Estamos más cómodos con personas parecidas a nosotros, hacemos todo tipo de distinciones.
“Señorita Elizabeth, he luchado en vano y ya no lo soporto más. Estos últimos meses han sido un tormento. Vine a Rossins con la única idea de verla a usted. He luchado contra el sentido común, las expectativas de mi familia, su inferioridad social, mi posición y circunstancias, pero estoy dispuesto a dejarlas a un lado y pedirle que ponga fin a mi agonía”.
- No comprendo.
- La amo, ardientemente.”
MATTHEW MACFADYEN - Mr. Darcy
KEIRA KNIGHTLEY - Elizabeth 'Lizzy' Bennet
Cuando mis chicos eran pequeños, me “tragué” ni se cuantas veces la maravillosa “Guerra de las galaxias”
- Que esta es nueva, mamá…
- Atiende bien, que luego lo mezclas todo…
- ¡Escucha bien que te voy a explicar, esta es nueva y salió hace poco…
¡Llegué a sabérmelas casi de memoria| Al menos podía echarme en el sofá y descansar con ellos sobre mi; son recuerdos imborrables de momentos inolvidables.
Hay una escena que me parece demasiado triste, y que puedo trasladar de algún modo a diferentes lugares y a diferentes situaciones, incluso en algún lugar en donde jamás debería existir. Me estoy refiriendo a la escena que sucede en un establecimiento de algún remoto lugar de la galaxia; allí existen toda clase de criaturas de un aspecto absolutamente grotesco que comparten música y comida. Cuando Lucas Skywolker entra con sus dos droides C3PO y R2D2, que son “más normales “, sorprendentemente lo rechazan con un buen desplante, ¡Aquí no atendemos a seres de esa clase!. Esa escena, dura y grotesca, es tristemente muy habitual, y se repite de un modo u otro tomando diferentes formas en nuestras relaciones interpersonales de todo tipo.
Normalmente estamos más cómodos con personas parecidas a nosotros, hacemos todo tipo de distinciones, y miramos por encima, a cualquiera que sea diferente de algún modo ¡o por debajo!. Al diferente en cuestión de clases sociales, raza, color, forma de pensar, hombre o mujer…
Son muchos los que una y otra vez recurren a la frase, ¿qué haría Jesús en mi lugar? Es una excelente frase de un excelente y viejo libro; pero son demasiadas las veces que me lo encuentro dicho como una especie de muletilla, o como si fuera la solución a todos los males. Pero lo cierto es que aquí encaja perfectamente.
No hace falta recordar quien era Jesús, ¿verdad?… Perfecto, divino, Rey de reyes rodeado de Gloria y Majestad… No tenía el más mínimo parecido con ninguno de nosotros; aun así, dejó el cielo y toda Su Gloria y se bajó a nosotros, vivió entre los hombres y llegó a morir por nosotros, por absolutamente todos sin distinción alguna, ¡Él, ¡Perfecto en santidad!
En una ocasión escuché una frase que me dejó paralizada, se trataba de una persona de clase muy humilde, que habló con todo el desprecio del mundo a alguien que, humanamente no tenía que ver con ella, era de una clase social con bastante diferencia en “altura” porque esto, queridos, sucede también con demasiada y triste frecuencia. Mal y doloroso ¿no es cierto? Pero todavía mucho peor, la frase que vino después...¡Pues si que importa mucho; Si no fuera porque está en mi misma iglesia, ni me rozaría con tal persona! Todo este tipo de cosas, están a la orden del día, de derecha a izquierda y de arriba para abajo en todas las direcciones que os podáis imaginar. Me parece tristísimo, y no cabe en mi cabeza ¡Lo siento!
Cuando veo el máximo ejemplo, el antes citado de Jesús; cuando leo la preciosa parábola del “buen samaritano” y cuando leo en La Escritura: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3: 28). Es entonces cuando no encuentro lugar para unas cuantas actitudes que siguen existiendo; aunque disfrazadas de tantos colores como la preciosa túnica que perteneció a José.
La muerte y resurrección de Cristo es para todos, el Evangelio es para todos sin distinción de ningún tipo; y cuando somos miembros del Cuerpo de Cristo, no tiene cabida más que una opción, el AMOR, con mayúsculas bien grandes. Un Amor que nace de nuestro Padre y que tenemos que heredar y reproducir. ¡Eso es lo que hace el cambio!. Os dejo una preciosa canción de Jesús Adrián Romero, No es como yo.
Y aún así, ¡nos amó!
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