El auténtico fundamento del juicio es una relación personal con Cristo que se manifiesta en la solidaridad prestada a los menesterosos.
En la Biblia existen varias palabras que se refieren a distintos aspectos relacionados con las cabras, tales como su edad, número, estado o género. Se trata de animales domesticados por el ser humano que se mencionan en muchas ocasiones, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. En hebreo, la cabra es: ‘êz (עֵז֙) y, como la oveja, son animales rumiantes pertenecientes a la familia de los bóvidos (Bovidae) y a la subfamilia Caprinae. Se cree que la cabra doméstica (Capra aegagrus hircus) proviene de una subespecie de cabra salvaje llamada “cabra bezoar o persa” (Capra aegagrus aegagrus), que puebla las montañas de Turquía, Irán y Afganistán, hasta los 4000 metros de altitud. Al parecer, la razón de este extraño nombre reside en que en su estómago suelen encontrarse bezoares o bolas de pelo y fibra (similares a las egagrópilas de ciertas aves) que no pueden llegar al intestino y se acumulan o bien se regurgitan. En total, actualmente se conocen 9 especies de cabra salvaje que incluyen el bezoar, el kri-kri de Creta, el tur del Cáucaso occidental y el del Cáucaso oriental, el marjor del Himalaya, el íbice de los Alpes y el siberiano, la cabra montés europea y la de Etiopía. Algunos machos de estas especies pueden alcanzar los 120 kg de peso, siendo su tamaño superior al de las hembras. En general, pueden llegar a vivir unos 18 años.
Todas estas especies de cabra, tanto los machos como las hembras, suelen tener cuernos que se curvan hacia arriba y hacia atrás, a diferencia de las ovejas y muflones, en las que los cuernos solamente los poseen los machos y se curvan hacia abajo, llegando incluso a tener forma helicoidal. Los cuernos de los machos de la cabra suelen ser más gruesos y largos que los de las hembras. En algunas especies de cabras salvajes pueden llegar a medir 1,3 metros de longitud y tener forma de cimitarra o sable curvo, por lo que constituyen auténticas armas. Son comprimidos lateralmente y repletos de abundantes rugosidades en el borde frontal interno.
La cabra montés que todavía hoy puede verse fácilmente en las montañas desérticas de Israel es el íbice de Nubia, que pertenece a la subespecie Capra ibex nubiana. Sus patas tienen un vivo dibujo en blanco y negro. Se distribuye también por Egipto, Sudán, Omán y parte de Arabia Saudí. Capté estos ejemplares jóvenes de macho y hembra en el oasis de Ein Guedi (Israel), junto al Mar Muerto, descansando a la sombra de una acacia. Se trata de un mamífero rumiante muy citado en la Biblia por ser apto para el consumo humano y por su gracilidad. Las cabras monteses (yeelim, יְעֵלִים) eran animales más grandes que las domésticas, y vivían en estado silvestre en las partes montañosas del antiguo territorio de Moab (1 Sam. 24:3; Job 39:1; Sal. 104:18).
En el libro de Deuteronomio, puede leerse: Estos son los animales que podréis comer: el buey, la oveja, la cabra, el ciervo, la gacela, el corzo, la cabra montés, el íbice, el antílope y el carnero montés. Y todo animal de pezuñas, que tiene hendidura de dos uñas, y que rumiare entre los animales, ese podréis comer (Dt. 14:4-6). El Antiguo Testamento relaciona la salud del cuerpo con la del alma. Todo aquello susceptible de producir enfermedad y muerte en las personas es considerado como impuro y Dios lo prohíbe. Aunque las reglas de pureza poseían un carácter eminentemente religioso, también tenían una dimensión práctica y sanitaria.
Los animales de pezuña partida que rumian, como vacas, cabras y ovejas, se podían comer, mientras que otros que no reunían tales características, como los cerdos eran rechazados. Hoy sabemos que éstos contienen más parásitos y microbios, al alimentarse en ocasiones de carroña, y tales bacterias son capaces de invadir el cuerpo humano, sobre todo si la carne no se cuece bien, provocando diversas enfermedades. Por supuesto, los cristianos no están obligados a cumplir estas normas levíticas sobre la pureza, puesto que Cristo liberó del antiguo pacto y hoy se está bajo el nuevo (Col. 2:13-23; 1 Ti. 4:4). Sin embargo, conviene cuidar la alimentación y huir de los excesos porque, como dice Pablo a propósito de la fornicación, el cuerpo es templo del Espíritu Santo (1 Co. 6:19-20).
En general, la cabra fue domesticada muy pronto, alrededor del octavo milenio a. C. Es un animal extendido por casi todo el mundo y particularmente abundante en Palestina. De ella se obtiene leche, queso, carne, piel y pelo. Algunas razas se crían especialmente para la producción de pelo de angora o cachemira. Su nombre hebreo, jahel y jahala era dado también a las personas (Esd. 2:56). Tiene un cuerpo fino y ágil, así como sus patas que son aptas incluso para subirse a los árboles. El cráneo es estrecho y con cuernos falciformes huecos. La cola es corta y pilosa, mientras que el pelo es largo y liso. Algunas especies presentan una espesa barba, particularmente desarrollada en los machos. Al ser considerado como animal limpio en el ceremonial levítico, tenía una gran presencia en los sacrificios. Su leche constituía una parte importante de la alimentación israelita, así como su carne.
Matar un cabrito para un huésped era señal de hospitalidad, pero tres veces se destaca la prohibición de cocer el cabrito en la leche de su madre (Ex. 23:19; 34:26; Dt. 14:21). Algunos autores creen que con dicha prohibición se intentaría inculcar a los hebreos la virtud de la misericordia hacia los animales, así como el orden establecido por el creador. El hecho de comerse al cabrito después de cocinarlo en la leche materna supondría una gran crueldad ya que alteraba el orden impuesto por Dios. Según el Pentateuco, la leche era símbolo de vida, mientras que la carne del animal era símbolo de muerte. Por tanto, no se debían mezclar ambas cosas. Incluso hoy, los judíos devotos suelen esperar un cierto tiempo, después de haber ingerido leche, para poder consumir carne. De manera que tal prohibición no sólo suponía una conducta de tipo alimentario sino que probablemente pretendía también inculcar una elevada sensibilidad moral.
Sin embargo, después de un hallazgo arqueológico encontrado en la literatura de Ugarit, se vio que esto se debía a una reacción contra la práctica mágica pagana de ciertos pueblos, como los cananeos, que después de cocinar un cabrito con la leche de su madre, rociaban con ella los campos para hacerlos más productivos e invocar así la benevolencia de los dioses. Esto formaba parte de un rito en el culto a la diosa Astarté (Asera), que era la diosa de la fertilidad en Ras Shamra. De manera que se prohibió a los hebreos tal práctica pagana con el fin de evitar malas interpretaciones y dar así mal testimonio. Es precisamente lo que dice también el apóstol Pablo, acerca de evitar cualquier aspecto del mal (1 Co. 10:27-33). De cualquier manera, nada impide pensar que pudiera tratarse de ambas cosas a la vez: respeto por el orden de la creación y rechazo del paganismo cananeo.
El pelo de las cabras domésticas se empleó para confeccionar cortinas en el Tabernáculo (Ex. 26:7; 36:14) y el número de éstos animales reflejaba la riqueza de los patriarcas. En la profecía de Daniel, el imperio macedónico aparece representado como un macho cabrío, con un notable cuerno entre sus ojos (Dn. 8:5, 8, 21). Es interesante señalar que este era el símbolo de los macedonios y que Alejandro Magno se hacía representar en las monedas precisamente con un tocado de cuernos de macho cabrío. En la imagen del juicio de las naciones, las cabras representan a los perdidos, en contraste con las ovejas, que simbolizan a los salvados (Mt. 25:32, 33).
La gran extensión geográfica que han alcanzado las distintas razas de cabras domésticas en el mundo ha provocado la desertización de muchos lugares. En el Cercano y Medio Oriente han contribuido a la formación de desiertos. Cuando se han dejado sueltas en islas oceánicas, las cabras han reducido verdaderos paraísos de vegetación a terrenos baldíos sin apenas plantas. En tiempos de la navegación a vela, los barcos solían llevar cabras a bordo para disponer de leche fresca y de carne, y no era extraño que los capitanes ordenaran desembarcar algunos ejemplares en las islas para que pudieran sobrevivir los proscritos abandonados en ellas o para librarse de excedentes. Estos animales desembarcados proliferaban y, como ocurrió en la isla de Santa Elena del océano Atlántico y en otras, exterminaron la flora. La cabra es considerada hoy como una de las cien especies invasoras más dañinas del planeta porque viven bien en casi todos los terrenos, comiendo numerosas especies vegetales (hasta 600 diferentes, según Linneo), incluso zarzas, espinos, cortezas y cualquier maleza. Determinadas especies microscópicas de protozoos que viven en su intestino les ayudan a digerir la celulosa. Pero, eso sí, suelen distinguir bien las plantas venenosas que las pueden matar y, por supuesto, se alejan de ellas.
En la Biblia, como decimos, se distingue simbólicamente a las ovejas de las cabras o cabritos y se les asigna connotaciones morales y espirituales diferentes. Por ejemplo en el juicio de las naciones, Mateo pone en boca de Jesús las siguientes palabras: Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. (Mt. 25:31-33). Se trata de un cuadro profético que describe el juicio final de todas las naciones del mundo. A primera vista, pudiera parecer que la base de tal juicio depende de las buenas obras que haya hecho cada cual a lo largo de su vida, como ayudar a los necesitados. Sin embargo, el auténtico fundamento del juicio es una relación personal con Cristo que se manifiesta en la solidaridad prestada a los menesterosos (Lc. 10:25-37) ya que la fe, si no tiene obras, está muerta en sí misma (Stg. 2:17).
Comentando el salmo 37, Charles Spurgeon, decía: “La fe garantiza la seguridad de los elegidos. Es la marca de las ovejas que las separará de las cabras. No son sus méritos, sino su fe lo que las distingue. ¿Quién no desea intentar andar por fe? Quien de veras crea en Dios dejará de inquietarse por los aparentes desequilibrios e irregularidades de esta vida presente.”[1]
[1] Spurgeon, C. H., 2015, El Tesoro de David, CLIE, Viladecavalls, Barcelona, p. 955.
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