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Afirmaciones acerca de la Biblia del oso y su traductor, Casiodoro de Reina (I)

En España no hubo Reforma protestante, pero sí reformadores.

KAIRóS Y CRONOS AUTOR Carlos Martínez García 29 DE DICIEMBRE DE 2019 12:00 h

Está por concluir 2019, año en que se cumplieron cuatro siglos y medio de la publicación de la Biblia del Oso, y a punto de iniciar 2020, cuando se cumple el quinto centenario del nacimiento de su traductor, Casiodoro de Reina.



Que ambos acontecimientos sean tan cercanos permite reflexionar sobre la primera Biblia traducida de sus lenguas originales al castellano, así como aquilatar al personaje y las circunstancias que debió afrontar para ver coronado su proyecto.



Está en proceso editorial un libro de mi autoría que tiene el tema de esta presentación. Aquí voy a prescindir de citas de pie de página y referencias bibliográficas. Todas ellas están incluidas en la obra que saldrá al público en unas semanas.



Agradezco a Daniel Ramírez, presidente de la American Society of Church History, la invitación para compartir con ustedes los resultados de mi invesigación. Debo confesar que me siento como un león en el foso de los danieles. Espero salir bien librado.



En España no hubo Reforma protestante, pero sí reformadores. En la segunda década del siglo XVI varios países o regiones de Europa experimentaron cambios religiosos, que también implicaron cambios culturales y económicos.



Por entonces todavía España vivía los resultados de una cierta unificación religiosa y política iniciada con la reconquista de los territorios en poder de los musulmanes.



Además, con la recuperación del reino de Granada se puso en marcha el deseo de la monarquía española de “purificar” la nación.



Fue así que se decretó la expulsión de los judíos, quienes solamente tenían como opción para permanecer en territorio ibérico la conversión al catolicismo romano.



A los conversos se les llamó “cristianos nuevos”, para diferenciarlos de los “cristianos viejos”, quienes tenían el orgullo de proceder de familias de larga data como cristianas.



Un hecho que la corona y el alto clero español vieron como providencial fue el que llamaron descubrimiento del Nuevo Mundo. En realidad solamente era nuevo desde el punto de vista de los conquistadores, tampoco fue descubrimiento porque los habitantes de lo que ahora es América Latina ya tenían larga historia de presencia en el Continente americano.



Los reyes españoles y sus enviados al Nuevo Mundo, vieron en el sometimiento de las culturas indígenas un acto de restitución divina. Conceptualizaron la conquista como una recompensa por las pérdidas ocasionadas a la cristiandad por la “herética pravedad” luterana en Europa.



De tal forma que en octubre de 1523, en respuesta inmediata a los requerimientos de [Hernán] Cortés desde México y del propio emperador, el general de los franciscanos, Francisco de Quiñones, envió doce frailes al Nuevo Mundo.



Precisamente doce “porque hic fuit numerus discipulorum Christi pro mundi conversione (porque fue el número de los discípulos de Cristo para la conversión del mundo) y porque su labor de proselitismo entre las poblaciones recién descubiertas debía ser tan fulminante y esplendorosa como la de los primeros apóstoles.



Los doce nuevos apóstoles eran franciscanos, y a partir de 1524, encabezados por Martín de Valencia, se dieron a la tarea de evangelizar a los naturales de lo que ahora es México y así restituir las pérdidas ocasionadas en Europa por un hereje que removía los cimientos del catolicismo romano.



Una frase lo sintetizaba todo: “La capa de Cristo que un Martín [Lutero] hereje rasgaba, otro Martín [de Valencia], católico y santo remendaba”.



Las medidas precautorias para que en España no fructificara la ruptura luterana fueron implementadas en los dominios del Imperio en el Nuevo Mundo.



Allá y aquí la corriente historiográfica que predominó en cuanto a si arraigaron o no las ideas de la Reforma fue la de mantener el mito de la “incontaminación” ibérica y sus posesiones.



Fue tan eficaz, se argumenta, el muro ideológico, o la aduana de las ideas, que pudo contener la filtración de propuestas religiosas y teológicas que se diseminaban por toda Europa. Así por varios siglos, hasta mediados del XVIII, era concebida la pureza católica romana española.



Con el rescate de las obras de reformadores y teólogos españoles realizado por Luis Usoz y Río tal mito comenzó a mostrar grietas. Usoz y Benjamin Barron Wiffen publicaron entre 1847 y 1865 veinte volúmenes de autores que debieron huir de España en el siglo XVI para evadir a la Inquisición.



Como historiadores sabemos que las nuevas ideas no llegan a un vacío social y cultural. En el caso que estamos tratando las ideas teológicas características del movimiento de la Reforma protestante entraron de contrabando a España.



Si bien tales propuestas lograron evadir del control inquisitorial y alcanzaron a ciertos núcleos, por otra parte en distintas partes de España existía un “magma espiritual” que buscaba salida y alejamiento de la religión oficial.



En este sentido es muy importante valorar los elementos endógenos que conformaron la búsqueda de una religiosidad anti institucional y el regreso al cristianismo normado en el Evangelio.



Este no es el espacio para desarrollar los múltiples orígenes de la Reforma protestante (poligénesis), solamente decir que no hubo un solo origen (monogénesis) con Martín Lutero en Wittenberg.



Para el caso de España es necesario conocer las inquietudes e intentos de renovación religiosa/espiritual que se manifestaron crecientemente por lo menos desde la segunda década del siglo XVI.



Aunque desde antes se posibilita trazar antecedentes de lo que podemos denominar el movimiento de Reforma español. En el último tercio del siglo XV una disidencia religiosa peculiar, con los llamados herejes de Durango, en particular con Pedro de Osma, catedrático de teología en la Universidad de Salamanca, cuyas tesis protoprotestantes fueron condenadas en 1479.



Osma fue el primero que, en España, se atrevió a atacar a la autoridad pontificia, la infalibilidad de la iglesia y el sistema sacramental de la iglesia romana, anticipándose a Erasmo y Lutero en la crítica de estos temas.



Las ideas de Osma tendrían resonancia en el movimiento de los alumbrados de comienzos del siglo XVI. Entre ellos sobresale el grupo de los conocidos como dejados, antecesores de la Reforma española. El nombre de alumbrados les fue adjudicado por la Inquisición.



Uno de los alumbrados, Pedro Ruiz de Alcaraz, gracias a su reiterado estudio de la Biblia, concluyó que una enseñanza toral era la del amor de Dios. De cierta manera es una forma distinta de nombrar la doctrina luterana de la justificación mediante la gracia.



En esta perspectiva es posible considerar el alumbradismo como una lectura española del sola scriptura y del sola fide luteranos. Es necesario remarcar que Alcaraz no recibió la influencia de Lutero, sino que llegó a similar conclusión por su propio camino.



Hay simultaneidad pero no dependencia del alumbrado respecto del postulado doctrinal del teólogo germano. Su teología es resultado del radical descubrimiento del amor de Dios, que llevó a Alcaraz a negar la presencia real de Cristo en la Eucaristía y el culto a este sacramento, las obras de misericordia y el ayuno, las indulgencias y las bulas pontificias.



Igualmente negó que debiera darse culto a las imágenes. Con el fin de atajar la difusión de las ideas de Alcaraz y su grupo el arzobispo de Toledo publica en septiembre de 1525 el Edicto contra “los alumbrados, dejados y perfectos”.



Pedro Ruiz de Alcaraz e Isabel de la Cruz, su mentora, fueron condenados a la pena capital en el Auto de Fe de Toledo el 22 de julio de 1529.



El alumbrado Ruiz Alcaraz tuvo entre sus discípulos a Juan de Valdés, con quien inició contactos en 1523. Valdés oyó en Escalona las predicaciones de Alcaraz y frecuentaba las reuniones religiosas de los dejados.



Valdés se asienta en Alcalá en 1526 o 1527 y establece contacto con los humanistas y erasmistas de la universidad. En él confluyeron dos corrientes renovadoras, una interna, de los alumbrados, y otra externa, la de Erasmo de Rotterdam.



En 1529 (14 de enero) Valdés publica de manera anónima Diálogo de doctrina cristiana, en el cual incluye la traducción del Sermón del Monte. Realiza ésta del griego y no de la Vulgata Latina (traducción de la Biblia al latín realizada por san Jerónimo a finales del siglo IV).



La base textual utilizada para su labor de traductor fue el Novum Instrumentum (Nuevo Testamento) en la edición de 1527, volumen que editó Erasmo de Rotterdam por primera vez en 1516. De tal manera que Juan de Valdés fue el primer español en aprovecharse del avivamiento del griego.



El Diálogo de doctrina cristiana ha sido considerado el primer libro protestante español impreso en el país. Refleja el espíritu de la religión valdesiana […] no es erasmiano sino alcaraciano.



Los temas capitales valdesianos desde su concepto de la gracia y salvación por la fe, y no por las obras, hasta su antropología, interpretación del Decálogo y el Padrenuestro son fundamentalmente alcaracianos.



Al ser publicada la obra contó con el visto bueno de los censores, meses después, 27 de agosto, la Inquisición prohibió que fuera leído. Más tarde, ya identificado el autor, se le vio con sospecha por sostener ideas consideradas heréticas.



En 531 Valdés decidió salir de España hacia Italia, de donde nunca volvería. Diálogo de doctrina cristiana sería una obra muy leída en los círculos españoles que buscaban no solamente enseñanzas dogmáticas sino también una experiencia religiosa y principios éticos conductuales.



Años más tarde el libro de Valdés llegó al Monasterio de San Isidoro del Campo, en las afueras de Sevilla, donde era parte de la comunidad Casiodoro de Reina, el futuro traductor de la Biblia al español.



La cercanía del Diálogo con postulados de Lutero descansa en el conocimiento y coincidencia en los planteamientos que tenía Valdés de algunos escritos del reformador español.



En una cuidadosa investigación Carlos Gilly documenta que las ideas de Lutero están en el Diálogo como palimpsesto, es decir las propuestas del teólogo germano están detrás y no son evidentes a lectores poco avezados.



Gilly observa que el editor español no podía sospechar que en realidad había impreso una traducción de los escritos de Lutero. La presencia pronunciada de Erasmo [en el libro] simplemente había sido un pretexto del autor para desviar a las autoridades de la censura de las fuentes verdaderas del libro.



El enmascaramiento de las ideas de Lutero en la obra de Juan de Valdés fue una estratagema ingeniosa, mediante la cual quedó evadido el muro levantado por la Inquisición con la pretensión de atajar las enseñanzas del teólogo germano.



La influencia de Juan de Valdés en distintas partes del territorio español fructificaría en un abanico de personajes, quienes organizaron núcleos evangélicos que, al ser descubiertos por la Inquisición, fueron perseguidos con dureza.



En Valdés mismo confluyeron diversas ideas prohijadas por reformadores de diferentes latitudes. Él sedimentó el fortalecimiento de disidentes religiosos que retaron el aparato oficial confesional español.



Por lo tanto, y en línea con esta óptica debería, como argumenta Stefania Pastore,




“ampliarse el horizonte de las influencias ejercidas por Juan de Valdés. Empezando por la aprobación de su catecismo, y siguiendo por los avatares de los canónigos complutenses Sancho de Carranza, Juan Gil, Constantino Ponce de la Fuente y Francisco de Vargas, se puede demostrar que la influencia de Valdés, especialmente a través de su Diálogo, fue tan relevante que puso los cimientos del llamado luteranismo sevillano”.




Además de los clérigos y teólogos españoles que buscaban renovar al catolicismo por distintas motivaciones y vías, contribuyó a fermentar el ánimo reformador Erasmo de Rotterdam, quien se mantuvo en la Iglesia católica romana pero adelantó propuestas que después serían radicalizadas por Lutero y otros.



Por lo mismo se hizo famoso un dicho que describe en cierta manera lo acontecido: “Erasmo puso el huevo y Lutero lo empolló”. El aforismo habría sido acuñado por franciscanos de Colonia, a quienes, con ingenió, respondió Erasmo: “Sí, pero yo esperaba un pollo de otra clase”.



La buena recepción en España de las críticas y postulados de Erasmo encontraron eco en un ambiente previamente abonado por inquietudes internas, y éstas se potenciaron con el conocimiento de las obras del teólogo holandés.



El pensamiento de Erasmo tuvo mayores repercusiones en España que en ninguna otra parte de Europa. Dicha influencia habría funcionado como espacio para dejar salir convicciones y exigencias sobre la necesaria depuración del catolicismo español.



El ciclo de la influencia de Erasmo en España presentó variaciones, desde su máximo ascendiente hasta la suspicacia para con él de autoridades eclesiásticas y teólogos que lo tildaron de hereje para, finalmente, ser encasillado en la lista de autores prohibidos.



Si bien es cierto existe presencia de Erasmo en prácticamente todos los reformadores españoles que transitaron hacia distintas modalidades del protestantismo, ya sea por descubrimientos propios y/o el contacto con obras de autores que rompieron con Roma, aquellos reformadores fueron más allá de los planteamientos y actitud del maestro holandés.



Las evidencias así lo demuestran, ya que sus renovadas convicciones teológicas fueron vertidas en obras que testimonian la pluralidad y riqueza del protestantismo hispano del siglo XVI.


 

 


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