Para escribir se requiere más disciplina y trabajo que momentos de arrebatamiento inspirador.
A Marcelo y Silvana Vargas, con gratitud por su generosidad en La Paz, Bolivia.
La inspiración llega de vez en cuando, la transpiración es insustituible. Para escribir se requiere más disciplina y trabajo que momentos de arrebatamiento inspirador. Es cierto que, a veces, de forma instantánea puede llegarnos una idea o imagen que provoca redactemos líneas iniciales de un escrito. Sin embargo, el trabajo cotidiano de sentarse a escribir, no importa que sea al menos por una hora, va forjando nuestra perseverancia en plasmar sobre el papel o la pantalla letras, líneas y párrafos.
La semana anterior brevemente compartí que estaba en La Paz, Bolivia, para facilitar el taller Cómo escribir ensayos teológicos y artículos de opinión. Me invitaron Marcelo y Silvana Vargas, quienes con dedicación, entusiasmo y visión encabezan la Fundación Centro de Capacitación Misionera. Tuvimos cuatro sesiones en las que los asistentes tuvieron amplia disposición para trabajar.
Iniciamos con el estudio de varios pasajes bíblicos en los que se narran distintas modalidades de escritura y motivos para hacerlo. Aquí nada más cito Jeremías 36, Lucas 1:1-4 y la Primera Carta de Juan capítulos 1 y 2. Vimos que el Señor instruyó a escribir y el mandato lo cumplieron en distintas formas quienes fueron instrumentos para ir conformando la Revelación, es decir la Biblia. Jeremías le dictó a un amanuense, Baruc, “todas las palabras que el Señor le había hablado”. Por su parte Lucas afirma que investigó diligentemente con testigos presenciales del ministerio de Jesús para poder escribir “las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas”. En cuanto a Juan, él escribió con el fin de afirmar la divinidad y humanidad de Cristo, ya que se estaban infiltrando enseñanzas docetistas en la comunidad cristiana.
Después vimos que los lectores consuetudinarios no necesariamente son escritores, pero quienes no ejerzan la lectura por el gusto de hacerlo difícilmente van a escribir. Leer continuamente va dejando sedimentos. El cúmulo de influencias, datos, horizontes imaginarios, diversidad de estilos, ideas y disfrutes que nos dejan las lecturas van formando un bagaje que permite intentar escribir sobre distintos temas. El bagaje que se acrecienta posibilita puntos de vista acerca de un asunto que no es monocromático sino colorido y con matices. Leer construye un sentido crítico, equipa con el fin de aprender a evaluar la información que vamos decodificando. El bagaje, la formación intelectual del escritor, debe combinarse con aprender a pensar nítidamente. Saber hacer la luz en donde hay oscuridad confusa.
El hábito y gusto por la lectura, así como el acto de escribir, no son actividades a realizar cuando se tiene tiempo, sino que debemos reservar tiempo para leer y avanzar en el proyecto de escritura que hemos bosquejado. Difícilmente tendremos las que consideramos condiciones ideales para sentarnos a escribir. No hay de otra mas que disciplinarse y con las pocas herramientas a nuestro alcance darse a la tarea de teclear lo que va prohijando el cerebro.
Un insumo esencial para escribir es el lenguaje. Las palabras y cómo fijarlas en lo que se redacta, para que tengan sentido y comuniquen, conlleva un aprendizaje continuo. No se trata de llenar líneas con términos inasequibles para la mayoría de hipotéticos lectores/lectoras. Tampoco tiene que buscarse deslumbrar con enrevesamientos saturados de conceptos supuestamente doctos. No es lo mismo pensamiento complejo que pensamiento enredado. Éste último es farragoso y desalienta la lectura. Leer y releer lo que escribimos para podar lo superfluo, usar sinónimos con el fin de no hacer monótonas las líneas que producimos y forjar concordancia entre los párrafos lleva tiempo y disposición a la autocrítica.
Las técnicas de redacción no hacen al escritor(a), pero escritor(a) sin el manejo de tales técnicas posiblemente solamente produzca frases inconexas, gramaticalmente deficientes y nebulosas. En el taller, dada la limitación de tiempo, no vimos detenidamente reglas de gramática ni de ortografía. Para ello recomendé materiales que de ser estudiados cuidadosamente, y puestos en práctica, necesariamente se reflejarán en una mejor expresión escrita.
De la bibliografía relacionada con el párrafo anterior que sugerí al grupo reunido en La Paz (por cierto un grupo muy dispuesto a trabajar y leer sus avances en la escritura del tema elegido por cada participante) ahora solamente menciono cuatro libros. Daniel Cassany, La cocina de la escritura, Editorial Anagrama, Barcelona 1995 (hay ediciones posteriores); Sandro Cohen, Redacción sin dolor, Editorial Planeta, México, 2014; Beatriz Escalante, Ortografía para escritores y periodistas, Editorial Porrúa, México, 2012 y, finalmente, de Mario Vargas Llosa, Cartas a un joven novelista, Editorial Alfaguara, México, 2011.
El de Vargas Llosa es un libro escrito a sugerencia de un “editor que se proponía publicar una colección en la que practicantes veteranos de diversas disciplinas se dirigían a un supuesto discípulo para confiarle los secretos de su oficio”. Aunque va dirigido a escritores de narrativa, considero muy útiles los consejos contenidos en la obra para quienes buscan ejercer la escritura en otros géneros.
Dice Vargas Llosa que su obra mencionada “no es un manual para aprender a escribir”, porque “los verdaderos escritores aprenden por sí mismos”. Más adelante sostiene que el oficio de escritor se adquiere “a través de una larga secuencia, años de disciplina y perseverancia. No hay novelistas precoces [como tampoco articulistas, historiadores, etcétera]. Todos los grandes, los admirables novelistas, fueron, al principio, escribidores aprendices cuyo talento se fue gestando a base de constancia y convicción”. No hay camino fácil, es imprescindible sentarse (¿acaso alguien escribe de pie?) y escribir porque deseamos comunicar interrogantes, reflexiones, descubrimientos, esperanzas, explicaciones, gozos y tristezas, preocupaciones, advertencias, distintos estados de ánimo. En fin, como el autor de Apocalipsis, escribir lo que vemos para hacérselo visible a otros.
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