No son excluyentes la fe en el Señor que nos ha prometido resguardarnos del mal y los actos cotidianos que debemos realizar para cuidar nuestra salud.
A Marco Galicia, por la conversación que originó este artículo.
Estimulan actitudes opuestas pero tienen el mismo denominador: extremismo carente de compasión por la gente. El exceso de información no necesariamente significa estar bien informados.
En diversos medios, desde los tradicionales hasta sitios de Internet y redes sociales, circulan infinidad de supuestas explicaciones sobre el origen y cómo hacer frente al Covid-19.
En el ámbito evangélico existen distintas posiciones sobre por qué surgió el virus que mantiene enclaustradas a millones de personas y qué debe hacerse para no ser alcanzados por la letalidad de la pandemia.
Hay dos interpretaciones que evidencian acercamientos bíblicos que no tienen el mínimo respeto por el contexto de los versículos citados.
Por un lado están quienes infunden pánico al presentar la pandemia como castigo de Dios por el incremento en la pecaminosidad de los seres humanos.
Se atreven a sostener que la ira del Señor se ha desatado debido al alejamiento de hombres y mujeres de las pautas conductuales prescritas en la Palabra, las cuales, al ser rechazadas, provocaron el enojo extremo del Señor y la consecuencia es la liberación del virus que tiene aterrorizada a gran parte de la población mundial.
Quienes afiman lo anterior respaldan sus aseveraciones en cadenas de versículos que describirían con precisión la debacle sanitaria que tiene lugar durante estos días en todo el mundo.
La técnica usada para que todo ajuste es una especie de “dominó bíblico”, ya que se toma una sección de aquí, algunas de allá, y bastantes de acullá para después acomodarlas al gusto del clarividente en turno. Una vez acomodadas las piezas conjugan todo para desatar invectivas, encendidas advertencias, maldiciones y amenazas de mayores catástrofes.
Discursos de esta naturaleza utilizan el miedo, buscan infundir pánico entre personas que, por otra parte, ya tienen cierta predisposición a ser cautivadas por imaginarios lúgubres y deseperanzadores.
Pretender que la gente sea receptiva del Evangelio de Jesús atemorizándola, ejercer chantaje diseminando pavor y asegurar que solamente unos pocos iluminados tienen la capacidad para entender los designios de Dios (los gnósticos avezados en el “dominó bíblico”), es simple y llanamente una tergiversación del fondo y forma en que Jesús el Cristo desarrolló su ministerio y, en consecuencia, la misión que asignó a sus seguidores y seguidoras.
Los discípulos de Jesús no tienen todas las respuestas, pero sí debiera quedar claro que incluso en situaciones desconcertantes y trágicas el camino es la compasión, el amor que busca consolar y se da servicialmente a quienes el miedo tiene en profunda angustia.
En la antípoda de la posición descrita están aquellos que incurren en acciones temerarias para demostrar que son inmunes no solamente a la pandemia del Covid 19, sino también a cualquier calamidad.
Sacan a relucir versículos que describen la protección de Dios a sus elegidos y, de manera automática, se los auto aplican asegurando que están a salvo de ser contagiados con el virus.
Es importante destacar que los creyentes hemos experimentado la salvaguarda del Señor en incontables ocasiones. De su bondad y bendiciones podemos dar testimonio quienes confesamos a Jesús como Salvador y Señor.
De la misma manera en el proceso de seguirle se nos han abierto horizontes insospechados ya que de Él hemos recibido “gracia sobre gracia” (Juan 1:16) y su gracia sobreabunda (Romanos 5:20).
La gracia que el Señor ha derramado sobre nosotros no debe ser motivo de jactancia ni llevarnos a sentirnos superiores a otros. Porque la gracia es obra del amor de Dios y no ha sido adquirida por nuestros merecimientos.
La gracia divina no es, no debe ser, licencia para incurrir en la temeridad que desafía la pandemia perpetrando acciones que nos exponen a ser contagiados de Covid-19. En varios lugares del mundo han tenido lugar reuniones de cristianos que no hicieron caso a las recomendaciones de cerrar los templos.
Decidieron continuar porque, aseguraban, el virus pasaría de largo y no se anidaría en sus cuerpos. Me ha tocado recibir vínculos de varias personas sinceras que diseminan por la red enseñanzas y predicaciones en las que autodenominados apóstoles aseveraban haber “atado el virus”, o bien “declarado inmunidad para los cristianos”.
Solamente que por muy sincera que sea quien le otorga credulidad a los vínculos que envía, lo contenido en los envíos no los hace verdaderos. La sinceridad no produce verdad, ya que se puede estar sinceramente equivocado.
A la luz del ejemplo de Jesús no somos llamados a sembrar pánico, ni él espera de nosotros temeridad que es confundida con fe y, a diferencia de Él, se lanza al vacío. Somos templo del Espíritu Santo (1 Corintios 6:19), y es parte de nuestra mayardomía procurar su bien con hábitos que lo sanen y prevengan enfermedades.
No son excluyentes la fe en el Señor que nos ha prometido resguardarnos del mal y los actos cotidianos que debemos realizar para cuidar nuestra salud. La confianza en Él y la responsabilidad por parte nuestra se articulan y nos ofrecen oportunidad de compartir con quienes pasan estos días en desaliento.
La amenazante pandemia nos posibilita crecer en la fe al tiempo que nos damos a la tarea de hacer lo que hizo Jesús: anunciar el Evangelio del Reino, y sanar toda dolencia y toda enfermedad del pueblo (Mateo 9:35).
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