Hablar del legalismo en la cristiandad no es fácil, pues suele causar crispación entre los mismos creyentes.
Me dispongo a escribir estas líneas con temor. Hablar del legalismo en la cristiandad no es fácil, pues suele causar crispación entre los mismos creyentes. Pido a Dios que no sea así entre los lectores de este artículo, y que sean capaces de descubrir la gracia de Dios entre las muchas letras de este ensayo. Por otro lado, percibo que la iglesia en Occidente -así como la sociedad occidental- tiende generalmente a desviarse en la dirección opuesta; a saber, hacia el liberalismo. No soy ignorante de esta realidad, contra la cual procuro estar firmemente asido a la Palabra de Dios. Pero, a la vez, como bien expresó el reconocido escritor Philip Yancey acerca del legalismo en su obra Gracia divina vs. Condena humana: “No conozco nada que represente una amenaza mayor para la gracia”.
Movido por una serie de tristes experiencias personales y tras varios encuentros con el legalismo, me siento en la necesidad de reflexionar sobre esta realidad que amenaza constantemente a la iglesia y que envilece el evangelio de la gracia.
¿QUÉ ES EL LEGALISMO?
Para contestar brevemente a esta pregunta quiero empezar reconociendo lo que el legalismo no es.
- Procurar crecer en santidad diariamente no es legalismo. La voluntad de Dios es nuestra santificación (1 Tes. 4:3), pues la meta del cristiano es ser perfecto en Cristo (Col. 1:8).
Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro. 1ª Jn. 3:3
- Vivir una vida piadosa, que toma seriamente la ley de Dios y la ética cristiana, no es legalismo. Jesús lo expresó así: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Jn. 14:15). No obstante, recordemos cómo resumió Jesús toda la ley: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” y «amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt. 22:37-40).
- Acotar mi libertad por amor al hermano no es legalismo.
Por consiguiente, ya no nos juzguemos los unos a los otros, sino más bien decidid esto: no poner obstáculo o piedra de tropiezo al hermano.Ro. 14:13
Habiendo reconocido primero lo que no es legalismo y, por ende, lo que es una actitud loable que todo cristiano debe perseguir, procedo a explicar lo que es el legalismo desde la perspectiva del Nuevo Testamento.
El legalismo es el intento por parte del hombre de ganar el favor de Dios por medio de la obediencia estricta a una serie de normas o leyes. Dicho de otra forma, es el intento de ser justificado y salvado (Ro. 3:20; 9:31-32) o de crecer en santidad por medio de la obediencia a la ley. Ahora bien, ¿enseña la Biblia que nuestra santidad, justificación o redención dependen de la obediencia de la ley? Veamos algunos textos en la Palabra de Dios:
Por tanto, nadie será justificado en presencia de Dios por hacer las obras que exige la ley; más bien, mediante la ley cobramos conciencia del pecado. Ro. 3:20
Porque sostenemos que todos somos justificados por la fe, y no por las obras que la ley exige. Ro. 3:28
Entonces,¿de qué depende nuestra justificación, santificación y redención?
Dios los ha unido a ustedes con Cristo Jesús. Dios hizo que él fuera la sabiduría misma para nuestro beneficio. Cristo nos hizo justos ante Dios; nos hizo puros y santos y nos liberó del pecado. 1 Co. 1:30 (NTV).
Permítanme hacer tres preguntas respecto al texto anterior:
¿Gracias a quién estamos unidos a Cristo Jesús?
Gracias a Dios. No a la ley.
¿Qué nos hace justos, puros y santos ante Dios?
Cristo. No la ley.
¿Qué nos libera del poder del pecado?
Cristo. ¡No el cumplimiento de la ley!
Ruego a Dios que usted entienda que no hay nada que pueda hacer para que Dios le ame más, ni nada que usted pueda hacer para que Dios le ame menos. El amor de Dios es incondicional, esto significa que no depende de los méritos del hombre. Si usted ha sido justificado, si Dios le considera uno de sus santos, y si un día disfruta de la vida eterna en toda su plenitud, entienda que esto ha sido únicamente por los méritos de Jesucristo en favor suyo, «para que, como está escrito: “Si alguien ha de gloriarse, que se gloríe en el Señor” (1 Co. 1:31).
Esto que digo, querido lector, es el ABC del evangelio. Si usted no entiende esto, entonces usted no entiende el evangelio. Con profundo pesar soy testigo de cómo muchos de los que se apellidan “evangélicos” desconocen el evangelio.
Pero la actitud legalista estaba ya presente en los primeros años de la iglesia. Tanto es así que el apóstol Pablo escribe su carta a los Gálatas con la intención de refutar las enseñanzas legalistas dentro de la iglesia. En aquella iglesia, un grupo de “maestros” insistían en que la salvación y la santidad de los creyentes dependía de la observancia de ciertos ritos y leyes. Es probable que algunos de estos maestros tuvieran buenas intenciones al enseñar; sin embargo, para el apóstol esto constituía una gravísima amenaza al verdadero evangelio, pues violaba nada más y nada menos que el ABC del evangelio de la gracia. El disgusto de Pablo queda más que evidenciado en su tempestuosa introducción a la carta:
Me maravillo de que tan pronto hayáis abandonado al que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente; que en realidad no es otro evangelio, sólo que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo. Pero si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciara otro evangelio contrario al que os hemos anunciado, sea anatema. Como hemos dicho antes, también repito ahora: Si alguno os anuncia un evangelio contrario al que recibisteis, sea anatema. Porque ¿busco ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿O me esfuerzo por agradar a los hombres? Si yo todavía estuviera tratando de agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo. Gál. 1:6-10.
Parafraseando al apóstol en un lenguaje más moderno y coloquial, diría: “¡Lo estoy flipando! Vosotros, que fuisteis llamados por la pura gracia de Dios, ahora predicáis y enseñáis un evangelio lleno de reglas del tipo: “No gustes, no comas, no toques, no te pongas, no te pintes…”. Los que tal hacen están corrompiendo y malinterpretando el evangelio, haciendo un evangelio totalmente diferente y falso. Pero si el pastor que tanto aprecias y tiene tantos años de experiencia o incluso un ángel te predica un evangelio que pretenden justificarte o hacerte más santo por las obras, considéralo un maldito. ¿Buscas agradar a tu pastor o a los hombres religiosos? ¿O buscas agradar a Dios? Pues si tu deseo de agradar a cualquier hombre está por encima de tu deseo de agradar a Dios, entonces, no eres digno de llamarte servidor de Cristo”.
Estimado lector, considere lo que lee. El apóstol que condena las obras como un modo de justificarse o de agradar a Dios es el mismo que se describe así mismo, antes de su conversión a Cristo, como un observador y cumplidor irreprensible de la ley (Fil. 3:6). ¡Él sabe de lo que habla!
No veo necesario dedicar más letras para esto. Es probable que el lector ya tenga esto claro y piense que ya no se da este tipo de legalismo en las congregaciones. No obstante, personalmente estoy convencido de que este legalismo aún aflora en muchas iglesias locales. En un legítimo y bienintencionado deseo de luchar contra el pecado y procurar la santidad, algunas congregaciones pueden caer sutilmente en el legalismo.
Dios mediante, la próxima semana analizaremos las características que identifican el legalismo, ya sea en un creyente particular o en una comunidad de creyentes.
¡Que Dios nos ayude a disfrutar de las riquezas de su gracia!
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