Mira, mira y vuelve a mirar a la bendita Cruz, porque ante tal maravilla, todo lo demás carecerá de valor.
La cruz sangrienta al contemplar,
Do el Rey de gloria padeció,
Riquezas quiero despreciar
Y a la soberbia tengo horror.
Mi gloria y mi blasón será
La cruz bendita del Señor,
Y lo que di a la vanidad
Ya le dedico con amor.
Sus manos, su costado y pies
De sangre manaderos son,
Y las espinas de su sien
Mi aleve culpa las clavó.
Cual vestidura regia allí
La sangre cubre al Salvador,
Y pues murió Jesús por mí,
Por El al mundo muero yo.
¿Y qué podré yo darte a Ti
A cambio de tan grande don?
Todo es pobre, todo ruin,
Toma ¡oh Dios! mi corazón.
Todavía permanece muy lúcida en medio de todos los recuerdos de mi vida, una mañana en un precioso culto de adoración y celebración de la Cena del Señor. Era una simple adolescente y, ni sé las veces y veces que habría escuchado y cantado el precioso himno de Isaac Watts; pero en aquella preciosa mañana de invierno en mi iglesia, resonaron con muchísima fuerza las palabras de la última estrofa... ¿Y qué podré yo darte a Ti a cambio de tan grande don? Todo es pobre, todo ruin, toma ¡Oh Dios! Mi corazón.
Me había entregado al Señor cuando tenía ocho años, con completo y absoluto conocimiento de causa; pero en aquella bendita mañana, el Espíritu del Señor tocó mi corazón con una dulzura y una fuerza tan especiales, que mis ojos se empañaron en unas lágrimas llenas de entrega. Y mientras cantaba en medio de toda la congregación con toda mi alma, le decía al Señor lo que unos años más tarde le prometería… Mi Señor, es que no tenga nada para ofrecerte, no soy nada, no valgo nada… Lo único que tengo es mi humilde corazón, tómalo mi Señor, tómalo entero para siempre ¡aquí está!
De todos es conocida la trayectoria poética de Isaac Watts, quien llegaría a ser un gran hombre de Dios, pastor y el más grande para la mayoría, escritor de los más maravillosos himnos de la historia en lengua inglesa.
Tenía unos cinco añitos cuando celebraba con su familia el altar familiar, y aquel niñito se distrajo al ver un ratón subiendo por una cuerda, su padre le riñó… ¡Férrea educación británica! A lo que el niñito contestó:
“Había un ratón al que le faltaban escaleras,
corrió por la cuerda arriba para decir sus plegarias”
El padre lleno de furia tomo una vara en sus manos, entonces Isaac dijo:
“¡Oh padre! Compasión ten,
y no más versos haré”
Ahí comenzó lo que sería una inmensa bendición durante siglos, aún hasta el día de hoy.
Vivo en esa especie de edad, en la que puedo entender a los de más arriba y a los de más abajo, y no me asusto con las versiones más modernas de la música cristiana, del mismo modo que puedo disfrutar inmensamente de algo tan precioso como este himno clásico.
Creo muy sinceramente que, en ocasiones, nuestro cristianismo se aleja bastante de lo esencial. Discutimos y hablamos miles de cosas que ni edifican ni nada de nada, y olvidamos lo más básico, el lugar donde la historia del mundo se paró, el sol se oscureció, el velo del Templo se rasgó de arriba abajo, el tremendo lugar donde Cristo padeció los dolores más profundos en todo Su ser, el sitio donde se consumó y ganó nuestra salvación ¡La Cruz del Calvario!
En muchas ocasiones creo que hemos perdido demasiado el tino, trabajamos para nuestro Señor sin tregua, nos agotamos, dependemos de nuestros dones, olvidándonos demasiado que los hemos recibido de Gracia, hacemos separaciones sin sentido, y miles de cosas absurdas. Pero dejamos de mirar en la dirección correcta, dejamos de poner la mirada en el punto exacto y no pasamos el tiempo más que necesario al lado del Señor contemplándole, escuchándole, empapándonos de su Palabra y de su Espíritu…. Y los ojos dejan de mirar a lo principal, la bendita Cruz del Calvario.
Ya sé que sin la resurrección vano sería todo, hasta nuestra predicación… Conozco las Escrituras, pero el punto más álgido ocurrió cuando Jesús fue colgado de aquel madero entregando Su vida por nosotros.
Simplemente volved a leer muy despacito, palabra por palabra, esta preciosa composición. Comienza contemplando la Cruz y todo lo que sucedió en ella, el dolor inmenso, no sólo físico; aquella sed, aquellos clavos y espinas, aquel… ¡ELI, ELI LAMA SABACHTANI! (Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?) Todo aquel sufrimiento más duro todavía de un modo espiritual que físico, dolor que somos incapaces de comprender en su toda su extensión. Necesitaríamos mil médicos y otros mil teólogos y, ni aún así comprenderíamos al completo.
Después de ir analizando de un modo maravilloso cada suceso, hecho preciosa poesía, no puede terminar de otro modo, llegar a otra conclusión diferente a la que llegué yo en aquella mañana, una total entrega y rendición a los pies de la Cruz.
Mi vida continuó, y años más tarde decidí que si Él había hecho todo aquello por mi, yo no podía hacer otra cosa más que dejarlo todo atrás, mirarlo como a escoria, en palabras del apóstol Pablo, y dedicar todo lo que soy y todo lo que tengo para servirle con todas las fuerzas de mi alma. Ha pasado mucho tiempo, y me he encontrado muchos tropiezos por el camino, pero no cambiaría mi vida por otra…. ¡Por nada del mundo!
Si eres una persona creyente y entregada al Señor, quiero darte un humilde consejo…. Mira, mira y vuelve a mirar a la bendita Cruz. Allí tus preocupaciones, tus dolores, tus preguntas sin respuesta, y todas tus diferencias con tus hermanos se van a desvanecer; porque ante tal maravilla, todo lo demás carecerá de valor.
Si eres alguien que nunca se ha parado ante la maravillosa visión de la Cruz, y vives perdido, triste, sin rumbo, sin Dios y sin esperanza ¡Párate y mira! No podrás decir otra cosa que la que dijo el centurión que estuvo todo el tiempo frente a la Cruz…
“… Verdaderamente este hombre, era hijo de Dios”
Mr. 15:39
Deja que todo Su amor te envuelva, entrégale tu vida tal como Él entregó la suya por ti, y, no sólo tu vida cambiará para siempre; sino que no podrás dejar de gritar en susurros, igual que yo en aquella maravillosa mañana….
“Y qué podré yo darte a Ti
A cambio de tan grande don?
Todo es pobre, todo ruin,
Toma ¡ oh Dios! mi corazón.
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