A pesar de las limitaciones el imaginario bíblico fue representado en distintas formas, una de las cuales fue mediante pinturas.
Cuán desnudas estarían las paredes de nuestros museos despojadas de las obras de arte que ilustran, interpretan o aluden a temas bíblicos. Cuánto silencio habría en nuestra música ocidental, desde el canto gregoriano hasta Bach, desde Haendel hasta Stravinski y Britten, si suprimiéramos las versiones de textos bíblicos, las dramatizaciones y los motivos. Lo mismo vale para la literatura ocidental. Nuestra poesía, nuestro drama, nuestra ficción serían irreconocibles si omitiésemos la continua presencia de la Biblia.
George Steiner
La Biblia fue vedada al pueblo en Nueva España. Los colonizadores españoles, provenientes de la potencia contrarreformista, siguieron las instrucciones del Concilio de Trento, que prohibía traducir las Escrituras a lenguas vulgares y su lectura en latín estaba reservada para unos pocos. Además, la Biblia debía incluir notas doctrinales acordes con las enseñanzas de la Iglesia católica romana. Pese a todo, el imaginario bíblico fue representado en distintas formas, una de las cuales fue mediante pinturas.
En el marco celebratorio por los cincuenta años del Museo Nacional de San Carlos el recinto albergó del 25 de octubre de 2018 al 3 de marzo de 2019 la exposición El Antiguo Testamento y el arte novohispano. Ha quedado testimonio impreso de la exposición, ya que el catálogo de las piezas exhibidas y artículos escritos ex profeso vieron la luz en un volumen bellamente editado. Sin duda es un acierto la publicación del libro, que coadyuvará para que quienes no pudieron visitar la exposición disfruten los cuadros que contemplamos aquello(a)s que tuvimos la oportunidad de recorrer la sección del recinto que alojó la muestra.
Carmen Gaitán Rojo, directora del Museo Nacional de San Carlos, describe el contenido expuesto: “tenemos ahora la satisfacción de presentar una muestra con temática bíblica formada por obras elaboradas en la Nueva España de los siglos XVII y XVIII lo cual no se había hecho con anterioridad. Gracias a la pormenorizada curaduría de la Dra. Marcela Corvera, la exposición no sólo alberga piezas que dan cuenta de la versión estética novohispana de personajes y episodios bíblicos propios del Tanaj y un par de libros deuterocanónicos, sino también de sugestivos paralelismos entre el Viejo y el Nuevo Testamento, a lo cual hay que sumar la acertada comparativa de algunas de las obras con los grabados europeos que les dieron origen y que marcaron en buena medida la pauta estética de las nuevas tierras”.
El volumen contiene un ensayo de Marcela Corvera Poiré, “La Biblia y su importancia cultural. La Biblia Hebrea, su adopción por los cristianos y el arte universal”. Refiere que además del valor religioso de la Biblia, ella ha sido uno de los pilares culturales fundamentales de prácticamente todo el mundo occidental. Observa que mientras los hebreos, por el mandato de Éxodo 20:4, fueron reacios a representar gráficamente escenas bíblicas, por su parte los católicos “parecen no haber tomado muy en cuenta dicha prohibición”, ya que “a lo largo de la Edad Media, el Renacimiento, la Contrarreforma y el Barroco, no dejaron de representar plásticamente historias bíblicas”.
Si bien es cierto, evalúa Marcela Corvera, que en términos generales dentro el protestantismo no se cultivó prolíficamente la representación pictórica de las escenas bíblicas, por otra parte sí hay muestras suficientes de un arte con temas de la Biblia. Aunque la Reforma enfatizó mayormente las enseñanzas de la Palabra también echó mano de la gráfica, sobre todo grabados, que ilustraban libros y folletería. “Prueba de ello son las obras de Alberto Durero, Lucas Cranach, o Hans Holbein el joven, algunas de las cuales vinculan el Antiguo Testamento con el Nuevo, baste mencionar aquella de Holbein que se titula justamente Alegoría del Viejo y el Nuevo Testamento” (se resguarda en la Galería Nacional de Escocia, en Edimburgo).
Para el caso de Martín Lutero, Patrick Collinson afirma justamente que le correspondió a los impresos llevar el mensaje del teólogo alemán, de tal manera que “La Reforma fue una inundación de palabras. Si el historiador echa la red tratando de capturar su esencia, se le rompe bajo el peso de las palabras. Fluyen incesantemente tanto de la boca de Martín Lutero como de su pluma: un libro cada quince días durante treinta años, casi un centenar de volúmenes de gran formato en la edición oficial moderna de sus obras, escritos según las exigencias de cada ocasión, sin tener en mente ningún sistema que pudiéramos llamar luteranismo. Estaba pletórico de algo llamado la Palabra, que no es en absoluto lo mismo que las palabras. Se parece más al Logos del versículo inicial del Evangelio según San Juan, ‘en el principio existía aquel que es la Palabra’, que parafrasea el primero del Génesis ‘al principio Dios…’ Mientras el mundo antiguo se hunde a su alrededor, Lutero no cesa de proclamar que no ha sido por su culpa. ‘Mientras yo dormía o bebía la cerveza de Wittemberg […] la Palabra debilitó al papado a tal punto que nunca príncipe ni emperador alguno le había infligido tanto daño. Yo no he hecho nada. La Palabra lo hizo todo’”.
Frailes y clérigos adaptaron y produjeron materiales doctrinales con el fin de hacer asequibles a la población indígena las creencias que deseaban transmitirles. Fue así que no solamente redactaron catecismos sino que igualmente eligieron historias bíblicas para narrarlas a los pobladores originales de los que ahora es México. En este tema hay considerable material para estudiar qué imaginario bíblico privilegiaron en la evangelización católica romana los religiosos llegados de España.
Contrastando con los pueblos que tuvieron acceso a la Biblia traducida a su propio idioma a partir del siglo XVI, durante los tres siglos de Colonia española los habitantes novohispanos conocieron limitadamente el imaginario y las narraciones bíblicas. La exposición aquí referida, y el volumen resultante, son evidencias de algunos resquicios mediante los cuales pudieron vislumbrarse algunas escenas de raigambre bíblica en la Nueva España.
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