La forma contemporánea de "justificación por obras" es "la justificación por logros". La idolatría más sutil para la iglesia de nuestro tiempo es la "exitolatría"
Una nueva idolatría, desde el siglo XX, ha penetrado seriamente en la iglesia evangélica: el culto al éxito. Un pastor vale según el número de miembros o el presupuesto que tenga su congregación.
Esta a su vez se mide por lo mismo: su éxito en atraer mucha gente (especialmente personas famosas o ricas), en ganar prestigio en la comunidad (sobre todo, la élite), y su capacidad para fomentar también en sus feligreses actitudes de éxito.
El dios "éxito" se está convirtiendo en el Baal que pone a prueba nuestra fidelidad, acompañado por el dios Mamón.
Por supuesto, sería morboso desear el fracaso, e ingrato no saborear la satisfacción del éxito. Además, entre más personas podamos llevar a los pies de Cristo, o ayudarles espiritual y moralmente, tanto mejor habremos cumplido nuestra misión.
Pero el peligro está en dos puntos: (1) hacer del éxito personal e institucional la meta suprema de nuestra actividad.[2] Dios no le prometió éxito a Isaías; le pronosticó fracaso, pero le exigió fidelidad. (2) Cuando el éxito es nuestra meta, es difícil resistir la tentación de predicar un evangelio fácil, que atrae a todos y no ofende a nadie, pero termina siendo "otro evangelio" y no el que trajo Jesús, el evangelio del discipulado radical.
En varias conferencias y escritos, Hans Küng ha señalado la importancia del "éxito" en nuestra sociedad actual. Según Küng, la forma contemporánea de "justificación por las obras" es precisamente "la justificación por los logros".
Küng analiza nuestra sociedad como una Leistungsgesellschaft, "una sociedad del logro" que divide la humanidad en exitosos y fracasados.[3] El éxito vindica la existencia de uno, el fracaso plantea cuestionamientos existenciales sobre el valor del fracasado.
A nivel cristiano, muchos evangélicos se sorprenderían al saber que, en esta forma, ellos también creen en la justificación por las obras.
Otra faceta de esta idolatría moderna es lo que podríamos llamar la magnolatría, el culto a lo grande. Grandes templos, grandes congregaciones, grandes presupuestos, grandes proyectos. Hemos visto algunos "grandes ministerios" que a la postre han resultado ser otra cosa: grandes negocios, o hasta grandes estafas.
Si un ministerio realmente es más eficaz y fiel por ser más grande, es bendición de Dios y a su nombre gloria. Pero si se busca lo grande por lo grande, es simple gigantismo y no prosperará en la obra del Señor.
Los dos testigos de Apocalipsis 11 desplegaban grandes poderes sensacionales, pero no tuvieron el verdadero poder del Señor sino hasta morir y resucitar con Cristo (Ap 11.4-13). San Pablo nos recuerda que Dios ha escogido lo débil y lo despreciado del mundo (1Co 1.26-28) y que "cuando soy débil, soy fuerte" (2Co 12.10).
Sardis y Laodicea eran muy vivas y fuertes, y Cristo sólo tenía reprimendas para ellas. Esmirna y Filadelfia eran pobres y débiles y Cristo los elogia incondicionalmente.
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