“Si crees en un Dios que controla las cosas grandes, tienes que creer en un Dios que controla las cosas pequeñas”.
“El hecho de que soy mujer no me hace un diferente tipo de cristiana , pero el hecho de que soy cristiana me hace un diferente tipo de mujer”
“Déjalo todo en las manos que fueron clavadas por ti”.
“El secreto es Cristo en mí, no “yo” en medio de las diferentes circunstancias”
Elísabeth Elliot.
Cuando pensaba en alguna mujer sobre la que escribir, alguien que hubiera marcado de forma muy intensa mi vida, inmediatamente me vino a la mente y al corazón, la que ya cruzó los “Portales de esplendor” en Junio del 2015, Elisabeth Elliot. En la noche del día de su muerte, escribí un artículo en este mismo medio “ Elisabeth Elliot, Pasión y pureza”.
Fueron tantos y tantos, los recuerdos que vinieron aquella noche a mi corazón, que no pude evitar escribir sobre ella. Hoy, tres años después, retomo la historia de la vida de una mujer impresionante que marcó mi vida con una huella y una impronta inolvidables. Ya no estamos hablado de maravillosas mujeres que nos quedan demasiado lejos en el tiempo, estamos hablando de alguien que partió con el Señor hace relativamente poco; pero que dejó tras de si, la estela de una vida larga, dilatada, e inolvidable.
Hace pocos años, asistí junto con mi esposo a un Congreso evangélico internacional en Roma, la maravillosa “Ciudad Eterna” donde habíamos celebrado nuestras bodas de plata. Siempre disfruto de un modo maravilloso de encuentros así, me hacen sentirme parte de un pueblo de Dios grande, precioso, variopinto y más que especial; realmente enriquecen toda mi vida, y a todos los niveles.
Al final de una mañana, en el tiempo de los reportajes, le tocó el turno a Ecuador. Mi sorpresa fue inmensa, cuando la primera imagen a lo grande, fue una de las preciosas y mundialmente conocidas fotografías de los cinco misioneros que murieron a las orillas del río, en la selva de Ecuador, a manos de los Aucas a los cuales habían ido a evangelizar. Me impresionó que aquella tragedia ocurrida en el año 1956, fuera la primara carta de presentación de aquellos hermanos, tal vez fruto de la labor de Jim Elliot y sus compañeros. Mientras escuchaba sentada en mi lugar, pensaba que era normal que comenzaran así después de tantos años; porque a una de las tantas personas a las que marcó todo aquello, fue a mi.
Cuando no existía INTERNET, cuando todo iba bastante más lento. Llegó a mi casa y a las pequeñas manitas de esta devoradora de libros, el mundialmente conocido de Nate Saint, “Con alas de águila”. Ya corría la historia por todos los países, todo el mundo hablaba de ello con admiración y estupor; así que, cuando aquel libro llegó a mi casa, y después de pasar por todos pude tomarlo con ansia, lo agarré con mucha fuerza, apenas sabía leer; pero aquel primer libro, estaba lleno de preciosas fotos en blanco y negro que prácticamente contaban todo en titulares, yo era demasiado pequeña para leer un libro así, pero recuerdo “beberme” una y otra vez todas aquellas fotografías con un comentario debajo, y la historia que ya había escuchado previamente, y que ahora “devoraba” en un viejo libro carente de colores atractivos. Hoy se muestra ante mi, como uno de los recuerdos más maravillosos de mi más temprana infancia, y unos cuantos años más de que ocurriera toda aquella historia real y de publicado el libro.
Hoy quisiera centrarme en la preciosa vida de la que fue esposa de Jim Ellior, Elísabth. El tenia tan sólo 28 años cuando murió, y ella, quedaba con 26 años y una preciosa niña de unos 10 meses, Valerie. Comenzó a entrar por esos maravillosos “portales de esplendor” de los que escribió todo un libro, cuando contaba con 88 años. Pero su vida, sigue tocando la mía hasta el día de hoy, es absolutamente fascinante su entrega, su rendición, su empuje… Se casó dos veces más, pero nunca se quito el apellido de su primer esposo, Elliot, lo cierto es que no me extraña… Dejad fantasear a esta romántica empedernida, ¿su gran e inolvidable amor?, si realmente fue así, no me extraña ni lo más mínimo, no sólo su físico atlético y atractivo; sino algo muy superior, un corazón que llegó a decir con poco más de 20 años…
“No es ningún necio el que entrega lo que no puede guardar, para ganar lo que no puede perder”.
Elisabeth nació en Bruselas, Bélgica, donde sus padres, Philip y Katherine Howard eran misioneros. Su familia se mudó de regreso a los Estados Unidos cuando ella era una bebé, y se establecieron en Germantown, Pennsylvania, cerca de Filadelfia. Elisabeth, conocida cariñosamente como “Betty” entre su familia y amigos, creció en un hogar cristiano y fiel, que le brindó seguridad. Con el tiempo, creció en su corazón, la semilla de dedicarse al trabajo misionero.
Después de la preparatoria, Elisabeth asistió a la Universidad de Wheaton y decidió estudiar griego clásico para cumplir su deseo de traducir en el campo misionero. Continuó en el Instituto Bíblico Prairie en Alberta, Canadá completando ahí estudios de postgrado.
Ahí conoció a una mujer excelente llamada Katherine Cunningham que se convirtió en una de las mentoras espirituales más importantes en su vida. Elisabeth escribió:
“Muchas fueron las tardes en que la señora Cunningham me servía té mientras yo derramaba mi alma ante ella. El mensaje era ella misma.”
Esta frase releja algo absolutamente precioso, ¡Me encanta!
En sus escritos, da la impresión de que Elisabeth no tenía un particular interés por el sexo opuesto. Por eso, las atenciones preciosas mostradas por el atractivo, atlético, y extrovertido Jim Elliot, amigo de su hermano, la tomaron por sorpresa. No tardaron mucho en darse cuenta de la atracción que sentían el uno por el otro; pero Jim creía firmemente que Dios lo llamaba a una vida como soltero en el campo misionero.
Así comenzaron varios años de espera para descifrar la dirección de Dios para su relación. Durante este tiempo, se dedicaron por separado a las misiones. Ambos jóvenes deseaban estar seguros que su matrimonio no los alejaría de su devoción individual a Dios ni de Su Voluntad.
En su libro Pasión y Pureza, Elisabeth escribió:
Sé bien que esperar en Dios requiere la voluntad para soportar la incertidumbre, llevar en el interior una pregunta sin respuesta, trayendo el corazón ante Dios cuando ese pensamiento invade toda nuestra mente. Es fácil convencerse a una misma sobre una decisión que no es duradera, a veces eso resulta más fácil que esperar pacientemente.
Mientras Elisabeth se dedicaba a las misiones como mujer soltera, ella y Jim mantenían la comunicación por correo. En 1953 tuvieron la seguridad de que Dios los llamaba a las misiones como pareja de esposos y se comprometieron. Se casaron, más adelante, en ese mismo año, en Quito, Ecuador, donde trabajaban entre los Indios Quechuas. El 27 de febrero de 1955, nació su hija Valerie.
En enero de 1956, Jim y otros cuatro hombres partieron en una misión temeraria para alcanzar con el Evangelio a la remota tribu Auca. Los cinco jóvenes fueron asesinados brutalmente por los hombres auca. Lo que ocurrió luego, no es ampliamente conocido.
Elisabeth se mantuvo firme. El llamado de Dios a Sudamérica era tanto para su esposo como para ella, de manera que continuó su trabajo con los quechuas. Con el tiempo conoció a dos mujeres aucas. A través de ellas, Elisabeth, Valerie -de dos años- y Rachel Saint (hermana de uno de los misioneros martirizado) tuvieron acceso a la tribu que había asesinado a su esposo. Percibiéndolo como la voluntad de Dios, Elisabeth y Valerie vivieron entre ellos durante dos años. En ese tiempo muchos fueron llevados a Cristo, el resultado que ella y Jim tanto habían deseado y soñado.
Finalmente, Elisabeth regresó a los Estados Unidos y se estableció en New Hampshire. Ahí se convirtió en una de las escritoras de libros más deseados y vendidos, basándose mayormente en sus experiencias en Ecuador. También dio clases en la Universidad Gordon Conwell.
Se casó con un profesor de Gordon-Conwell llamado Addison H. Leitch quien murió de cáncer en 1973. Elisabeth quedó viuda nuevamente. Cuatro años después, conoció al capellán de un hospital, llamado Lars Gren, con quien se casó y vivió por el resto de su vida.
En 1988, Elisabeth comenzó su propio programa de radio llamado “Entrada al Gozo”. Comenzaba cada uno de sus programas con estas palabras como muestra de su gran confianza en Dios:
“Eres amada con un amor eterno, eso es lo que dice la Biblia, y debajo están los brazos eternos”.
Después de trece años, Elisabeth se retiró de “Entrada al Gozo” y dio paso a un nuevo programa llamado, “Aviva Nuestros Corazones”. Inspirados por Elisabeth, mujeres y hombres fieles se unieron buscando ministrar a mujeres, como ella lo había hecho. para recordarles el gozo, propósito, contentamiento y plenitud que ellas pueden tener en Cristo, sin importar sus circunstancias. En un tributo a Elisabeth, Nancy DeMoss Wolgemuth escribió:
“Mi ministerio y mi propia vida se sostienen en los hombros de esta extraordinaria mujer de Dios. No conozco ningún otro autor de nuestros días que haya tenido mayor influencia en mi andar con el Señor”.
La última década de su vida, Elisabeth sufrió demencia, y de nuevo, esta mujer que había vivido una vida de rendición completa a la voluntad de Dios, se entregó a sí misma a Su plan perfecto.
En una entrevista con Elisabeth y Lars, él se refirió a su demencia diciendo, “… Ella aceptó esas cosas, sabiendo que no eran una sorpresa para Dios. Era algo que hubiera preferido no experimentar, pero lo recibió”. En una entrevista que duró dos horas, justamente ésas fueron las palabras de Lars que provocaron la única respuesta que dio Elisabeth, un “Sí” vehemente mostrando que estaba de acuerdo.
Elisabeth partió a casa para estar con su amado Salvador, el 15 de junio de 2015. Aunque la comunidad cristiana lamenta la pérdida de una “preciosa mujer de Dios” tremendamente fiel, el mensaje de su vida ha dejado una huella indeleble y hermosa que en esta hoy toca de nuevo mi propia vida.
Cuando en esta mañana muy temprano, he vuelto a reflexionar con mucha calma, la vida de esta maravillosa mujer, cuando pienso que hubiera sucedido si a mi me hubiera pasado algo parecido a lo que sufrió ella, creo que sólo podría decir una de sus maravillosas frases:
“Si crees en un Dios que controla las cosas grandes, tienes que creer en un Dios que controla las cosas pequeñas”.
Quiero terminar dejando para vosotros, una preciosa canción de Miguel Ángel Guerra que recoge la inmortal frase de Jim Elliot que os he dejado más arriba; frase que estoy segura que hizo suya muy guardada en el corazón, la que fue su esposa Elisabeth. Hoy la vuelvo a hacer mía, y te invito a que puedas hacerla tuya también tu mismo:
“No es ningún necio el que entrega lo que no puede guardar, para ganar lo que no puede perder”.
¡Mi abrazo en Cristo!, Beatriz
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