La mariología tiende a ser una intrusa dentro de la armonía trinitaria y un obstáculo para una apreciación completa de quien es el Dios Trino.
Un estribillo común en la disertación ecuménica es que todas las tradiciones religiosas históricas (el catolicismo romano, la ortodoxia oriental y varias ramas del protestantismo) difieren en la forma en que entienden la salvación (p.ej. la justificación, la renovación, la deificación) y la naturaleza o el papel de la iglesia y los sacramentos, pero están de acuerdo sobre los dogmas de las doctrinas cristianas de la Trinidad y la Cristología. Mientras que en un nivel esto es formalmente cierto -cada una de estas tradiciones se adhiere al Credo de los Apóstoles- una mirada más profunda y más cercana muestra algunas grietas en esta suposición generalizada.
La mariología es un caso de prueba que ofrece una oportunidad para ver en qué medida la Trinidad y la Cristología pertenecen a la fe compartida. En la tradición católico romana, al menos, se le reza a María y es una persona venerada, rodeada de una gran variedad de devociones marianas, por ejemplo, rosarios, procesiones y peregrinaciones. Los títulos que se refieren a ella (p.ej. Reina Celestial, Mediadora, Abogada) se parecen a los atribuidos a su hijo, Jesucristo. La mariología es también el tema de dos dogmas recientemente promulgados (es decir, creencias vinculantes): el dogma de la inmaculada concepción de 1854 y el dogma de la asunción corporal al cielo de 1950. La mariología afecta no sólo a la doctrina de la Revelación, sino también a la doctrina de la Trinidad.
¿CÓMO ES EL CENTRO DE LA MARIOLOGÍA?
Mientras que la opinión abierta de la mariología católico-romana es que las doctrinas mariológicas y las prácticas marianas de ninguna manera distraen la atención sobre Jesucristo, la realidad es que la línea que Roma desea preservar es, de hecho, cruzada de muchas maneras. Cuando santuarios enteros o procesiones o cadenas de oración son dedicados a María a fin de moldear completamente las vidas de los devotos, resulta difícil atribuirlo simplemente a los excesos devocionales de una piedad popular pobremente educada. Separar el culto cristiano debidamente expresado de prácticas cultas cargadas de paganismo es una línea fronteriza suave e incluso líquida que no se mantiene ni se salvaguarda suficientemente, a pesar de las buenas intenciones expresadas en la enseñanza oficial. La cuestión es si la mariología tal como está actualmente, con su panorama dogmático y su penetrabilidad devocional, implica una proximidad inherente, por no decir una mancha, de lo que no es defendible bíblicamente.La indiscutible evidencia de muchos de estos actos y hábitos devocionales indican que en la mayoría de las vidas de la gente la centralidad de María se experimenta mucho más que la reverencia y la obediencia a Cristo. Todo esto ocurre, no a pesar de lo que la Iglesia Católica Romana enseña, sino a causa de lo que la misma aprueba explícita o implícitamente.
¿ESTÁ LA MARIOLOGÍA SUSTITUYENDO A LA CRISTOLOGÍA?
Desde la declaración dogmática del Concilio de Éfeso en el 431 después de Cristo (cuando a María le fue dado el título de “Madre de Dios”) la trayectoria mariológica ha sido fuertemente impulsada en constante expansión y en términos casi autorreferenciales. Después de Éfeso la veneración a María llegó a ser prominente en las prácticas devocionales, los patrones doxológicos y las artes religiosas. El cristianismo pasó por un cambio mariano en términos de liturgia y orientación general. La paradoja fue que el Concilio que quería reafirmar la plena deidad y la humanidad de Jesús terminó promoviendo una herejía funcional. Individuos, grupos y movimientos empezaron a desarrollar unas interpretaciones marianas de la fe cristiana casi obsesivas y María se convirtió en la figura a la que más se rezaba en la vida diaria. Ella no estaba destinada a desviar la atención de su Hijo, pero su percepción posterior a Éfeso le reemplazó funcionalmente en términos de formas experienciales de cristianismo.
El Hijo siempre se representó en compañía de la Madre, la Madre a menudo fue retratada como más grande que el (bebé) Hijo y junto con una creciente inversión en la oración dirigida hacia ella, contribuyó a la reconfiguración gradual de la espiritualidad cristiana lejos de Cristo (que empezó a verse como demasiado distante, demasiado divino, demasiado remoto para acercarse a Él) y más cercana a María con su actitud maternal, tierna y compasiva. La humanidad de Cristo -que es esencial para reconocer su papel como mediador uniendo el Hijo encarnado con sus criaturas- fue progresivamente enrarecida a expensas de su divinidad. La divinidad de Cristo fue finalmente empujada a la vanguardia, haciéndole demasiado alto para ser invocado directamente.
El equilibrio de la confesión en los primeros credos de Jesucristo siendo “completamente Dios y totalmente hombre” fue mantenido nominalmente pero prácticamente abandonado por la creciente espiritualidad mariana de la iglesia posterior a Éfeso. El vacío dejado por la falta de apreciación de la humanidad de Cristo se llenó con el crecimiento del papel de María la Madre. La cercanía de la Madre de Dios fue la respuesta a la lejanía del Hijo de Dios e incluso fue la causa que el Hijo se percibiera además como demasiado distante para comprender y asistir en las luchas de la vida. En otras palabras, puede que involuntariamente, la Madre se tragara al Hijo. La Cristología ortodoxa basada en los Concilios de Nicea (325 después de Cristo) y Calcedonia (451 después de Cristo) continuó siendo formalmente profesada y defendida; en realidad, la apropiación de estas verdades cristológicas se convirtió en un discurso demasiado abstracto y con poco beneficio espiritual. Cuando se practicó a un nivel doxológico popular fue una “mariología que lo abarca todo” que encarnó las necesidades espirituales de la gente y estimuló aún más el desarrollo teológico a lo largo de las líneas mariológicas.
¿LA MARIOLOGÍA OSCURECE LA OBRA DEL ESPÍRITU?
Es más que eso. En las relaciones Trinitarias, la obra del Hijo está estrictamente conectada con la del Espíritu Santo. Según la Biblia, el papel del Hijo como mediador está elaborado por y a través del Espíritu. Por ejemplo, es el Espíritu el que nos ayuda en nuestra debilidad intercediendo por nosotros de acuerdo con la voluntad de Dios (Romanos 8:26-27). Cristo, que es el Mediador del Padre y el Espíritu, nos capacita para ir a Él. ¿Qué ocurre con el aumento sin control de la mariología? Al empujar la humanidad de Cristo fuera de la imagen y llenar el vacío con las intercesiones de la Madre de Dios, el desarrollo mariológico disminuyó también el papel del Espíritu Santo al no reconocer su vital implicación en la obra mediadora del Hijo. Al convertirse en la figura más cercana al Hijo, que siempre podría ser invocada y percibirla más cerca que el Hijo, María prácticamente descifró el vínculo entre el Hijo y el Espíritu y quebrantó la relación entre los fieles y el Espíritu. La “ganancia” de la mariología fue la “pérdida” del Espíritu Santo. El crecimiento impresionante de la mariología significó la desaparición inquietante del Espíritu.
El marianismo oscureció entonces la proximidad del Hijo y congeló la única contribución del Espíritu. Más allá de los excesos en las prácticas devocionales -las cuales están, sin embargo, intrínsecamente relacionadas con la naturaleza de la misma mariología- el punto de vista de María del catolicismo romano plantea serias cuestiones a nivel de su trascendencia trinitaria.
Tiene que equipararse la adhesión formal a la base del Credo de la persona y la obra de Jesucristo con una espiritualidad coherente centrada en la alabanza al Dios Trino {Padre, Hijo y Espíritu Santo}, algo que no sucede en la mariología a causa de su visión exagerada de María y su consecuente marginalización de Cristo y el Espíritu.
A pesar de la intención declarada de no desviar la atención del Hijo, la mariología tiende a ser una intrusa dentro de la armonía trinitaria y un obstáculo para una apreciación completa de quien es el Dios Trino y de lo que Él ha hecho por nosotros.
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