La belleza incomparable de la flor del almendro, me habla de una serie de características que tienen que venir como resultado de una vida renovada.
“Nadie crece; sólo ante la presencia de Dios.
Nadie reverdece; sino ante la presencia de Dios.
Nadie florece, sino ante la presencia de Dios.
Nadie da fruto; sino ante la presencia de Dios”. Carlos.
Hace algún tiempo, el Señor me habló de nuevo de un modo muy especial, a través de un tema bíblico sobre el que se ha hablado y se ha escrito mucho; pero que desconozco la razón, hace mucho que mi vista no se posaba en él, ni he escuchado últimamente hablar sobre la historia de un milagro, un precioso milagro de renuevo y resurrección, la vara de Aarón que reverdeció.
En los capítulos 16 y 17 del libro bíblico de Números, nos encontramos toda la historia que desemboca en este precioso milagro, la rebelión de Coré, seguido de Natán, Abirán y 250 seguidores más. Es una historia tremenda que comenzó con la queja, creo que producida por la envidia, y termina en murmuración. Esto es como una constante dentro del pueblo de Dios, en aquellos tiempos y ahora.
Es curioso que todas sus quejas vienen por parte de levitas; pero Aarón y sus hijos, dentro de ellos, eran los elegidos para el sacerdocio; y esto no gustaba a unos cuantos. En muchas ocasiones, me encuentro un tratamiento como de una especie de menosprecio hacia las personas que Dios eligió para algo determinado; y lo digo con toda humildad, pero Dios elige a quien quiere para lo que quiere, lo aparta para si, lo capacita y espera su obediencia. Y no estoy hablando de cosas tales como, “… No toquéis al ungido del Señor” sacándolo totalmente fuera de contexto y llegando a auténticas barbaridades que han hecho demasiado daño a muchos ingenuos.
Creo que es bien conocida de la gran mayoría, todo lo concerniente a la rebelión de Coré y como Dios hizo que la tierra se abriese hasta los abismos y se tragara a miles de personas.
Antes de entrar a comentar el tema de la vara de Aarón, quisiera pararme por un momento en Jeremías y su llamamiento; Jeremías no quería, ponía toda clase de excusas… Soy niño... Y demás. El Señor trata con él con cariño, y en un momento le dice, ¿qué ves? Jeremías responde, una vara de almendro. Cuando pienso en el almendro, no puedo evitar recordar con toda nitidez una página de no sé que libro, en no sé que curso de primaria; era un precioso dibujo de un niño y una niña adornándose con las preciosas flores blancas de el almendro, el que primero sale. Después venía toda una enseñanza y advertencia de no utilizar de aquel modo aquellas preciosas flores blancas, porque luego serían fruto que nosotros habríamos evitado que naciera.
Todo tiene su significado, Dios le estaba mostrando a Jeremías que tenía que obedecer, lanzarse, y hacerlo rápido; porque algo rápido vendría, tal como nace la vara de almendro.
Volviendo a Coré, Moisés, Aarón, los levitas… El Señor le da una serie de instrucciones a Moisés, bien claras y precisas como de costumbre. Tenía que poner doce varas, una por cada tribu, pero en el caso de los levitas, tenía que ser la vara de Aarón, quería dejar bien claro a quien había escogido para el sacerdocio. La varas tenían que ser dejadas en un lugar muy específico, en el Tabernáculo, y frente al Arca del Pacto, donde se guardaban las tablas de la ley que fueron rotas, y un vaso con maná; todo eran recuerdos de cosas tristes, no fuera que se les olvidará. Pero nos habla de algo muy importante, tenían que estar ante la presencia de Dios. Eran 12 varas, mismo lugar, mismo tiempo, ¿por qué sólo floreció una? Evidentemente Dios hizo el milagro para demostrar lo que quería demostrar y del modo más precioso que me puedo encontrar. La vara estaba muerta, del mismo modo que un tronco muerto, imposible humanamente que algo así, no sólo reverdeciera; sino que floreciera, echara renuevos, y después frutos. Pero así sucedió con la vara de Aarón.
Todo en esta historia tiene su porqué, su orden determinado… A Dios no se le escapa nada, y si en aquel entonces quiso dejar bien claro que el elegido para el sacerdocio era Aarón y sus hijos, también dejó claras una serie de cosas, y aquella vara fue guardada en el Arca del Pacto junto con las tablas rotas y el maná. Todo ello, incluso la vara, de algún modo eran recordatorios de quejas, enfados, envidias, murmuraciones y rebeliones ¿No es cierto? Pero fijaos en algo, cuando salía la sangre de un sacrificio, era rociada de algún modo sobre el Arca; sangre símbolo de la Sangre de Cristo que cubre y expía toda maldad.
Me gustaría trasladar todo esto a nuestros días; en primer lugar, cuando Moisés miró la vara de Aarón, había un orden con mucho significado, primero reverdeció; luego floreció; mas tarde había echado renuevos, y en último y maravilloso lugar había dado fruto, el delicioso fruto del almendro dulce y maduro.
El hecho de reverdecer, nos habla como de una especie de resurrección. Nada puede salir de algo seco y muerto, pero había algo como un imposible, nació de nuevo la vida.
En segundo lugar, floreció; la belleza incomparable de la flor del almendro, me habla de una serie de características que tienen que venir como resultado de una vida renovada, es simplemente inevitable.
En tercer lugar, echó renuevos; esto nos habla de fertilidad, reproducción…
Y en cuarto lugar llegó lo inevitable, dio fruto. En este caso alguna versión apunta a que las almendran eran dulces y maduras, me quedo con eso. El fruto es simplemente lo que demuestra lo que somos, y aquella vara tomada y resucitada por el mismo Dios, dio un delicioso fruto propio de una vara muy especial tocada por la mano de Dios con Su Espíritu.
Me encanta lo que os he puesto al principio:
“Nadie crece; sólo ante la presencia de Dios.
Nadie reverdece; sino ante la presencia de Dios.
Nadie florece, sino ante la presencia de Dios.
Nadie da fruto; sino ante la presencia de Dios”.
Mi vara seca, escogida por el mismo Dios, jamás podrá lograr todas las cosas citadas, si no vivo permanentemente en la presencia de mi Dios, nutriéndome de su Palabra, bebiendo su Agua de Vida, dejando que su Espíritu me empape… Y todo esto requiere tiempo a solas con Él, no hay otro modo. Todo resultará reseso, baldío y con mal gusto, enlatado y enfrascado, no tendrá viveza frescura ni valor, si va en mis propios talentos y dones, de nada vale sin Su santa unción.
Fijaos por un momento en la siguiente expresión que dijo el profeta Isaías: “Saldrá una vara del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces” Isaías 11:1.
Cuando un tronco es cortado, lo que se espera es que se pudra o se tome como leña para encender algún fuego, ya no se espera nada de él. Pero en el momento que del palo seco sale un renuevo ¡Hay esperanza, pues sabemos que hay vida!
Jesús fue un renuevo que salió de un tronco cortado, como vástago de Dios, y por Él, de nosotros también, siendo varas secas, salió el verdor, brotó la vida, y han comenzado a salir flores, señal de que vendrá fruto.
Me encantó poder meditar en un tema tan precioso como el de la vara de Aarón. ¡Por supuesto que quiero reverdecer, echar renuevos, dar fruto… Pero me gustan tanto las flores, que quiero florecer como aquella vara.
¿Tal vez tú o yo, hemos pasado por alguna etapa en las que nos hemos sentido secos por algún motivo? ¡¡Es hora de volver a nacer, y encontrarnos envueltos en preciosas flores de almendro!!
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