Si nos dejamos tomar y moldear por el alfarero divino, podemos ver todos esos recuerdos con un prisma nuevo, fresco, y diferente.
“Rara vez se presentan grandes oportunidades de ayudar a otros, pero las pequeñas, nos rodean todos los días”
Sally Koch
“… Una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo”
S. Juan 9: 25
Hace unos días, en uno de esos ratitos que nos regala el Señor de vez en cuando, recordaba preciosas vivencias del estupendo grupo de jóvenes de mi iglesia cuando yo formaba parte de él. Y no en forma idílica, ¡para nada! Son muchas las veces en las que la mayoría de todos los que hemos pertenecido a aquel maravilloso y amplio grupo recordamos y lo verbalizamos, entre risas y vivencias pasadas hermosos.
Era un tiempo en el que no teníamos un Siervo de Dios dedicado a todo tiempo en la iglesia, el consejo de Ancianos no era muy grande, y no quiero ni imaginar lo que lucharon por sacar todo adelante en aquellos años: aunque yo no fuera consciente de ello.
¿Y Pastor de jóvenes?... ¿Perdón? Esa terminología todavía no existía por aquí, pero me encanta comprobar una y otra vez, como en muchísimas ocasiones discutimos por tonterías, y lo cierto es que en la mayoría de los casos, los verdaderos hijos de Dios estamos de acuerdo en casi todo; existe un problema muy sencillo, diferentes visiones que confluyen en una misma, diferentes nomenclaturas, y miles de cosas por el estilo.
No había Pastor de jóvenes, ni lider de jóvenes como podemos pensar en la actualidad; pero había hermanos preciosos, en nuestro caso dos matrimonios, que nos amaban mucho, y que se preocupaban por nosotros de un modo maravilloso. Tal vez no existía una enseñanza ultra estupendísima, sistemática, y demás; pero sí existía algo imprescindible, muchísimo amor entre todos y por todos.
Tengo recuerdos deliciosos de montones de cosas, con cuanto esmero nos mimaban, nos cuidaban, y enseñaban: de que modo abrían sus casas para llenarlas con muchos chavales que les vaciábamos la nevera, nuestras maravillosas excursiones a la nieve. Allí no importaba que todos fuéramos de la misma edad exacta, 4, 3, 5 años de diferencia, no eran el más mínimo obstáculo para estar y disfrutar juntos.
Lo de las excursiones a la nieve … No tiene el menor desperdicio. No íbamos pertrechados de todo un equipo de ropa de nieve o cosas parecidas, no todo el mundo se lo podía permitir; pero ni nos importaba, llevábamos bufandas, gorros, súper jerséis….. Y no había nada que no curara unas buenas risas, un plástico bien grueso y grande para tirarnos colina abajo y disfrutar como locos.
La verdad es que íbamos a todas las reuniones, ¡cualquiera le decía a sus padres que no! Pero lo cierto es que íbamos tremendamente a gusto, eso sí, deseando salir para irnos juntos a cualquier lado y pasárnoslo fenomenal.
Por aquel tiempo, había alguien que cada vez que tomaba el púlpito, era absolutamente monotemático. Serio, muuuuuuy serio, con un gesto austero, y el tema de siempre, la circuncisión. Circuncisión para arriba, circuncisión para abajo, circuncisión para la derecha, para la izquierda, circuncisión en el A. T. Circuncisión espiritual…. Y ya sabéis los jóvenes, le sacábamos punta a todo, y alguien le puso un nombre, “el incircunciso” Aun al día de hoy, muchos de nosotros nos partimos entre risas y lágrimas recordando todo aquello.
¿Qué era lo que habría detrás de aquella persona, para obligarle a ser absolutamente compulsivo y recurrente con el mismo tema? Creo que sólo la persona y el Señor lo sabían.
Hay cosas maravillosas que suceden con el paso del tiempo. Si es que nos dejamos tomar y moldear por el alfarero divino, podemos ver todos esos recuerdos, y muchas cosas que nos van sucediendo en la vida, o vemos que suceden en la de otros, con un prisma nuevo, fresco, y diferente.
Soy muy observadora, y en muchísimas ocasiones me he fijado en personas que tienen como temas recurrentes que tocan una y otra vez, estoy segura que yo también he caído en ello en más de una ocasión. Algunos siempre están hablando del pecado, pecado, pecado…. Algo de lo que hay que hablar, nada de un Evangelio descafeinado o algo por el estilo; pero jamás nos olvidemos de hablar la verdad en amor. En palabras del apóstol Pablo a Timoteo:
“Palabra fiel y digna de ser recibida por todos, que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero”
Creo que no hay nada que añadir a esto, Palabra de Dios, punto.
¿Qué hay detrás de algo cómo lo que acabo de relatar? Lo desconozco, pero ocurre con mucha frecuencia.
Otras personas siempre tienen una actitud crítica y llena de queja hacia todo, y lo expresan de un modo igualmente recurrente, y casi diría que también compulsivo. Creo delante del Señor, que aquí ocurre más de lo mismo, tal vez heridas sin sanar, falta de perdón…
Hace algún tiempo escuché contar algo a una bien querida amiga y consierva.
Cuando era una niña, le mordió un perro callejero, hoy se le aplicarían todo tipo de vacunas preventivas, antibióticos y demás; pero en los tiempos de su niñez, el médico simplemente le curó la herida hasta que sanó de un modo aparente. Pasando el tiempo, aquella herida no paraba de sanar del todo, hasta que un día comenzó a inflamarse de un modo tremendo, vino fiebre, mucho dolor… ¡Y vuelta al médico! En cuanto la vio le dijo, chiquita, no queda más remedio, hay que abrir ¡Ufffff! Tomó el bisturí, y cortó sin que le quedara otra opción, con el dolor consiguiente. Al momento, comenzó a saltar pus por todos lados, dolió muchísimo; pero una vez que hubo salido todo aquello, haber limpiado y desinfectado, la recuperación fue espectacular.
Estoy convencida delante del Señor, que cualquier comportamiento como los que os he citado, o muchos otros, tienen algún origen, bien sea pecado oculto, sufrimientos que ni sabemos, heridas abiertas e infectadas del corazón…
Alguien dijo:
“Cuando mires el dolor detrás del comportamiento, podrás tener más paciencia y empatía. Ve más allá de las palabras y las reacciones”
Me parece una frase buenísima que todos nos deberíamos de aplicar. ¡Sí, lo sé! No todo el mundo es bueno, no es oro todo lo que reluce…. Pero he aprendido con el correr de los años, a mirar mucho más profundamente de lo que puedo ver a primera vista. Y cuando hay algo que sólo el Señor puede ver, o cuando me siento juzgada inmisericordemente, simplemente encomiendo la causa al que sí sabe, hasta lo más profundo de las entrañas y el corazón, y juzga justamente.
¡Señor de mi vida!
Perdóname por las veces que he sido injusta, o no he comprendido un comportamiento ajeno que no entiendo. Perdona también las veces que me he sentido herida, o juzgada de un modo injusto. Tú, el experto en sanar corazones quebrantados, heridas del alma y perdonar pecados, ¡sáname, límpiame, perdóname, restáurame, y ayúdame a hacer lo mismo con mi prójimo!
En el Nombre sobre todo nombre, el nombre de Jesús, ¡Amén!
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