El problema fundamental del ser humano no es su falta de auto-estima ni el estado de la economía ni el terrorismo islámico.
El problema fundamental del ser humano no es su falta de auto-estima ni el estado de la economía europea ni las fuerzas del terrorismo islámico.
El problema fundamental es la ira de Dios.
Tristemente, la doctrina de la ira divina –omnipresente en los escritos y los sermones de los gigantes de nuestra fe protestante- ha desaparecido por completo del púlpito occidental. El temible Dios de Lutero, Calvino, Edwards, Spurgeon y Lloyd-Jones es marcadamente distinto a la deidad descafeinada proclamada en pleno siglo XXI.
¿Por qué? Porque hoy día muchos teólogos se creen más buenos y compasivos que el Rey de gloria. ¿Cuándo fue la última vez que se publicó un libro sobre la ira del Señor en España?
Cuando el apóstol de la gracia, Saulo de Tarso, escribió la carta de las cartas –la gloriosa e incomparable epístola a los romanos- arrancó su evangelio con el anuncio de la ira divina: “Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda la impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad” (Romanos 1:18).
Antes de predicarnos la buena noticia, Pablo nos da a conocer la mala noticia, a saber, que los judíos con la ley y los gentiles sin la ley están todos bajo la ira divina. La doctrina de la ira divina es un hilo conductor clave de la epístola (2:5, 8; 3:5; 4:15; 5:9; 9:22; 12:19; 13:4, 5).
Pablo no pudo pensar en el evangelio sin tener presente la terrible realidad del juicio divino contra los pecadores. Y sin este entendimiento apostólico de la verdadera naturaleza de Dios, tampoco podremos comprender la bendición del anuncio evangélico.
En el Antiguo Pacto, el Señor derramó su ira sobre la generación de Noé, Sodoma y Gomorra, los hijos de Aarón, el rey Saúl, Israel y las naciones vecinas.
Exhibió sus músculos castigando a los malhechores. Dios es un Dios de ira.
En el Nuevo Pacto, enmudeció a Zacarías, fulminó a Ananías y Safira, golpeó a Herodes, cegó a Elimas. Y luego tenemos la manifestación más fuerte de la ira de Dios en toda la Biblia: la crucifixión de su amado Hijo unigénito, Jesucristo, el cual fue brutalmente castigado por los pecados de su pueblo. Dios es un Dios de ira.
Toda la Biblia proclama la misma verdad, esto es, que el problema fundamental del ser humano no es el diablo sino la ira de un Dios santo, justo y recto. Es este Dios que tenemos que volver a predicar.
Hace falta avivar los vocablos moribundos de ‘pecado’, ‘arrepentimiento’, ‘ira’, ‘juicio’, ‘condenación’ e ‘infierno’. Muy pocos usan estas palabras hoy en día.
Precisamente por esta razón los predicadores antemencionados fueron tan singularmente usados en recuperar el evangelio bíblico en sus respectivas generaciones.
Tomaron la condenación del ser humano en serio. Comenzaron con la premisa cardinal del apóstol Pablo empleando la ley del Señor para acusar a los impíos con el fin de que, “toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios” (Romanos 3:19).
A partir de este punto inviolable de la ira de Dios contra los transgresores, nuestros padres protestantes desplegaron la gloria del evangelio neo-testamentario como la mejor noticia de todas, esto es, la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo.
¡Oh, bendito sea el nombre del Señor! Pero sin la proclamación de la ira del Señor, el evangelio no significa nada.
Quiero dirigirme a todos mis lectores predicadores:
Hermanos, es hora de volver a predicar la Palabra de Dios tal fue escrita. Basta ya de buscar el favor del mundo y de los no regenerados.
Basta ya de procurar hacer crecer la iglesia del Señor con un evangelio adulterado. Basta ya de idolatría, de esta maldita deidad light del siglo XXI.
¡Volvamos al evangelio de Pablo, al evangelio de Zuinglio, los puritanos, Whitefield y J.C. Ryle! ¡Levantemos la voz mientras haya tiempo!
El problema fundamental del ser humano siempre ha sido y siempre será la ira de Dios. Y el que no cree en la ira de Dios no cree en el Dios de Jesucristo. Y el que no cree, ya está condenado.
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