El quid de la cuestión es orar continuamente y aplicarnos en esta santa práctica porque, en definitiva, a orar se aprende orando en todo tiempo
La oración es una práctica muy importante para el creyente en su experiencia espiritual. La exhortación paulina de “orad sin cesar”, sin duda alguna, se está refiriendo a una actitud continua y generalizada de oración en nuestro diario vivir (1ª Tesalonicenses 5:17).
Pero veamos las diferentes maneras de orar sin cesar, por ejemplo, una de ellas es la oración intencional en sus más variados aspectos. Este tipo de oración más consciente requiere un cierto recogimiento personal. Otra forma de orar es la oración conversacional que viene a ser algo así como una oración coloquial en diversas situaciones cotidianas de nuestra vida, siempre de forma verbalizada.
Ocasionalmente también podemos orar con la mente, tal como lo hizo Nehemías ante Artajerjes cuando le dijo el rey: ¿Qué cosa pides? Entonces, (relata Nehemías) oré al Dios de los cielos (Nehemías 2:4). Obviamente no lo hizo de forma visible ante el rey, sino que fue una súplica mental instantánea en ferviente oración, para saber qué responder en una propuesta tan importante, a la vez que sorprendente.
Otra de las formas de oración es la súplica acompañada de ayuno, bien sea este total o parcial; quizás esta sea uno de los tipos de oración más intenso, por la decisión voluntaria de la abstinencia de alimentos para entregarse por completo a la oración intercesora.
Sobre la vida de oración del creyente, creo que ya se ha escrito casi todo lo sabido y por saber, pero tampoco podemos pasarnos la vida leyendo acerca de todos los secretos de la oración y asistiendo a congresos y seminarios, cuando el quid de la cuestión es orar continuamente y aplicarnos en esta santa práctica porque, en definitiva, a orar se aprende orando en todo tiempo, con toda oración y súplica en el Espíritu (Efesios 6:18).
Lo asombroso de la oración que nos conecta con nuestro Padre Celestial es que Él media su gracia a través de ella, por un designio soberano del mismo Dios. Esto queda claramente demostrado, una vez más, en la referencia de Santiago a Elías que, siendo un hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto (Santiago 5: 17-18).
Los aspectos que venimos considerando sobre la oración son realmente maravillosos, pero también nos atribuyen una gran responsabilidad al ser coparticipes de cambios milagrosos en nuestra vida y en la vida de muchas más personas que se van a beneficiar de nuestra oración suplicante.
Jesús en particular y todos los autores del Nuevo Testamento hablaron mucho sobre la necesidad de orar siempre y no desmayar (Lucas 18:1). Nuestra sincera reflexión personal acerca de este tema debiera ser por qué oramos tan poco, en general.
Esta santa disciplina de la oración tiene que convertirse en uno de los hábitos más urgentes para los cristianos de nuestra generación. Ahora más que nunca necesitamos orar sin cesar, debido a la multitud de peligros y situaciones complejas que se están produciendo en nuestro mundo actual. Necesitamos a toda costa depender del Espíritu Santo constantemente para no sucumbir ante las múltiples trampas y asechanzas de nuestro adversario el diablo.
Orar no es solo una cuestión de supervivencia espiritual personal y familiar, sino también es una cuestión de nuestra necesaria dependencia del Señor. Ciertamente podríamos hablar del poder de la oración y de cómo aprender a orar conforme a la voluntad de Dios, pero lo realmente urgente e importante en estos tiempos que estamos viviendo es la necesidad que tenemos de orar sin cesar hoy, aquí y ahora, más que nunca.
Finalmente quiero lanzar esta llamada escatológica a la oración, de la boca del mismo Señor Jesús: “Mas velad en todo tiempo, orando para que tengáis fuerza para escapar de todas estas cosas que están por suceder, y podáis estar en pie delante del Hijo del Hombre.” (Lucas 21:36).
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