Fue un hombre comprensivo, sin necesidad de convertirse en complaciente y, llegó a ser uno de los más importantes servidores de las comunidades cristianas originarias, sin el menor atisbo de buscar protagonismo.
La primera vez que el Nuevo Testamento menciona su nombre lo llama José y dice que era «un Levita natural de Chipre, a quien también los apóstoles llamaban Bernabé, que traducido significa Hijo de Consolación» (Hechos 4:36). A ese texto regresé durante unos días de mi visita a Larnaca y Nicosia (de esto hace ya un tiempo), ambas ciudades de la Isla de Chipre. He leído también los otros textos bíblicos en los que se menciona a Bernabé —exactamente treinta veces— y he renovado mi admiración por quien, desde los tiempos de seminarista, ha sido mi personaje favorito de cuantos registra la Biblia.
Hace algunos meses, y gracias a mi interés por aprender un poco más acerca de la iconografía cristiana antigua, me di a la tarea —como simple aprendiz curioso— de buscar en la Internet algunos de los íconos de Bernabé. Uno de los más antiguos lo instalé en mi ordenador portátil como fondo de pantalla donde permaneció por varias semanas ante las miradas sorprendidas de mis amigos y amigas que me preguntaban: ¿qué santo es ese?, y ¿por qué un ícono del santoral antiguo en la computadora de un pastor evangélico? No sé si me respuesta satisfizo las curiosidades: que era simple afición teológica (en cuanto a la iconografía) y admiración por el personaje (en cuanto a Bernabé).
¿Cómo no admirar a un hombre que, sin ser uno de los protagonistas más visibles del relato neotestamentario sea, al mismo tiempo, uno de los más importantes en el desarrollo de la llamada iglesia primitiva? Es, para usar el argot cinematográfico, un actor de reparto, sin el protagonismo de Pablo, ni siquiera de Timoteo o de María. Aparece por momentos y desaparece sin que nos demos cuenta y, al final, se despide de la escena en Gálatas 4:10 con una simple y sencilla alusión a que era el primo de Marcos (por cierto, Marcos, como uno de los cuatro evangelistas, llegó a tener el papel protagónico que nunca se le asignó a su primo).
Bernabé fue importante, sin necesidad de llegar a ser protagonista (me refiero a los más vistosos y recordados con el tiempo). Quizá en esto radique la lección más urgente de nuestro personaje el chipriota. Cuando la iglesia de Jerusalén recibió la noticia de la conversión de Saulo y reaccionó con natural y comprensible desconfianza (Saulo había sido uno de sus perseguidores), fue Bernabé, quien buscó al ex-perseguidor convertido, creyó su historia de fe y lo recomendó ante la iglesia:
Cuando Saulo llegó a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos; pero todos le temían, no creyendo que era discípulo. Pero Bernabé lo tomó y lo presentó a los apóstoles, y les contó cómo Saulo había visto al Señor en el camino, y que El le había hablado, y cómo en Damasco había hablado con valor en el nombre de Jesús. (Hechos 9:26-27).
Cuando Pablo, ya pasados varios años de experiencia misionera desconfió de Juan Marcos como compañero de labores, Bernabé decidió confiar en él, aunque por esa diferencia de criterios hubiera que separarse de Pablo y tomar otro camino. Creyó en la capacidad ministerial de Juan Marcos y optó por él:
Bernabé quería llevar también con ellos a Juan, llamado Marcos, pero Pablo consideraba que no debían llevar consigo a quien los había desertado en Panfilia y no los había acompañado en la obra. Se produjo un desacuerdo tan grande que se separaron el uno del otro. Bernabé tomó consigo a Marcos y se embarcó rumbo a Chipre. (Hechos 15:37-39).
Tenemos, entonces, que por la mediación de Bernabé, la iglesia aceptó a Pablo. También por su respaldo, Juan Marcos, con los años, fue reconocido como pilar de la Iglesia. Si por simple ejercicio estadístico sumamos los escritos canónicos atribuidos a Pablo (trece epístolas) y a Marcos (un Evangelio), nos da como resultado que, gracias al ministerio de Bernabé, tenemos más del cincuenta por ciento de los libros del Nuevo Testamento (no es que tenga simpatías por la estadigrafía bíblica, pero acudimos a ella en esta ocasión por la necesidad del ejemplo). Pero hay más: cuando la iglesia de Jerusalén necesitó a una persona de confianza para encargarle una tarea de confirmación pastoral en Antioquía, encargó a Bernabé (Hechos 11:22-23). Cuando el Espíritu Santo necesitó a una persona para encomendarle el primer proyecto misionero hacia los gentiles, encontró a Bernabé (Hechos 13:2). Treinta versículos en total mencionan su nombre y destacan el invaluable servicio prestado a la iglesia. Quizá sea Hechos 11:24 su mejor retrato: «porque era un hombre bueno, y lleno del Espíritu Santo y de fe».
Él fue un personaje extraordinario, sin necesidad de acudir al sensacionalismo (el pecado de Simón el mago), fue un hombre comprensivo, sin necesidad de convertirse en complaciente (enfrentó al gran apóstol Pablo en varias ocasiones) y, llegó a ser uno de los más importantes servidores de las comunidades cristianas originarias, sin el menor atisbo de buscar protagonismo. Ejemplo de lo que hoy hemos dado en llamar liderazgo de servicio, ¿no les parece?
Ahora comprenderán lo que les voy a contar: cuando visité, por razones de trabajo, la Isla de Chipre, el lugar donde nació Bernabé, desde el primer día comencé a buscar con insistencia infantil un ícono original del personaje. Tuve que desistir de mi intento a pesar de que fui insistente (que lo digan los que me acompañaron a los paseos turísticos).
¿Qué pasa con Bernabé? ¿Alguien sabe? Ni siquiera en las tiendas de artesanías religiosas de su propio país lo toman en serio. Dicen los vendedores, chipriotas, griegos y turcos, todos por igual, que son más rentables los íconos de Lázaro (en Larnaca, según la tradición, está su segunda tumba), de Nicolás, de Espiridón (cristiano nacido en Chipre, en siglo III, declarado obispo después de ser perseguido por el emperador Maximinio) y de Catalina (quien según la tradición estuvo prisionera en Salamina, antigua Chipre). Todos, al parecer, hasta el emperador Constantino (que aquí es venerado como santo) valen más y son más conocidos que mí querido personaje.
Bueno, Bernabé, al final, lo que más vale, como bien lo sabías, es haber sido un sencillo servidor de las iglesias, decidido consolador de los excluidos (tú nombre significa hijo de consolación) y activo promotor del Reino. De esto, mi buen amigo, como has visto, no se han dado cuenta los vendedores, ni los compradores; al parecer, tampoco nuestras comunidades de fe.
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