La Biblia habla constantemente de lo pequeño y de los pequeños, para bien.
Hace poco leía en un periódico sobre el control de los “gastos hormiga”.
Era un artículo cortito, de esos que casi pueden pasarte desapercibidos entre tanta marabunta informativa, pero era interesante porque concretaba de manera muy clara una realidad diaria con la que vivimos, y no solo en la economía doméstica, sino en cada uno de los aspectos de nuestra vida.
Sus palabras concretas eran “apenas se notan, pero horadan el bolsillo”.
La cosa es que, como en tantas ocasiones nos pasa ante un título muy llamativo, las propuestas no eran como para tirar cohetes, pero como el concepto me seguía pareciendo desafiante, por la forma de expresarlo y lo paradójico que parece encerrar, seguí dándole vueltas un buen rato.
Y terminé llegando, como suele pasarme, a muchas de las paradojas que rodean nuestra vida y que, por aparentemente pequeñas, también se nos pasan de largo.
¿Qué pasa si aplicamos esa “filosofía de las pequeñas cosas que van sumando” a otros aspectos de nuestro día a día, y no solo al ahorrar?
Cuando quise darme cuenta, después de un ratito y sin dedicarle muchos esfuerzos, aparecieron en mi mente muchas áreas a las que este problema de los gastos hormiga era aplicable.
Porque todo lo pequeño, por muy insignificante que nos parezca, va sumando hasta generar un acumulativo considerable que nos puede terminar pesando:
El drama de estas pequeñas cosas es que no las vemos venir. Y cuando las vemos no es por ellas mismas, sino por el sumatorio final de todas ellas.
Ahí ya es demasiado tarde: y de la misma forma que los gastos hormiga horadan el bolsillo, los simplezas que no son simples nos agujerean la vida.
Demasiado ocupados con lo grande alrededor, que es lo que nos llama la atención y lo que acapara nuestro tiempo, se nos va quedando atrás lo pequeño, que tiene que pasar muchas veces por delante de nosotros para ser visto. Y si lo pequeño es malo, por pequeño que sea, trae males grandes con ello.
Pero no siempre lo pequeño es malo ni su acumulativo es perjudicial. Porque lo pequeño se acumula para mal y para bien.
Ganamos y se nos gana cuando existe la constancia de darle el lugar correcto a las cosas que son importantes: los pequeños gestos, las pequeñas sonrisas, los momentos en que devolvemos pequeños bienes ante ciertos males…
Esto es, además, por acción y por omisión: por eso no solo perdemos por sobredosis de los pequeños reveses del día a día; también hemos perdido cuando le quitamos importancia a los pequeños gestos que hacen de nuestra convivencia algo mucho mejor.
Hemos eliminado los “gracias”, los “de nadas” y lo “por favor”, en pro de una autenticidad que solo es mala educación, egocentrismo y orgullo.
Y estas cosas que nos parecen tonterías pero están lejos de ser insignificantes son mucho más que protocolo o cuadriculamiento, como algunos prefieren verlo.
No es por tontorronería que vengo a ensalzar esos detalles, debo decir, sino porque detrás de esas pequeñitas palabras se esconden los grandes asuntos de la vida relacional: el agradecimiento, la generosidad y la humildad, que tanta falta nos hacen.
Hoy se ensalza, se atiende y se valora lo grande. Lo urgente es escandaloso, llamativo, adelanta por la derecha… y le prestamos todos nuestros sentidos.
Lo demás, que quizá se presenta en dosis pequeñas, pero que nos podría alimentar en lo profundo, va dejándose de lado, empobreciendo nuestras vidas y dejándonos más huérfanos que nunca, y no solo en el bolsillo.
No me resulta coincidencia ni casualidad, entonces, que la Biblia hable constantemente de lo pequeño y de los pequeños, para bien, y avise permanentemente del efecto de ciertas cosas también pequeñas para mal.
Lo que este mundo desprecia es lo más valorado en el reino de los cielos, como Jesús explicaba ente la estupefacción de todos, y las cosas que nos parecen pequeñas tienen un papel fundamental en la economía de Dios.
Me acuerdo, por ejemplo…
A partir de aquí, quizá hemos de plantearnos si no será que se crece sirviendo en las pequeñas cosas, que son las que más nos cuestan y en las que Jesús, desde los gestos más lapidarios, como lavando los pies a sus discípulos, o hablando con los despreciados de su tiempo, supo conquistarnos a muchos de nosotros.
También valoremos si son los “grandes pecados” a ojos nuestros los que realmente nos alejan cotidianamente del calor de la comunión estrecha con el Señor, o más bien son las muchas pequeñas negligencias acumuladas en forma de esos “pecadillos respetables” a los que nos hemos acostumbrado y que son los que, a los no cristianos, les hacen creer que no necesitan un Salvador, y a nosotros, los que creemos, que podemos conformarnos con quedarnos como estamos, sin aspirar a seguir creciendo a la imagen de Cristo y parecernos más a Él.
No quiero resistirme a las cosas pequeñas con las que fui conquistada: Su mirada tierna, Su abrazo silencioso en los tiempos de angustia… porque en la acumulación de los pequeños-grandes gestos, en su “no abandono” jamás de lo pequeño ni de lo grande, es que puedo ver, si entorno un poco los ojos y miro atrás, el caldo a fuego lento que el Señor ha cocinado con los pequeños detalles de mi vida y me ha ido haciendo más fuerte.
Hasta aquí me ayudó el Señor: todo suma y sigue sumando. Y me invita a que haga lo mismo con quienes me rodean, para que la acumulación de lo pequeño y malo no me horade la vida, ni yo se la agujeree a otros.
Para que el sumatorio de lo aparentemente insignificante y bueno me haga -nos haga- ver Su rostro, de nuevo, mirando con compasión, y construyendo silenciosamente y sin descanso, como hace la pequeña hormiga.
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