Reaccionamos con miedo ante los que nos hacen bien, porque el bien tiene un potencial y un peso en las vidas de las personas que verdaderamente asusta
Me enfrenté esta mañana, nada más levantarme, a una de esas preguntas que los niños nos hacen y que, rápidamente, nos ponen a pensar: “¿Por qué la gente, aunque sabe que Jesús murió por ellos (NOTA: Les están explicando las diferentes religiones en su clase de Ciencias Sociales, con lo que descubre que la gente sabe mucho más de Jesús de lo que ella pensaba) no le buscan y le quieren?”.
Tal cual. Sin anestesia. Porque así son los niños y porque, en muchas ocasiones, ellos son los que hacen las preguntas verdaderamente trascendentes. Parece un sinsentido, y efectivamente, en un sentido trascendente y absoluto, valga la repetición, lo es. Pero hay razones ocultas -o no tan ocultas- tras esas reacciones “incomprensibles” frente al amor de Dios y Su entrega.
Seríamos unos ingenuos si esperáramos que Jesús produjera las mismas reacciones en todo el mundo, y más ingenuos aún si esperáramos que todo el mundo le amara, le aclamara como Rey, o rindiera sus vidas para que Él hiciera con ellas lo que quisiera (nada malo, por cierto, cuando ha estado dispuesto a dar Su vida por nosotros).
Pero así somos nosotros: reaccionamos con miedo ante los que nos hacen bien, porque el bien tiene un potencial y un peso en las vidas de las personas que verdaderamente asusta. Y, principalmente, por dos razones: porque no lo entendemos, no estamos acostumbrados, y porque nos compromete.
Son muchas las personas que en los evangelios quedan retratadas por sus reacciones de miedo. Nosotros mismos hubiéramos quedado también retratados si hubiéramos vivido aquella época con Jesús. Nuestras reacciones hubieran sido las mismas o muy similares, y explorar en sus vidas no es más que una herramienta para poder explorar en las nuestras. Pero lo que subyace a cada uno de esos miedos no es siempre lo mismo.
El evangelio de Marcos hace dos relatos muy próximos en el tiempo que ponen el ojo y la atención en varias reacciones de pánico, cada una de ellas por diversas razones. Jesús crea miedo en varios de los personajes reflejados en esas historias por motivos distintos. Y ese miedo significa también cosas muy diferentes en cada caso.
Ambas historias se dan alrededor de un lago, para pasar “al otro lado” después de un día duro de trabajo para Jesús y los Suyos, rodeados de la multitud… (Mr. 4:35-5:20)
Así resulta ser, tal como yo lo veo, que las reacciones de las personas no han cambiado demasiado con el paso del tiempo, de los siglos o los milenios…
Jesús no forzó a nadie, como no nos fuerza a nosotros hoy. Más bien marchó, pero no dejó a aquellas personas a su suerte, sino que les mostró Su misericordia mandando de vuelta al que había sido endemoniado con un corazón y vida regenerados, de forma que pudiera compartir con ellos las bondades y maravillas de lo que el Señor había hecho con él. ¡Qué torpes somos a menudo al rechazar lo que de bueno el Señor quiere darnos, simplemente para conformarnos con migajas!
Todos los miedos no son iguales… pero el amor de Jesús entonces y ahora sigue siendo el mismo, profundo, desde la cercanía y desde la distancia, procurando alcanzarnos a pesar nuestro, a pesar de nuestras esclavitudes voluntarias… a pesar de los miedos que no son verdadero miedo, sino otra forma cualquiera de rechazo disfrazado ante una bondad que no comprendemos.
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