La apologética clásica suele mostrar evidencias que confirman la veracidad de la revelación bíblica y la inconsistencia de las ideologías que se oponen a ella.
A lo largo de la historia del cristianismo han surgido diversas maneras de entender la apologética en función del énfasis concedido a los diferentes argumentos, así como a la teología natural. Aunque todas estas escuelas persiguen, en el fondo, lo mismo, defender la fe cristiana frente a las críticas contrarias, actualmente pueden señalarse hasta cinco escuelas apologéticas diferentes: clásica, evidencialista, presuposicionalista, fideísta e integral. Los principales representantes de algunas pertenecen al protestantismo angloamericano y sus trabajos han crecido en rigor y complejidad desde la década de los ochenta del pasado siglo XX. Veamos las características principales de cada una de ellas.
1. Apologética clásica
La apologética clásica se remonta a los dos primeros siglos del cristianismo, aunque sigue teniendo continuidad en el presente. Asume que la fe cristiana posee coherencia interna. Es decir, que aunque se requiera de la fe en todo aquello que tiene que ver con lo sobrenatural, ésta se fundamenta también en la razón y busca las respuestas más lógicas. La apologética clásica suele mostrar evidencias que confirman la veracidad de la revelación bíblica y la inconsistencia de las ideologías que se oponen a ella. Acepta los argumentos racionales sobre la existencia de Dios y analiza las evidencias a favor y en contra de los acontecimientos milagrosos para elegir aquellas que presentan mayor verosimilitud.
Entre los apologistas clásicos de la antigüedad cabe destacar a Justino Mártir, Anselmo y Tomás de Aquino, mientras que entre los clásicos contemporáneos sobresalen Norman L. Geisler, C. S. Lewis, R. C. Sproul, William Lane Craig, Richard Swinburne, Alister McGrath, J. P. Moreland y Ravi Zacharias, entre otros. Todos estos autores suelen darle mucha importancia a los discursos apologéticos que aparecen en el Nuevo Testamento, como el del apóstol Pablo en el Areópago ateniense, y de la misma manera procuran avanzar por etapas. Primero, intentan demostrar la existencia de Dios como creador omnisciente y omnipotente. Para ello, emplean la teología natural y enfatizan los clásicos argumentos cosmológico y teleológico. El primero afirma que debe existir una causa no causada que explique el origen del universo y tal causa tiene que ser Dios. Por su parte, el argumento teleológico se centra en el diseño y la finalidad que manifiestan todos los seres vivos para concluir que debe haber un Diseñador original de los mismos. Algunos autores se refieren también al argumento de los valores morales innatos y presentes en todas las culturas como prueba de la existencia divina.
En segundo lugar, una vez demostrado el teísmo, se pasa a la segunda etapa: la confirmación de la fiabilidad de la revelación (AT y NT) y del cristianismo. Se señala que, si existe Dios, la inspiración bíblica y los milagros son como mínimo posibles. Si se tiene en cuenta que la Biblia afirma ser la Palabra de Dios; que ha sido transmitida fielmente a través del tiempo, mediante copistas escrupulosos y que el Antiguo Testamento contiene profecías que se cumplieron en el Nuevo Testamento, concretamente en la persona de Jesús; todo esto demostraría que las Sagradas Escrituras fueron inspiradas por Dios. De la misma manera, el testimonio de los Evangelios acerca del Maestro como Hijo de Dios y Salvador resucitado de la humanidad adquiere notable relevancia.
Tal como se ha señalado, un notable apologista clásico es el profesor emérito de Oxford, Richard Swinburne (nacido en 1934). Su trabajo se ha venido publicando en inglés desde la década de los setenta. No obstante, algunos de sus libros han sido traducidos al español, como La existencia de Dios (1979),[1] Fe y razón (1981)[2] y ¿Hay un Dios? (1996).[3] En la mayor parte de sus obras, todas de carácter filosófico, intenta demostrar la probabilidad de las doctrinas cristianas fundamentales. Su método es inductivo ya que trabaja partiendo de los fenómenos observados para formar hipótesis explicativas, que pone a prueba analizando su coherencia interna. Concluye proponiendo la existencia del Dios de la Biblia. Es decir, un ser supremo eterno, omnisciente, omnipotente, misericordioso y justo. Según su opinión, tal hipótesis posee coherencia interna ya que explica bien todos los fenómenos observados, por lo que la existencia de Dios es muy probable. Frente a semejante conclusión, la objeción clásica acerca del problema del mal en el mundo no se sostiene, ni posee la suficiente fuerza argumentativa. Se ha señalado, no obstante, un punto débil de su argumentación.[4] Como va construyendo probabilidades sobre anteriores probabilidades, al final le queda un grado bastante bajo en relación a la veracidad del teísmo y las doctrinas cristianas. Quizás si presentara tales probabilidades como independientes entre sí y mutuamente argumentativas, sus razonamientos serían más sólidos.
Otro apologista relevante que también sigue el método clásico es Norman L. Geisler (nacido en 1932). Fue el fundador y presidente del Southern Evangelical Seminary de Charlotte, en Carolina del Norte (Estados Unidos). Licenciado por el Wheaton College y con un doctorado en Filosofía por la Universidad de Loyola en Chicago. Es un autor muy prolífico pero, lamentablemente, la mayor parte de su obra no se conoce en la lengua de Cervantes. Entre sus voluminosos textos destacan: The Big Book of Bible Difficulties (1992) realizado en colaboración con Thomas Howe, y The Baker Encyclopedia of Christian Apologetics (1999), del que posteriormente se adaptó The Big Book of Christian Apologetics (2012). El doctor Geisler se mantiene fiel a la tradición apologética de Agustín de Hipona, Anselmo y Tomás de Aquino, igual que a la de Locke y Paley. Cree que la existencia de Dios y la revelación bíblica son demostrables.
No obstante, es necesario tener en cuenta que los razonamientos para probar la existencia de Dios no constituyen demostraciones automáticas o impersonales, como si fueran demostraciones matemáticas para convencer necesariamente a todo el mundo. Se trata, más bien, de argumentos válidos para ayudar a las personas que lo deseen, y que se quieran implicar en sus consecuencias, a admitir la existencia de un Dios creador y, a la vez, personal que nos interpela a cada uno. Es evidente que en este terreno, en el de la fe que compromete la existencia humana, tales argumentos tienen una función determinante.
Notas
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