadas en grandes ciudades: Roma, Corinto, Éfeso, Filipos, Tesalónica, Colosas, Laodicea...



Así como Dios preparó a José y templó su espíritu por medio del sufrimiento de la esclavitud, de la deshonra y de la cárcel en Egipto, para convertirlo en un gran gobernante salvador de pueblos, así también preparó Dios a Pablo por medio de su nacimiento y vivencias en Tarso para su posterior ministerio misionero entre las naciones.



También nuestro lugar de nacimiento y vivencia no es ninguna casualidad. Ese lugar nos forma y nos capacita en las manos de Dios para llevar a cabo las divinas tareas.



Nosotros podemos pasar esto por alto, pero en muchas ocasiones hemos comprendido que lo que hoy somos y hacemos, lo debemos en buena medida a esos lugares que nos vieron nacer y crecer.



 



Su familia



Pablo nació en el seno de una familia judía que pertenecía al grupo religioso de los fariseos. Estos se tomaban muy en serio la observancia de la ley de los padres en todos sus detalles. Eran buenos estudiantes de su Biblia (Antiguo Testamento), la que consideraban una autoridad intocable.



¿No es una gran bendición nacer en un hogar semejante? Muchos no tuvieron entonces esta oportunidad, ni tampoco hoy. ¡Cuántas son hoy las familias en las que nunca se pone una Biblia sobre la mesa y en las que ni siquiera se ora para dar gracias por los alimentos!



En muchos hogares la palabra de Dios ya no dice nada. Los pobres niños que nacen en estos hogares crecerán sin saber nada del amor de Dios, ignorarán los sabios mandamientos divinos y desconocerán el consuelo que proporciona al alma la divina palabra.



En los días actuales, donde la incredulidad se extiende cada vez más y se enseña públicamente en los colegios que el ser humano procede del mono y que somos el resultado de una evolución multimillonaria, los padres cristianos tenemos la obligación de instruir en nuestros hogares a nuestros hijos en todas las verdades divinas.



Esta es una obligación que no podemos eludir ni descuidar.



Pablo fue instruido en la voluntad de Dios por sus padres. Y lo fue desde muy pequeño. Uno de los requisitos que establecía la ley de Dios era que todo varón debía presentarse en el santuario de Dios tres veces al año (Éxodo 23:17; 34:23.24).



Tan pronto como los niños cumplían los doce años de edad, tenían la obligación y el privilegio de subir a Jerusalén. También Pablo tornaría parte en estas peregrinaciones, pues años más tarde no podría decir que había observado la ley de Dios intachablemente si no había cumplido con estos requisitos.



Nosotros entendemos que el que Pablo naciera en un hogar donde tanto se respetaban los valores espirituales constituye una manifestación de la gracia divina, que trabajaba ya en Pablo desde su más tierna infancia preparándose a ese futuro gran siervo de Jesús.



¿Gozan nuestros hijos del privilegio del Pablo infante? ¿Estamos inspirando en ellos el amor a los mandamientos de Dios, el respeto a la palabra divina y el deseo de participar con alegría y entrega en la vida de la iglesia?



En la eternidad habrá hijos de familias cristianas que maldecirán a sus padres por el lamentable ejemplo que le fueron de vida cristiana y de irresponsabilidad espiritual.



Pero también tenemos que decir que ya aquí debajo del sol hay hijos que dan gracias a Dios por haberles permitido nacer en un hogar donde recibieron amor y toda instrucción y ejemplo en los caminos del Señor. ¿Harán esto último nuestros hijos? Dios lo quiere y lo espera.



 



Su escuela



No es de extrañar que con semejantes padres el pequeño Saulo sintiese muy pronto el llamado para convertirse en un rabí, o sea, en un maestro de las escrituras que, además, ejercían como maestros de escuela y abogados.



Pero su padre era un hombre práctico y de sentido común. Y este hombre dijo un día a su hijo: "Saulo, tú no sabes si un día llegarás a tener tantos alumnos que puedas vivir sólo de la enseñanza, por lo tanto, debes aprender antes un oficio que te permita sostenerte a ti y a tu familia en caso de necesidad" .



Y el joven aprendió el oficio de fabricante de tiendas.



De nuevo vemos en la elección del oficio la mano de Dios. Pues sería este oficio, muy solicitado en los países de oriente, el que le permitiría sustentarse durante el tiempo que duró su estancia en Arabia y también durante cierto tiempo en Grecia.



Gracias a este oficio encontró trabajo en la casa de Priscila y Aquilas en Corinto, pues, este matrimonio judío era de su mismo oficio, es decir fabricantes de tiendas.



Y su buen trabajo y testimonio fueron decisivos para que este matrimonio, que posiblemente ya se había convertido a Cristo antes de llegar Corinto, se convirtiera también en colaboradores del apóstol para la extensión del evangelio.



Todo padre cristiano debe esforzarse por hacer que sus hijos aprendan un oficio que les permita sostenerse mañana. Y todo cristiano debe aprovechar su oficio para dar testimonio del evangelio a los trabajadores de su ramo, para lograr la conversión de muchos.



Cuando Saulo hubo aprendido el oficio marchó a Jerusalén para dedicarse al estudio de las escrituras. También en esto encontró la comprensión y el apoyo de sus padres. Una familia tan espiritual sentiría como un orgullo que uno de sus hijos sintiese este llamado.



¿Sienten nuestros hijos el llamado divino de prepararse en una escuela o seminario para dedicar su vida a la propagación del evangelio? Y otra pregunta: ¿cómo reaccionamos nosotros ante esta posibilidad, nos alegramos y apoyamos a nuestros vástagos o les disuadimos de esta posibilidad? ¿Por qué es que hay tan pocos llamamientos en nuestras iglesias?



Me consta que algunos jóvenes lo han sentido, pero se han desanimado al ver la clase de vida que tendrían que llevar. Es lamentable que los jóvenes procedan de esta manera, pero es todavía más lamentable que la manera de proceder de algunos mayores en nuestras iglesias sea lo que desanime a los jóvenes a prepararse para el ministerio cristiano a pleno tiempo.



Pablo subió a estudiar en Jerusalén y allí no pasó desapercibido como estudiante. Adquirió un profundo conocimiento de su Biblia, lo que después utilizaría el Señor para hacer de él el escritor y teólogo que todos conocemos y admiramos.



Este es otro detalle que apunta también a lo que venimos diciendo: que la gracia de Dios acompañó a Pablo durante todos los días de su vida, y en especial en lo que tiene que ver con el lugar de su nacimiento, familia, oficio y estudios.



Cuando miras hacia atrás en tu vida, ¿no descubres tú también que la gracia de Dios te acompañó mucho antes de que te convirtieras a Jesucristo?



Él puso a tu lado gente que te hablaron de él, te guió por sendas que tú no siempre escogiste y te hizo aprender determinadas cosas y realizar trabajos concretos al objeto de prepararte para que fueras una herramienta útil en sus manos.



Cuando yo miro a mi pasado, me admiro y adoro, pues, veo por todas partes la gracia de Dios conmigo, aun cuando yo no le conocía ni le servía.


 

 


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