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Personas fuertes e higiene intelectual

No puedo comprar planteamientos de cualquier tipo, por baratos que salgan aparentemente o inocuos que parezcan.

EL ESPEJO AUTOR Lidia Martín 08 DE SEPTIEMBRE DE 2019 07:10 h

Cansada como estoy desde hace mucho ya de ver cómo todo parece estar infestado de filosofía barata y de pacotilla, esta semana les pido la licencia de entrar directamente al grano y no andarme con rodeos.



Normalmente suelo introducir el tema de una forma más o menos progresiva, pero es que de verdad que el asunto que me ocupa hoy agota al más paciente. Y no veo gran remedio o forma de contenerlo, sin que esta incluya hablar alto y claro, porque con tanta tontería no damos abasto y creo que en buena parte, por sutil, nos pasa desapercibida.



La gota que colmó mi vaso hace unos días llegó cuando vi una frase ante la que me resultó muy difícil no responder en el momento.



Hoy lo hago, pero en su momento decidí tomarme unos días para la reflexión, pero no tanto porque quisiera profundizar en sus verdades, sino más bien porque me sentí en responsabilidad de desenmascarar sus mentiras de forma un poco seria al menos.



Evidentemente, no puedo hacerlo con cada frase que veo, pero esta era demasiado increíble como para dejarla pasar, y decía así: “Las personas fuertes sonríen con el corazón roto, lloran a puertas cerradas y pelean batallas de las que nunca nadie se entera”.



No dudo de que haya personas fuertes que hayan hecho esto pero, ¿de verdad esto es a lo que se nos está invitando? ¿Esta es la fortaleza a la que podemos y debemos aspirar?



Ahí queda eso… Quien lanzó la frase se quedó a gusto y quien la recibe, ya se apañará con ella, que vivimos en un país libre. Redistribuido desde un perfil que se autodenomina “Pensamientos del Alma” -lo cual puede sonar francamente bien, pero no saben cuánto mal le están haciendo al alma a la que apelan- lo soltaron así, sin anestesia, y se quedaron tan anchos.



No han sido ni los primeros, ni los únicos. Tampoco serán los últimos, por supuesto, pero no puedo dejar de decir que, no solo no entran en la “casilla” de psicología de ninguna clase, sino que esto no entra ni siquiera en la modalidad de filosofía pop, tan abundante en nuestros días. Esta frase en particular es una mentira descarada, sin más.



En los últimos años se nos bombardea hasta la extenuación con multitud de frases aparentemente resultonas y cargadas de sabiduría que no son tales, como espero poder desarrollar en estas líneas.



Las redes se han prestado con mucha facilidad a esto porque, al fin y al cabo, cada uno es libre de publicar lo que quiera y, lo que es más, de leer y creer lo que desee, con lo que el problema, como siempre, no son las redes, sino quienes estamos detrás de ellas.



El contenido de este tipo es corto, contundente, envuelto en un formato visual, simpático en muchas ocasiones, y fácil de digerir. En un mundo en el que cada vez queremos pensar menos, estas frases han encontrado un terreno estupendamente abonado para crecer y proliferar.



Y ahí estamos… llenando nuestra cabeza de cosas que suenan bien pero se viven mal y nos hacen peor.



Lo más fácil para algunos resulta demonizar a quienes ponen la plataforma. Pero eso es tan facilón y esquivo como decir que nuestros hijos compran alcohol porque las tiendas se lo venden.



Puede ser verdad, pero solo lo es a medias, con lo que también es una gran mentira. Solo que interesa, porque nos elimina de los hombros una de las cargas que más odiamos en este tránsito nuestro por la vida: la responsabilidad personal.



A esa responsabilidad, sin embargo, es a la que quiero apelar hoy, para que nos obliguemos a discernir, escoger, diferenciar, analizar y rechazar, si es necesario, ciertos contenidos. A eso le llamaré hoy y aquí “higiene intelectual”.



Muchas de esas frases a muchos les suenan a psicología (como disciplina), pero créanme que no lo son. Es lo malo de mi campo profesional: que está tan al alcance de la mano que todo el mundo habla DE ella como si hablara DESDE ella.



Eso no pasa con la cirugía o las matemáticas. Por eso, algunos de esos planteamientos no tienen detrás un intento ni medio serio por aproximarse con cierto rigor a la realidad.



A veces puede ser inocente, pero otras veces no lo es. Y en la falta de higiene intelectual creo que no hay una total inocencia. No profundizamos porque huimos del esfuerzo que implica ir más allá.



Además debo decir que muchos profesionales se han pasado más bien al “rollo comercial vende-libros”, dejando el rigor a un lado por un plato de lentejas. Eso, evidentemente, no ha ayudado en nada al punto en el que estamos.



Y no estoy demonizando ni las buenas frases ni la simplicidad de ellas. A lo que aspiro, que creo que es lo mínimo a pedir, es a que lo que se diga sea verdad.



Hemos de reconocer los profesionales que la disciplina psicológica no está tan unificada como para ser mucho más que un conjunto de teorías, en muchos casos, sobre todo porque las variables sociales y humanas no son nada fáciles de medir.



Funcionamos, entonces, por hipótesis más o menos comprobables. De hecho, por eso estamos entre las ciencias sociales y no las exactas, porque aunque se pretende cierto rigor y exhaustividad en el estudio, el método científico no es tan fácil de aplicar como en la física o la biología, por ejemplo.



Pero dentro de la disciplina, y más en los últimos años, hay un interés serio por buena parte de su comunidad de analizar el comportamiento y lo que nos acontece con seriedad. Así que pediría que, por favor, no consideren todo lo que suene a psicología como tal, porque no es verdad.



Estas frases huecas solo son la visión de alguien que ha hecho una teoría personal y biensonante de algo -en la mente de otros sería un simple batiburrillo mental-, la comparte y deja a la audiencia demasiado anonadada por su palabrería como para poder responder.



Ante eso, que parece sonar a verdad, rápidamente compartimos, divulgamos, sin hacer más filtro que el “me gusta” o “no me gusta” y por eso estos mensajes se extienden como la pólvora. Pero ojo con la pólvora, porque todos sabemos bien el peligro que conlleva.



La sabiduría popular, con la que algunos han comparado esta moda, tenía que ver con las formas de pensamiento de las personas sencillas, que por supuesto albergan sabiduría y el poso de la cultura popular acumulada a través de generaciones.



Frases y pensamientos increíbles, expresados con la sencillez del que ha vivido mucho y también ha pensado mucho, con lo que quiere que se le entienda, y no recopilar halagos en red. Pero esto que contemplamos ahora es “otro rollo”.



Con los años, nuestro pensamiento se ha ido simplificando y yo diría más bien que retorciendo, hasta llegar a quedar en mensajes muy escuetos, de profundidad escasa y demasiado comerciales, que no responden tanto a decir mucho con buena síntesis -aquello de que lo bueno, si breve, dos veces bueno- sino que priorizan lo impactante y llamativo por encima de un contenido serio y veraz.



Vamos, que son falsos, aunque potentes. La frase que he mencionado es solo una entre millones de ellas. Estamos instalados en la más descarada filosofía pop de varias generaciones de desgaste ya a la que contribuyen todo hijo de vecino, youtuber de turno, o influencer que toque.



La fuente es lo de menos. Todo es igual, todo está bien. Y esto es contrario a cualquier higiene intelectual.



Mi abuela materna tenía muchas grandes frases de esas que te hacían pensar. Era una sabia popular en el sentido más amplio: mujer sencilla, directa, muy humilde en su casi ausente conocimiento académico, profundamente sabia en cuanto a la vida, por otro lado.



Los que me conocen y me escuchan dando conferencias, a menudo me recordarán citándola porque muchas de ellas eran lapidarias y me han orientado y guiado a lo largo de mi vida.



Mi madre bien se ha encargado de recordármelas una y otra vez en muchas ocasiones y no ceso de compartirlas porque realmente estaban cargadas de lo mejor: sencillez y conocimiento práctico.



El problema de muchos de esos textos vacíos de contenido y cargados de palabras que, combinadas, suenan a sabiduría, es que pueden ser fáciles de comprar, incluso de digerir, pero muy peligrosas de vivir.



La frase que he compartido en esta ocasión, a la que se acompañó con una foto de Emma Watson, desconozco si porque la dijo ella o porque a quien hizo la composición visual le plació así, es un peligro inmenso, y no una ayuda, como pretende parecer.



Por frases como esas, que en el fondo no son sino creencias puestas en palabras, es que tengo y tendré seguramente la consulta llena de gente toda mi vida.




  • En primer lugar porque describen a las personas fuertes torciendo el significado de esa palabra. El fuerte no es el que muestra una emoción que no es, o el que se encierra a llorar, o aquel cuyas batallas quedan apartadas de las esfera pública.

  • Fuerte, por el contrario, es el que es capaz de reconocer sus emociones, abstenerse de sonreír en momentos que no corresponden, solo por ocultar que somos humanos o por aparentar, y evitar dividirse en una especie de esquizofrenia emocional que les lleve a aparentar un punto en el que no están. O a creérselo, que es otro caso frecuente, o a torcer sus sentimientos, yendo más allá, lo cual no les lleva sino a desconocerse por completo y desequilibrarse emocionalmente.

  • ¡Qué necesitados estamos de proyectar imagen hacia fuera! ¡Y qué lejos ha quedado la fortaleza de ser honesto y que no te tiemble el pulso por ello! Más bien no manejar las propias emociones y no ser honesto con ellas en los momentos públicos es un signo de que hay cosas que corregir, no de que se es fuerte.

  • Hay que ser fuerte para llorar, por otro lado, aunque es importante y sabio también escoger con quién se hace. Llorar a puerta cerrada puede ser UNA opción en ocasiones, cuando no hay otra, pero no es LA opción, entre otras cosas porque empeora el problema y genera una inmensa e innecesaria vivencia de soledad. Hemos convertido lo que debería ser la excepción en la norma a seguir y estamos colaborando intensamente en crear un mundo cada vez más inhumano.

  • Como seres de comunidad que somos, pelear las batallas en equipo es un signo de sabiduría e inteligencia. Pero hoy, no nos olvidemos, se potencia la individualidad, la autosuficiencia, la satisfacción de poder auto-atribuirnos el mérito de cada acción, de cada acto de supervivencia, a nosotros mismos. No queremos compartir nuestra gloria con nadie, ser resolutivos en el sentido también de no necesitar de nadie nos ha convertido, pasito a pasito, en nuestro propio dios y por todo eso también este tipo de pensamiento tiene tanto éxito entre nosotros.



No es psicología, entonces, sino pseudofilosofía de la cutre. No es más que pensamiento pop venido a menos, aunque no deja de ir a más porque tiene público y vende mucho.



Pero, desde luego, se aleja claramente de la Verdad. Me rijo a nivel personal por varios principios fundamentales cuando me pongo delante de cualquier contenido, por atractivo o convincente que me parezca:




  • examinarlo todo y retener lo bueno (1ª Tesalonicenses 5:21),

  • entresacar lo precioso de lo vil (Jeremías 15:19)

  • y no aceptar lo bueno como malo y lo malo como bueno (Isaías 5:20)



Todos esos que acabo de mencionar son, por cierto, principios bíblicos, y solo son algunos de los que me ayudan. Y es que, Quien me diseñó con esmero, Dios mismo, habla a mis oídos de una forma bien distinta a la que aquellas frases plantean.



Por eso creo que debo ser muy intencional en tener una buena higiene intelectual: es decir, cuidar lo que veo, lo que leo, lo que acepto como verdad, porque no todo lo es. Y debo saber distinguir entre las filosofías personales, las teorías con un intento de rigor, pero que no pasan a ser verdad por el hecho de ser teorías, o la Verdad con mayúsculas.



Soy psicóloga de profesión, pero con profundas inquietudes espirituales también, y esto me ha llevado a un puerto que para muchos, dentro y fuera de mi profesión, dentro y fuera de mi fe, resulta inquietante o incluso imposible de compaginar.



Sin embargo, para mí no lo es, aunque no resulta un camino sencillo. Y aunque aprecio el conocimiento que la psicología como disciplina aporta, y escojo de ella qué teorías pueden resultar de ayuda en mi ejercicio profesional, quiero saber y entender más, sobre todo cuando buena parte de lo que “descubre” la disciplina son principios que están bien enraizados en el corazón del Evangelio.



La Biblia es para mí como cristiana, junto con Jesús mismo, la expresión más clara de la forma en la que Dios ha hablado de sí mismo y de la vida. También de MI vida.



Sería fácil poder simplemente escribir un libro y llenarlo de aparente sabiduría, esperando que la gente lo crea sin más. Eso es lo que hace la filosofía pop.



Pero Jesús es la encarnación y aplicación práctica de cada una de esas palabras, y eso me da verdaderas garantías de no estar hablando de contenido vacío. Y es que no hay palabra hueca cuando una persona de carne y hueso encarna cada una de ellas, y lo hace hasta la muerte misma.



La Palabra de Dios, porque así la considero y se autodenomina…




  • Me dice que mientras callo, se envejecen mis huesos en mi gemir todo el día (Salmo 32:3). Así que la solución no puede ser callarse y poner una sonrisita en mi cara como manera de gestionarlo. Eso no es ser fuerte.

  • Más bien me recuerda a través de Pablo que, cuando soy débil, si me agarro a sus fuerzas, entonces soy fuerte (2ª Corintios 12:9-10). Es en mi debilidad que Su poder se perfecciona, cuando no puedo atribuirme a mí misma mi salvación, sino solo a Él. Y no me pesa para nada compartir de ese mérito, porque simplemente, a la luz de lo poco o nada que controlo mis circunstancias, sé que no lo tengo.

  • Me recuerda que puedo clamar a Él en todo momento (Jeremías 33:3) y que, por tanto, no tengo por qué pelear mis batallas solo, sino que él me prepara para ellas (Salmo 18: 32-36) y me acompaña en medio de ellas (Isaías 43:2-4).

  • El valor de los demás es importante: “Mejores son dos que uno”, decía el sabio Salomón, cuya sabiduría venía de la petición que había hecho a Dios mismo al inicio de su mandato, pero “¡Ay del solo, que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante!” (Eclesiastés 4:9-12)

  • El Señor se hace patente para nosotros entre los que nos ayudan (Salmo 118:7) y ninguna de mis lágrimas le pasa desapercibida, aunque no siempre reciba la respuesta que espero cuando creo que la necesito. sin embargo, hasta aquí me ha acompañado Dios y no tengo más que agradecimiento ante eso.



Así las cosas, y respetando y entendiendo que mi postura sea incomprensible por muchos, creo que es ahora más evidente por qué no puedo comprar planteamientos de cualquier tipo, por baratos que salgan aparentemente o inocuos que parezcan.



Y por qué me niego a compartirlos. Si me alejan de la verdad, me saldrán caros, en todo caso, aunque me quiera sentir mucho más fuerte en mis propias fuerzas.



Higiene intelectual ante todo lo que pasa por delante de nuestros ojos, e higiene también a la hora de compartir, por favor, que nos va la vida en ello.


 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

Antoine
13/09/2019
17:05 h
2
 
Jesus lloró a puertas abiertas en Juan 11.25, y sus discipulos se enteraron de su batalla en Getsemaní.
 
Respondiendo a Antoine

Enrique Lara
10/09/2019
18:26 h
1
 
Muchas gracias por animar a la reflexión y denunciar una realidad que se da en abundancia entre el "publico creyente". ¡Más Proverbios, por favor!
 



 
 
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