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Anclas en la tormenta (Parte 4)
 

El poder de Dios

Dios me sostiene con su poderosa mano derecha mientras camino por la senda de la vida.

INTIMIDAD CON DIOS AUTOR Fernando Plou 22 DE OCTUBRE DE 2016 16:50 h

La cuarta verdad que conocemos es que el poder de Dios está actuando en la dificultad. Un amigo mío tiene un automóvil con un motor maravilloso. Cuando nos detenemos ante una luz roja y esperamos que cambie, tengo ganas de decirle, “Enciende el motor”. Funciona tan silenciosamente que no emite vibración ni ruido alguno. Si yo tuviera un automóvil así, probablemente rompería diez docenas de motores de arranque pensando que había dejado de funcionar. Si no fuera por el tacómetro que marca las RPM, se podría pensar que el motor está apagado. 



La mayor parte del tiempo no notamos que el poder de Dios está actuando para solucionar nuestra dificultad. Algunas veces, vemos muy poca evidencia de su obra, pero su poder está actuando intensamente al menos en tres dimensiones. 



El poder de Dios para sacar lo bueno de lo malo. La primera dimensión es la afirmación de Romanos 8:28 donde se nos asegura que el poder de Dios transforma lo malo en algo bueno. Es su capacidad fenomenal para tomar las peores circunstancias posibles, transformarlas y, al final, sacar lo bueno de algo terrible. 



Si alguna vez te se sientes realmente decepcionado o desanimado, lee la historia de José en Génesis 37–50. Traicionado por las personas más cercanas, su propia familia, fue vendido a Egipto como esclavo. Tras alcanzar una posición de influencia en la casa de Potifar, José enfrentaba a diario los esfuerzos por seducirlo de parte de la esposa del gobernante. 



Los egipcios se enorgullecían de tener esposas bellas y sensuales. Sin duda alguna, Potifar, uno de los principales burócratas del país, tenía una esposa bastante espectacular. Debido a su trabajo, él pasaba gran parte del tiempo fuera de casa, así que probablemente ella estaba sola. José, que era joven y fuerte, administraba la casa diariamente. Un día, ella lo quiere sujetar y él huye. Dios mira a José y dice, “Bien hecho, José. ¡Eres el tipo de hombre que me agrada!”. Pero lo castigan con tres años de cárcel. Nadie se acuerda de él durante todo ese tiempo. (Es probable que, en el transcurso de esos años, Dios haya estado eliminando la arrogancia de la vida de José). Entonces, a su tiempo, el Señor libra a José y lo eleva a la segunda posición más importante en el imperio. 



En el país había una hambruna y sus hermanos traicioneros acudieron a él en busca de alimento. Ahora sus vidas estaban en manos de José. Con el tiempo, su padre, que se había trasladado a Egipto, muere, y los hermanos temían que José se vengara matándolos (Génesis 50:15). Se presentaron humillados ante él, solo para escucharle decir, “No temáis; ¿acaso estoy yo en lugar de Dios? Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo” (vv. 19-20). Dios había usado su poder para convertir en algo bueno los peores momentos de la vida de José. 



Esta capacidad de Dios de sacar lo bueno de lo malo quedó demostrada en la cruz. ¿Hubo acaso algún momento en la historia de la humanidad que fuera más atroz, injusto y personalmente angustiante que cuando el Hijo de Dios fue colgado como un criminal? Todo el infierno se regocijó por tres días. Satanás había prevalecido, había exterminado al Hijo victorioso. Entonces Dios convirtió aquello increíblemente malo en algo maravillosamente bueno: la redención del pecado. El infierno fue derrotado y venció el cielo. 



Desafortunadamente, a veces no estamos dispuestos a esperar pacientemente y nos entrometemos intentando tomar el proyecto en nuestras propias manos; y, mientras Dios trata de hacer su buena obra, nosotros estamos aquí abajo arruinando su proyecto al reaccionar con venganza, amargura y otras respuestas contraproducentes. Debemos seguir las pisadas de Cristo, “el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente” (1 Pedro 2:22-23). 



El poder de dios para tratar con nuestros enemigos. El segundo tipo de poder que actúa en medio de la tribulación es el poder de Dios para lidiar con nuestros enemigos. José les dijo a sus hermanos, “¿Acaso estoy yo en lugar de Dios? (Génesis 50:19). Esta es una pregunta muy importante. Romanos 12:17 indica lo siguiente: “No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres”. Esta maravillosa verdad quedó demostrada cuando José admitió que no era asunto suyo desquitarse con sus hermanos porque Dios es quien aplica la justicia. Experimentamos liberación emocional de nuestros enemigos cuando decimos, “Dios, es asunto tuyo. Ocúpate de ellos”. Entonces quedamos liberados para ser como Dios y, a su vez, amar a nuestros enemigos. Romanos 12:19-21 dice: 



No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal. 



Es liberador saber que Dios se ocupa de aquellos que causan tribulaciones en mi vida. Esto, a su vez, me da libertad para amarlos. Jesús dijo: 



Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros herma- nos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto (Mateo 5:43-48). 



Una vez más, el problema es que nos entrometemos. Dios no nos ha equipado ni nos ha dado capacidad para aplicar justicia y venganza a nuestros enemigos. Por esta razón, las cosas siempre se estropean cuando lo intentamos. Él es el único que tiene ese derecho y el poder y la sabiduría para hacerlo bien. 



Nunca olvidaré a una mujer mayor que se acercó a mi oficina y acaloradamente arrojó una larga lista de quejas sobre su marido. Le pregunté cuántos años llevaban de casados. Eran más de cuarenta. Jamás en la vida aconsejé a nadie que dejara su hogar, ni jamás lo haría, pero, como ella seguía hablando sin parar de lo desdichada que era, finalmente le dije: “¿Por qué ha vivido tanto tiempo con él si es tan malo? ¿Jamás pensó en irse? No se lo estoy aconsejando, pero me gustaría saber su opinión”. 



Ella me dijo, “¡Oh, no! Nunca le pondría fin a este matrimonio”. 



Pensé que era una actitud honorable hasta que continuó hablando. Era evidente que odiaba tanto a su esposo que el terminar con el matrimonio habría significado no atormentarlo más. Para ella, esa era la razón de quedarse. ¿Por qué querría renunciar a la oportunidad de hacer trizas a su enemigo todo el tiempo? 



Dios nos ha llamado a actuar de una manera mejor. En medio de la tribulación, podemos contar con el poder de Dios para lidiar con aquellos que están en contra de nosotros. Entonces tenemos libertad para ser como nuestro Padre celestial, libertad para bendecir a los que nos maldicen, orar por los que nos usan maliciosamente y amar a nuestros enemigos porque, al final, el poder de Dios lidiará de manera justa con ellos. 



El poder de Dios para sostenernos. El tercer tipo de poder con que podemos contar se encuentra en 2 Corintios 4:7-9: “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros, que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, más no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos”. 



Me encanta saber que Dios valora lo precioso de mi ser. Aunque me encuentre al límite, Él, en su maravilloso y soberano poder, siempre me mantendrá sano y salvo mientras yo reaccione de manera apropiada ante Él y la prueba. 



A menudo, el salmista dice que Dios nos sostiene con su mano derecha. La “diestra de Dios” es una metáfora del Antiguo Testamento para referirse a la fortaleza. Piensa cuando uno le da la mano a un niño que está caminando. No sé qué sucede, pero, de alguna manera el niño que está caminando junto a ti de repente comienza a volar sin razón alguna. Sin embargo, aunque el niño pierda el equilibrio y corra peligro de caerse, tu fuerza impide que caiga y se destruya.



¡Qué cuadro tan maravilloso! Dios me sostiene con su poderosa mano derecha mientras camino por la senda de la vida. Si tropiezo y mis dos pies pierden el equilibrio, todo está bien porque Él me sostiene. En última instancia, podemos contar con que, en definitiva, su poder nos protegerá y nos guardará de la destrucción total. 



(Continuaremos en próximos artículos.)


 

 


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