Los anabautistas creían en la fuerza transformadora del Espíritu Santo, que les potenciaba para hacer la obra encomendada por Jesús a quienes le siguieran.
¿Quién o qué le dio a los anabautistas del siglo XVI una nueva visión para la iglesia? ¿Qué los movilizó a comenzar a bautizar ante la declaración de fe? ¿De dónde recibieron el coraje y fortaleza para enfrentar la oposición y soportar la severa persecución?
Las anteriores son preguntas con las que abre la sección de conclusiones Palmer Becker de su libro La esencia del anabautismo. Diez rasgos de una fe cristiana singular (Harrisonburg, Virginia, Herald Press, 2017).
El autor considera que en los estudios sobre los orígenes y expansión del anabautismo se ha marginado el aspecto “más esencial del movimiento […] que fue su énfasis en el Espíritu Santo” (p. 137).
Cita lo aseverado por J. B. Toews, líder de los Hermanos Menonitas: “La teología correcta, aun la teología anabautista, sin el conocimiento vivencial de Cristo a través del Espíritu Santo, deja a la iglesia impotente”.
El Espíritu Santo que Jesús prometió a sus discípulos (Juan 14:15-21) irrumpió en Pentecostés, y los anabautistas creían en su fuerza transformadora que les potenciaba para hacer la obra encomendada por Jesús a quienes le siguieran.
Si bien el anabautismo afirmaba como labor del Espíritu Santo la realización de señales, prodigios y milagros como los narrados en el libro de los Hechos, con la misma fuerza sostenían que el mismo Espíritu trabajaba en la vida de los creyentes para transformarles con el fin de que reflejaran el carácter de Cristo.
Becker considera que “el movimiento anabautista podría llamarse con justicia el movimiento carismático o del Espíritu Santo del siglo XVI” (p140). Es cierto, a condición de no reducir lo carismático solamente a una expresión profundamente emocional sino también temiendo en cuenta que los dones (carismas) son para ejercerse en la transformación personal y comunitaria.
Así lo afirmó Menno Simons: “Es el Espíritu Santo quien nos libera del pecado, nos da la valentía y nos hace alegres, pacíficos, piadosos y santos”.
Como en otros campos de la teología, en el tema de la pneumatología los anabautistas no desarrollaron amplia y sistemáticamente el punto de cómo llegaba el Espíritu Santo a las personas creyentes.
Sí enseñaban que el momento del arrepentimiento/conversión era esencial para iniciar el camino del seguimiento de Cristo. La nueva criatura en Cristo le tenía a él como Salvador y Señor, de lo que daba testimonio público mediante el bautismo y el compromiso con una comunidad confesante.
En medio de la persecución los anabautistas memorizaban pasajes como los de Mateo 28:18-20, y Hechos 2:38, éste último dice: Arrepiéntanse y bautícense todos ustedes en el nombre de Jesucristo, para que sus pecados les sean perdonados. Entonces recibirán el don del Espíritu Santo”.
El autor afirma que desde la perspectiva anabautista “recibir al Espíritu Santo era igual que recibir la presencia viva de Jesús en su realidad interior” (p. 142).
Por lo tanto, la manifestación del Espíritu Santo en las vidas de discípulos y discípulas de Cristo no está tanto en las experiencias extáticas (que las hay), sino en cómo tales experiencias son validadas por una espiritualidad integral.
Al respecto Juan Driver observa que “la espiritualidad cristiana no consiste en una vida de contemplación en lugar de acción, ni de retiro en contraste con una plena participación en la sociedad.
Se trata, más bien, de que todas las dimensiones de la vida estén orientadas y animadas por el Espíritu de Jesús mismo […] Ser espirituales implica vivir todo aspecto de la vida inspirados y orientados por el Espíritu de Cristo.
Ser carnales significa orientarse por otro espíritu […] La espiritualidad cristiana puede definirse como el proceso de seguimiento de Cristo bajo el impulso del Espíritu en el contexto de una convivencia radical de la fe en la comunidad mesiánica […]
Esta espiritualidad se caracteriza por el seguimiento del Jesús histórico dentro de nuestro propio contexto histórico. Este seguimiento es impulsado por el Espíritu de Jesús mismo, otorgado a sus seguidores” (Convivencia radical, espiritualidad para el siglo XXI, Buenos Aires, Ediciones Kairós, 2007, pp. 14, 17, 18 y 19).
En las páginas finales, Palmer Becker recapitula lo desarrollado en su libro. Reitera tres valores centrales del anabautismo:
1) Jesús es el centro de nuestra fe. Jesús es la clave para nuestra comprensión del cristianismo y nuestra interpretación de las Escrituras, y es a quien respondemos con nuestra máxima lealtad. Es la Revelación en sangre y carne, Jesús, la clave hermenéutica para comprender la Revelación en papel y tinta.
2) La comunidad es el centro de nuestra vida. La comunidad se hace posible se hace posible mediante el perdón horizontal, es el contexto para el discernimiento de la voluntad de Dios y a menudo se hace más significativa en grupos pequeños.
Esto no significa que la comunidad sea un espacio cerrado y hostil hacia los de afuera, sino donde se pone en práctica la ética del Reino de Jesús para servir interna y exteriormente.
3) La reconciliación es el centro de nuestra tarea. La reconciliación es central para establecer una relación con Dios, para tener relaciones personales armoniosas y para servir como constructores de paz en un mundo lleno de conflicto. El Espíritu de Cristo anima a sus seguidores a ser avanzada del shalom Dios.
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