Juan de Patmos deja entrever que los cristianos que solamente están dando su lealtad a Cristo van a sufrir ostracismo y, en algunos casos, pagar con la vida.
El libro de Apocalipsis refleja el trasfondo de la persecución contra el pueblo cristiano. No fue prohijado en la etapa persecutoria más dura, sin embargo Juan de Patmos deja entrever que los cristianos y cristianas que solamente están dando su lealtad a Cristo van a sufrir ostracismo y, en algunos casos, pagar con la vida por no rendirse ante el César en turno y sus símbolos.
El libro de Nelson Kraybill (Apocalipsis y lealtad: culto, política y devoción en el libro de Apocalipsis), cuyo comentario iniciamos la semana pasada, acota que Juan posiblemente estaba exiliado en la Isla de Patmos como consecuencia de “haber proclamado la palabra de Dios y por haber dado testimonio de Jesús” (Apocalipsis 1:9, La Palabra). Habría sido enviado por negarse a reconocer la supremacía imperial y no venerar al emperador romano Domiciano.
Juan, al presentarse como hermano (1:9), estaba recordando a los destinatarios originales que en situaciones de orfandad y desamparo en que dejaban las familias o grupos sociales a los cristianos por ir a contracorriente de los convencionalismos sociales, políticos y religiosos, anota Kraybill, eran parte de un entramado afectivo y solidario que les protegería: “Los súbditos romanos a veces se desatendían de los miembros de la familia que adoptaban el cristianismo, y los creyentes podían perder su puesto de trabajo por su fe. Era una necesidad práctica que los seguidores de Jesús funcionasen como hermanas y hermanos entre sí. El propio Jesús, cuando le preguntaron acerca de su familia, pareció restar importancia a la sangre y hallar su parentesco más estrecho con aquellos que compartían su pasión por la obediencia a Dios (Marcos 3:31-35)”.
En cuanto al imaginario que recorre el Apocalipsis, el autor de la obra que estamos glosando observa que Juan manejaba el hebreo y conocía bien el Antiguo Testamento. De éste libro no hay en el Apocalipsis citas directas, pero Juan refiere a su contenido más de cuatrocientas ocasiones. Ante esto es ineludible saber el significado veterotestamentario original de lo evocado por Juan y las transposiciones que hace en el último libro de la Biblia que para sus lectores originales tenían cargas de sentido muy específicas.
La escritura de Juan fue situada, es decir realizada desde un contexto social, político, religioso, intelectual y emocional que no podemos, ni debemos, desconocer. En consecuencia, Nelson Kraybill nos invita a que nos acerquemos al Apocalipsis de Juan leyéndolo holísticamente, con todo el ser, porque: “Está escrito para oírlo leer, pero el drama que cuenta involucra los cinco sentidos tradicionales. Juan ve chispazos de relámpagos, oye el sonido de muchas aguas, adora a Dios en medio de una nube de incienso, siente la cercanía de un calor abrasador y se come un rollo de escritura que sabe a miel. El Apocalipsis es un drama de inmersión total, pensado para experimentar, más que para analizar. Sigue teniendo interés hoy para nosotros leer el libro en voz alta, de vez en cuando entero de corrido, sin parar. Tenemos que poder sentir cómo fluye, absorber la agonía y el júbilo, tomar nota de los periodos de silencio, oler el incienso, postrarnos en adoración”.
Una herramienta a la que recurre Kraybill para desentrañar el significado de las imágenes del Apocalipsis es la semiótica, disciplina que estudia cómo funcionan los signos en las sociedades. Hay signos universales, pero es un craso error transportar el significado de un cierto signo usado en una determinada época y cultura humana hacia otra época y sitio, pretendiendo que va a significar lo mismo que en su contexto original.
En el Apocalipsis hay íconos, indicadores y símbolos. Los primeros “son signos que comunican por tener un parecido reconocible al objeto o la idea que representan”. Kraybill ejemplifica, para que comprendamos lo que es un ícono, con la ilustración de un bote de basura (papelera de reciclaje) que aparece en la pantalla de la computadora/ordenador donde podemos deshacernos de documentos que deseamos desechar. También es un ícono la línea sinuosa de una señal de tráfico, advierte de varias curvas en el tramo vial/carretero de más adelante.
En cuanto a los indicadores, éstos son señales que comunican porque se ven afectados o cambiados por el propio fenómeno que indican. Por ejemplo: “La veleta cambia materialmente de dirección según de donde sopla el viento; las manchas de sangre en el lugar de un crimen dan evidencia de lo que sucedió. Tanto el cambio de dirección de la veleta como las manchas de sangre vienen causadas por las circunstancias sobre las que comunican”.
Respecto a los símbolos, los elementos más problemáticos en la lectura del Apocalipsis, su construcción cultural les convierte en señales que “comunican sencillamente porque los que los usan en un grupo o una cultura determinada, han acordado que tengan ese significado arbitrario”. En algún momento alguien decidió que la luz roja de los semáforos signifique alto, y la luz verde continuar avanzando. Entre los cristianos primitivos el símbolo del pez funcionó como clave para reconocerse entre ellos.
Por deshistorizar los símbolos que aparecen en el Apocalipsis, su lectura ha llevado a temeridades hermenéuticas de consecuencias trágicas. Es por ello que Kraybill nos provee de ciertas preguntas que debemos tener presentes en el acercamiento a este libro: “Son los símbolos del Apocalipsis lo que más se presta a despistar al lector moderno. Por cuanto nuestra cultura dista de la del mundo de la antigüedad donde esos símbolos tenían su significado concreto. Para descubrir el mensaje de la visión de Juan, tendremos que preguntar qué simbolizaban esos símbolos en el siglo I. ¿Tiene el símbolo algún antecedente en el Antiguo Testamento? ¿En el pensamiento judío o pagano de la propia época de Juan? ¿En las prácticas del Imperio Romano, como el culto al emperador? Si no hiciéramos esas preguntas, sería fácil atribuir a los símbolos que emplea Juan un significado que difiere de su mensaje”.
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