La propuesta de Lutero muy rápido tuvo buena recepción y seguidores en distintos estamentos de la sociedad.
Para Jael de la Luz
Las mujeres tuvieron distintas actitudes hacia la Reforma protestante. La obra de Kirsi Stjerna (Women and the Reformation, Blackwell Publishing, Oxford, 2009), cuya reseña inicié la semana pasada, demuestra que hubo respuestas diferenciadas, y en ocasiones contrapuestas, por parte de mujeres que tenían distintas formaciones y trasfondos.
En el primer capítulo de la obra (“Prophets, Visionaries, and Martyrs Ursula Jost and her Publisher Margarethe Prüs”), Stejerna hace una serie de preguntas y no presuposiciones sobre los efectos de la Reforma en el conjunto femenino. Es así que cuestiona: ¿ofreció la Reforma a las mujeres nuevas posibilidades en el rol de liderazgo religioso, así como posibilitó expresar su voz teológica en público, o limitó sus opciones? ¿Qué sucedió con las mujeres místicas y visionarias del mundo medieval? ¿Qué tan bien se aplicó en el caso de las mujeres el principio protestante del sacerdocio universal de los creyentes? ¿La teología protestante y los cambios eclesiásticos que produjo promovieron la igualdad espiritual y emancipación de todos, incluidas las mujeres?
Los interrogantes anteriores tienen como inquietud valorar fácticamente lo sucedido con ideas y propuestas libertarias en el movimiento que desató Martín Lutero, y otros reformadores contemporáneos y posteriores a él. Porque una parte del abordaje a la Reforma tiene que ver con sus distintivos teológicos y desarrollos doctrinales, pero otra, y es de la que se ocupa en su libro Kirsi Stjerna, con las conductas personales y grupales de quienes se identificaron con la ruptura iniciada por Lutero.
Por una parte, se esperaría, que los principios de la justificación solo por fe, el sacerdocio universal de los creyentes y el acceso de todos y todas a la lectura e interpretación de la Biblia, tendrían como resultado lo que Stjerna llama “igualdad espiritual”. Muchas mujeres se unieron a la Reforma ávidamente y esperaban un mejor horizonte para ellas en cuanto a más espacios de participación. Los roles tradicionales femeninos continuaron, en términos generales, al irrumpir la Reforma y dar ella sus primeros pasos hacia la institucionalización. En este contexto hubo mujeres (y de algunas de ellas trata el libro) que se abrieron camino para “quebrar las reglas de género” entonces imperantes. Contra las reglas que limitaban “la actividad y voz teológica” de las mujeres, de todas maneras aquellas motivadas para hacerlo lograron por ellas mismas transformarse en maestras y líderes.
Una de las fuentes del éxito de las propuestas de Lutero fue que no nada más él estaba en desacuerdo con la jerarquía católica romana y sus excesos. Muy rápido tuvo buena recepción y seguidores en distintos estamentos de la sociedad. Una cabeza de playa fue el misticismo, considera Stjerna, que floreció en el cristianismo medieval como contraparte de la religión institucionalizada dominada por el clero. Por ello muchos de los místicos y místicas fueron laicos y mujeres cuyo misticismo les brindó la única posibilidad para tener autoridad religiosa, enseñar y predicar. Los monasterios y conventos, que proliferaron en los siglos XI al XV, proveyeron ambiente y estímulos a místicos y visionarios, un buen número de ellos y ellas se distinguieron como precursores de la Reforma protestante y la católica, sostiene la autora.
La investigación de Kirsi Stjerna se enfoca mayormente en mujeres que desarrollaron su liderazgo en los ámbitos de la Reforma magisterial. De todas maneras hace espacio para mujeres de la Reforma radical. Ella encuentra que en el anabautismo la “teología igualitaria” del derramamiento del Espíritu Santo y la creencia en una experiencia carismática permitió tanto a hombres como mujeres asumir el rol de profetas y les dio autoridad religiosa y voz pública. “El llamado del Espíritu”, que proveyó el fundamento al movimiento anabautista, anota Kirsi, fue radicalmente igualitario y personal, a la vez que guió a los personas a un compromiso comunitario.
Las mujeres anabautistas dieron, menciona Stjerna, “un extraordinario testimonio”, algunas por escrito y la mayoría verbalmente. Cita el volumen compilado en 1660 por el pastor menonita holandés Thieleman J. van Braght (cuya traducción al inglés se titula Martyrs Mirror y tiene casi 1200 páginas), donde se incluyen casos de 278 mujeres, un tercio del total de quienes sufrieron la pena muerte, que fueron llevadas a la hoguera, ahogadas, estranguladas por causa de su fe. Otra fuente menciona que durante el siglo XVI “En regiones de Europa donde la persecución fue más cruenta, y en determinados periodos de tiempo, las mujeres anabautistas ejecutadas representaron el 40 por ciento” del total de martirizados (C. Arnold Snyder y Linda A. Huebert (Profiles of Anabaptist Women: Sixteenth-Century Reforming Pioneers, Wilfrid Laurier University Press, 1996, séptima reimpresión 2008, p. 12).
Como integrantes de un movimiento gestado desde abajo de la sociedad, las mujeres anabautistas padecieron una triple marginación. La primera por ser mayoritariamente pobres. La segunda por ser mujeres en una sociedad dominada por el patriarcado. La tercera por haber elegido identificarse con una “secta perniciosa”, demonizada por las autoridades religiosa y políticas.
Después Stjerna particulariza en el caso de dos mujeres anabautistas de Estrasburgo, Úrsula Jost y Margarethe Prüs. Sobre la gesta de ambas me ocuparé en la siguiente entrega de esta serie.
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