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Lo auténtico como excusa

Muchos se están subiendo al carro de esa nueva autenticidad que deja hacer lo que uno quiera y salir indemne.

EL ESPEJO AUTOR Lidia Martín 18 DE AGOSTO DE 2019 06:10 h
Foto: Tim Marshall. Unsplash (CC0).

En los tiempos que vivimos, lo “auténtico” se ha convertido en un parapeto detrás del cual se esconden nuestras más oscuras inclinaciones.



Es, como muchas de las cosas que pululan alrededor nuestro, una moda más, aunque supongo que estamos de acuerdo en que nunca debió haberlo sido.



Porque ser realmente auténticos no es el problema. Solo lo es la tergiversación del término con intenciones e intereses puramente personales y no colectivos.



La autenticidad tiene que ver con no tener doblez, con ser lo que se parece y parecer lo que se es. Pero los que, desde su “rollo hípster” mal entendido, lo han convertido, hecho lema, en una mala excusa para hacer lo que les pida el cuerpo en cada momento.



Han tergiversado la verdad del concepto y el resultado es que nos hemos perdido una cualidad francamente valiosa a cambio de un sucedáneo pobre de autenticidad.



Desde ese uso es, sin más, la coartada perfecta por la cual uno puede excusar lo que acabe de hacer con desacierto y poca fortuna, con poco tacto o nula empatía, y además quedar bien.



De ahí que tantas personas se estén subiendo al carro de esa nueva autenticidad que deja hacer lo que uno quiera y salir indemne, mientras quien escucha su alegato se queda pensando, a la vez, si no estará pecando, efectivamente, de falta de autenticidad en comparación.



La manipulación de este tipo de modas es muy sutil. Muchos de quienes usan la que nos ocupa hoy, de hecho, ni siquiera saben por qué les funciona tan bien como estrategia. Más bien quien parece equivocarse es quien ataca la autenticidad.



Sin embargo, ahí empieza parte de la manipulación. No atacamos LA, sino que nos repele ESTA clase, que no es tal.



La nueva autenticidad que se ha impuesto es como la nueva tolerancia, entre otros recién horneados valores. Solo sirve para que los interesados, abanderándose de valores antiguos y sólidos que realmente valían la pena, aparenten virtudes que no están dispuestos a cultivar.



La mayor parte de ellos son valores personales y prosociales, e invertir para tenerlos entre nuestros recursos personales requeriría dos cualidades que están en desuso: la profundización y la solidaridad.




  • Hemos cambiado la primera por una filosofía pop, rápida y de frases en pocos caracteres que aparente decir mucho aunque realmente no diga gran cosa.

  • Hemos sustituido la segunda por un aprecio por el otro que no compita con el amor por uno mismo, que es lo que realmente impera alrededor nuestro.



Y así las cosas, la nueva tolerancia tolera mientras se piense igual que uno, y la nueva autenticidad disfraza las malas intenciones hacia otros y el tremendo egocentrismo bajo una apariencia de virtud que parece convencer a los más ingenuos.



Jugada maestra que está convenciendo a muchos, sin duda, a veces no tanto porque se le dé crédito como tal, sino porque resulta conveniente. De ahí que las filas de los “nuevos auténticos” no paren de crecer.



Sin embargo, me hago y traslado algunas consideraciones a colación de estas cosas… Cuando alguien dice las cosas de cualquier forma hiriendo a quien tiene delante, y lejos de pedir perdón solo puede decir que es muy auténtico, ha cambiado la empatía y el autodominio por dejarse llevar por lo que el cuerpo le pida.



No es menos auténtico el que antes de hablar piensa la mejor manera de decirlo: es educado y generoso en sus mensajes, porque te puede estar diciendo algo que no sea totalmente de tu agrado, pero sin faltarte.



La autenticidad real nunca estuvo reñida con el resto de virtudes. De hecho, hace buenas migas con ellas porque, quien realmente considera la verdad como algo relevante, pero no solo a ella, sino que entiende a los demás como tan importantes como uno mismo y al amor y aprecio por otros como fundamento de una vida como debería ser, hace de la autenticidad una verdadera delicia y una de las fórmulas de vida más impactantes posibles.



Quien es verdaderamente auténtico no necesita decirlo ni autoproclamarse como tal. Su vida habla por él y sus acciones gritan fuerte en su nombre. Cada gesto refleja coherencia y unidad.



Y si lo que hay es calidad humana, o un interior transformado y trabajado, la autenticidad hace que brille como la luz, que no necesita anunciarse porque su presencia es inapelable.



Pero en este mundo en el que cada cual copia al de al lado y lo que se vende es piratería personal, hay que dejarlo claro desde el principio, aunque sea por si acaso.



No es hipocresía, debo decir a los nuevos auténticos, el cuidado que se muestra hacia los demás. Es más bien esmero en considerar a alguien más que solo a uno mismo.



Y es que la autenticidad del egoísta pone de manifiesto justamente eso: que su corazón está principalmente, si no exclusivamente, alineado consigo mismo, pero con nadie más.



¿A cuántas personas conocemos que, cuando han de decirnos aquello que no queremos oír porque es necesario, lo hacen desde el cariño, el amor y la convicción de que somos dignos de respeto, al igual que ellos? ¿No querríamos tener a muchos de estos amigos entre los que contamos como tales? ¿Son estas personas menos auténticas que las que van dejando un reguero de cadáveres a su paso desde que se han pasado a la moda de la nueva autenticidad? ¿Son acaso hipócritas?



Más bien, no solo son auténticos, sino que son especies prácticamente en peligro de extinción y por eso es tan importante atesorarlos, rodearse de ellos y cuidarlos bien. Porque escasean.



Así que dejen de convertir a los que hacen el bien en los malos de la película para autoproclamarse, aunque sea solo por descarte, en los buenos e intachables.



El principio de llamar a lo malo bueno y a lo bueno malo es uno ya bastante antiguo del que el propio profeta Isaías hablaba con absoluta clarividencia de lo que se venía encima.



La verdad en amor es el principio fundamental del Evangelio de Jesús, absolutamente auténtico en sus formas, intenciones, conducta y palabras. Tanto, que le costó la vida misma.



Unas buenas noticias (eso significa la palabra “Evangelio”), que nos hablan de la realidad de lo que no está bien en nosotros, pero poniendo la vida del Inocente en mayúsculas por delante.



Lo primero que esto crea en todos nosotros es rechazo… hasta que entendemos que detrás de ello solo se esconde un amor profundo y sincero por cada persona.



A Jesús le costó la vida venir porque la verdadera autenticidad escuece a quienes no la poseen y ven estorbados y evidenciados sus propios intereses personales, que no exponen abiertamente a pesar de lo auténticos que se creen.



Es lo que les sucedió a los fariseos y a muchos otros alrededor de Jesús entonces, a quienes les incomodaba verle siempre rodeado de multitudes por cómo presentaba la Verdad desde un Amor inabarcable, ese que solo muestra quien da su vida por sus amigos.



Los motivos ocultos de cada cual son normalmente políticamente incorrectos, y por eso han de disfrazarse de virtud. Sucedía entonces y sucede ahora. Los fariseos eran expertos en aquello.



Eran los “santos” del momento, pero en su propia opinión, porque la transparencia de Jesús y la claridad de Su vida les pusieron en evidencia. Él mismo llamó a aquellos que se jactaban de su propia forma de ser “sepulcros blanqueados” e “hipócritas”.



Auténticamente directo y hasta alguno podría pensar que falto de amor, que es lo que estamos condenando. Sin embargo, por los fariseos y cada enemigo cerca y lejos de Él también murió Cristo, de forma que eso lo cambia todo.



Jesús no fue amigo de los fariseos, porque no podía serlo, pero llevó al extremo posible su propio principio de amar a los enemigos muriendo por cada uno de ellos, que podían ser salvos, como tú o yo, a través de Su sacrificio, auténtico como ninguno de los que cualquiera de nosotros hacemos aquí.



La autenticidad como moda del tiempo presente solo está poniendo en evidencia lo que reside en el corazón de cada cual. De forma que quienes se jactan de ella como escudo, en realidad se están cubriendo de su propia basura, por muy de moda que quieran venderla.



Los que se tienen a sí mismos y sus motivos en el centro, desde su autenticidad seguirán dejando a otros en la cuneta y lo venderán como virtud, sin percatarse de que lo que les hace virtuosos no es la autenticidad en sí, sino que esa autenticidad revele valores de verdad bajo sus argumentos. Son auténticamente oscuros.



Quienes anhelamos, por otra parte, una vida auténtica como seguidores de Jesús, el único que no tuvo doblez en ninguno de Sus caminos, como Su propia muerte evidencia, aspiramos a que nuestra autenticidad solo consista en vivir la Verdad desde la plataforma del Amor.



El mismo Amor incomprensible con el que hemos sido alcanzados, la misma Verdad, dolorosa para nuestros egos, quizá, pero deliciosa en sus propósitos de eternidad para nosotros, con que hemos sido salvados.


 

 


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