Supongo que ningún niño me estará leyendo, pero quiero terminar esta reflexión con algo alegre para ese niño que todos llevamos dentro... Dios es amor.
”El niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre al niño que vivía en él, y que le hará mucha falta” Pablo Neruda.
“En cada niño se debería poner un cartel que dijera: Tratar con cuidado, contiene sueños” Mirko Badiale.
El pasado domingo, no estaba muy concurrida la iglesia en la que me congrego y pastoreo al lado de mi esposo; es de lo más normal en estas fechas de verano, vacaciones, viajes… Pero lo más, ¡Ni sé que decir! Es que en nuestra iglesia, en la que hay muchos niños, faltaban casi todos… Niños, adolescentes, jóvenes… Es normal, todos están en campamentos y demás.
El hermano que comenzó la reunión, hizo alusión a lo que sucedía esa mañana y comenzó a contar algo que le había sucedido con su niña más pequeña. Él había tenido que viajar por bastante tiempo, el día estaba nublado, y toda la familia salió a dar un paseo; entonces se juntaron con algunas familias amigas cerca de la playa, y al poco, sus dos hijas mayores ya estaban jugando con los otros niños; casi le caían las lágrimas cuando contó que su hija chiquita, le tomó de la mano y no se la soltó; entonces comenzó a hablar y no paró ni un segundo contándole cosas, sobre casi dos horas. ¡Fue precioso!
Era una de esas mañanas en las que dices, Hmmm… ¡A ver! Pero para mi gran sorpresa el Espíritu del Señor fue hilando todo en un mismo sentir, los niños que no estaban.
Hacia el final de la reunión, se levantó una hermana y compartió algo que yo sabía, pero que en aquel culto tan poco concurrido, y cuando faltaban los niños, por alguna razón toco profundamente mi corazón.
La hermana compartió algo totalmente real que había sucedido en su vida, cuando tuvo a su segundo hijo. Todo era alegría en la familia, otro niño precioso para alegría de sus padres y la Gloria del Señor.
Esta querída hermana, contó con todo lujo de detalles lo que sucedió en una tarde en la que su suegra, en la casa donde estaba en eso momentos, preparó una merienda con toda clase de maravillas para agasajar a tantas visitas. Ella estaba en la cama todavía medio dolorida, y su precioso niño en su cunita al lado de ella. Cuando iba llegando la gente todo eran sonrisas, regalos, felicitaciones, buenos deseos; pero en un momento la habitación se quedó vacía, todos se fueron al comedor. Mi hermana se quedó en la cama y con el niño, supongo que cansada, y un poco triste por quedar sola. Cuando menos lo esperaba, apareció un niño de 8 años, un familiar; se acercó a ella, la tomó por el hombro, la miró a los ojos, y le preguntó, ¿Y tú cómo estás?. Cuando decía estas palabras se le quebrantó la voz, y simplemente lo aplicó al tema general de la importancia de los niños, pero imagino que por su interior pasaban miles de recuerdos de aquel momento y de toda una vida. Todos estaban comiendo, disfrutando y celebrando aquel nacimiento, pero sólo un niño de 8 años se acordó de ella y vino a consolarla con todo el amor del mundo, y con toda la franqueza y naturalidad que tienen los niños.
Cuando terminó la reunión, había una chica de Canadá que había venido a hacer el camino de Santiago, dos chicas de Colombia, una vino aquí a estudiar y ya trabaja en nuestra ciudad, hablé largo y tendido con un matrimonio muy especial que está pasando un tiempo con nosotros, son de Méjico…. Al haber menos gente pude saludar, charlar, abrazar a todo el mundo; y lo que en un principio parecía que iba a ser algo… Terminó en algo muy hermoso, realmente lo disfruté muchísimo; pero lo que compartió la hermana quebrantó mi corazón. Pensé en tantas veces en las que estamos a la mesa hablando, riendo, compartiendo… Y nos olvidamos de quien nos puede necesitar. Son demasiadas las veces que ya vamos por la mañana “de cabeza”, hasta un domingo, y no pensamos en quien nos puede estar necesitando. La cosas aparentes brillan más, ¿no es cierto? Pero lo que hacemos entre nuestro Señor y nosotros, cuando nadie lo puede ver, tiene el valor más precioso para quien lo recibe, y sobre todo a los ojos de nuestro Dios.
Cuando llegué a casa pensé, ¡ya tengo un artículo! No es nada del otro mundo, ni un estudio maravilloso, es simplemente un testimonio que tocó mi corazón y quiero compartirlo con vosotros. La mamá y el niño tienen cara preciosa y están en la foto de portada, os puedo asegurar que fue algo que pedí con temor y temblor, mi hermana no es de las que le gusta “salir en la foto” es una de esas personas que trabaja mucho y desde el silencio, tiene muchos dones, pero el de servicio es uno de los más grandes; aunque otros sean más llamativos.
El culto, los niños, los himnos viejos que toda la gente mayor pedía, los hermanos que nos visitaron y esta preciosa historia, llenaron mi alma y la siguen llenando.
Para empezar, nunca te entristezcas si una reunión está poco concurrida, puede llegar a ser la mayor bendición y podemos vernos disfrutando de la misma presencia de Dios.
En segundo lugar, da la importancia a los niños que el Señor les da, entre otras muchas cosas recogidas en la Biblia, se dice que si no nos hacemos como ellos, no podremos entrar en el reino de los cielos.
En tercer lugar, atesora, igual que María cada detalle que ocurre en tu vida y en relación con tu Señor, siempre es algo especial, que tal vez después de unos 48 años, pueda seguir bendiciendo.
Y ¡Por supuesto! Jamás menosprecies las palabras de una mujer tan hija de Dios como tú, a lo mejor, tiene mucho que enseñarte.
Supongo que ningún niño me estará leyendo, pero quiero terminar esta reflexión con algo alegre para ese niño que todos llevamos dentro... Dios es amor.
Quiero dedicar este artículo con todo mi cariño, a Ruisbel
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