El verdadero adorador simplemente mira a su Señor, le importa demasiado poco lo que hay a su alrededor.
“La alabanza es el ensayo de nuestra canción eterna, por gracia aprendemos a cantar, y en gloria seguimos cantando”
Charles Spurgeon
“Poco antes de que crucificaran a Jesús, una mujer llamada María derramó una botella de un caro perfume sobre los pies del Señor. Después, en un acto aun más osado, le secó los pies con su cabello (Juan 12:3). María no solo sacrificó lo que posiblemente eran los ahorros de toda su vida, sino también su reputación. En esa cultura, las mujeres respetables nunca se soltaban el cabello en público. Pero, al verdadero adorador, no le preocupa lo que piensen los demás (2 Samuel 6:21-22). Para adorar a Jesús, María estuvo dispuesta a que pensaran que ella era indecente; quizá incluso inmoral.
Tal vez sintamos la presión de ser perfectos cuando vamos a la iglesia, para que los demás piensen bien de nosotros. Metafóricamente hablando, nos esforzamos por mantener cada cabello en su lugar. Sin embargo, en una iglesia saludable, podemos «soltarnos el cabello» y no esconder nuestras imperfecciones. Deberíamos poder revelar nuestra debilidad y encontrar fuerzas.
Adorar no implica comportarse como si nada estuviera mal; es asegurarnos de que todo esté bien… Con Dios y con los demás. Cuando nuestro mayor temor es soltarnos el cabello, quizá nuestro mayor pecado sea mantenerlo recogido”.
Hace algún tiempo, una querida amiga, me envió este texto que pertenece a “Nuestro pan diario” en un mensaje de WhatsApp. Me pareció tan hermoso que lo guardé como estrella y pensé que algún día escribiría sobre esto.
Sé bien que todos conocemos la preciosa historia, y no tengo nada que añadir. Todo está bien explicado y recogido. Pero hay algo que me llama poderosamente la atención de este escrito, y es el tema real, pero al mismo tiempo metafórico de “soltar el cabello en adoración”.
¡Si! Lo sé demasiado bien…. Isaías Cp. 6…. El trono alto y sublime.. Las faldas que caían del trono y llenaban el templo…. Los serafines… El santo, Santo, Santo.
También me impresiona toda la historia de Moisés en el monte Sinaí; todos los requisitos que Dios exigía de Moisés y del pueblo, cada uno e ellos con su significado de limpieza, pureza…. Dice mucha gente que ha estado en se lugar al día de hoy, que aun en estos días, se puede percibir de algún modo que Dios estuvo allí… el humo, el fuego, el estremecimiento….
Hay algo que nunca podré olvidar de cuando era chiquita; aunque no entendía nada. Cuando se celebraba la Santa Cena, mi mamá descruzaba las piernas, se pasaba un suave pañuelo por los labios. La imagen de reverencia que mostraba ante todo aquello, simplemente me paralizaba. No comprendía demasiado, pero podía percibir lo que todo ello significaba para mi madre.
Hasta aquí todo bien, y supongo que la mayoría podemos entender y sentirnos hasta muy identificados, ¡perfecto! Pero luego nos encontramos con algo un tanto diferente, cuando David trae lleno de júbilo el arca de Dios desde la casa de Obed-edom a la ciudad de David.
Era tal su alegría que primero hace sacrificio y luego “danzaba con toda su fuerza delante de Jehová…. Vestido de Efod de lino…. Con júbilo y sonido de trompeta” y… “Con la iglesia hemos topao” Mical observa desde la ventana y menosprecia a David en su corazón. ¿Os suena?
Y llegamos ¡por fin! A la preciosa escena que os he recogido al principio de María. Esta maravillosa mujer, rompió con todos los cánones de la época, ¡todos los posibles! No le importó absolutamente nada, las miradas las críticas en los pensamientos de todos los que estaban allí. Simplemente se soltó el cabello, rompió el carísimo vaso de alabastro con perfume de nardo puro en su interior, y los vertió sobre los pies del Señor, ungiéndole con sus cabellos. Es una escena que me conmueve una y otra vez, pero ¿sabéis algo que me encanta? Cuando todos pensaban que Jesús se iba a molestar, salió por ella y los puso en su sitio, del mismo modo que el Señor dejó estéril a Mical para toda su vida, y aquel matrimonio terminó en la más profunda ruina.
Sé que ante el Señor tiene que haber un respeto y no todo puede ser de cualquier modo, pero tengamos mucho cuidado, no seamos o nos pensemos mejor que nadie, porque el verdadero adorador, simplemente mira a su Señor, le importa demasiado poco lo que hay a su alrededor, “se suelta el cabello” y derrama lo mejor que tiene ante el Señor, no sólo el precioso perfume de nardo; sino su propia vida rendida en la más profunda y dulce adoración.
Os dejo con un preciosa canción de adoración que hoy toca de nuevo mi alma, es Marcela Gándara cantando ”Vine a adorarte”
¿A qué esperas? ¡Suelta tu cabello! ¡Vierte tu perfume! Adórale!
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