La deshumanización a la que estamos asistiendo en el mundo entero, tiene que ver con la falta de compasión y misericordia hacia nuestros semejantes.
Vivimos en un mundo cada vez más inmisericorde, un mundo donde el amor de muchos se está enfriando como preconizaba el mismo Señor Jesús.
El amor a la gente, en el sentido más filial, se está perdiendo a marchas forzadas; incluso el amor a la naturaleza, en el sentido más ecológico, también está perdiendo interés. Ya no hablemos del aumento de la maldad en el mundo actual, como son las redes de tráfico de personas y las organizaciones criminales de todo tipo, que no son pocas. Hoy como nunca antes nos encontramos ante un imponente avance de la inmoralidad y la corrupción en todos los ámbitos sociales.
La malicia se está socializando a través de los medios audiovisuales (con juegos y programas perversamente violentos) y la perversidad y crueldad humanas aparecen ante nosotros con rostros más sofisticados que frivolizan nuestros sentimientos primarios, afectando muy especialmente a nuestros adolescentes. Y qué decir sobre la falta de compasión ante la catástrofe humanitaria que estamos viviendo en nuestro mismo continente europeo con la desesperada huida de millares de inmigrantes de la guerra y de un futuro más que sombrío para ellos y sus hijos.
Los intereses económicos y políticos prevalecen ante el sufrimiento humano que hace que millares naufraguen ante nuestras costas, siendo tragados por el inestable y peligroso Neptuno, dios de los mares, que acaba con muchas de estas pobres gentes que huyen a la desesperada de unos y de otros. La deshumanización a la que estamos asistiendo en el mundo entero tiene que ver con la falta de compasión y misericordia hacia nuestros semejantes y esto nos conduce hacia una sociedad sin alma, cada vez más egocéntrica.
El significado de la palabra compasión es: Sentimiento de tristeza que produce el ver padecer a alguien y que impulsa a aliviar su dolor o sufrimiento, a remediarlo o a evitarlo. Una de las escenas que más me fascinan del propio Jesús es esta:Y viendo las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban angustiadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor (Mateo 9:34).
Jesús es el buen samaritano que no escatima esfuerzos para socorrer al desvalido y a todos aquellos que, de una u otra forma, están sufriendo vejaciones, abandonos, hambre y miseria; porque Jesús ama a la gente y nos recuerda acerca de los que sufren con estas palabras: De cierto os digo que en cuanto ayudasteis a uno de mis hermanos más pequeños, a mí me ayudasteis.
La compasión tiene que estar latiendo en un corazón renacido, los hijos de Dios somos las manos y los pies de Jesús en este mundo para ayudar a los pobres, a los tristes, a los que sufren y a todo aquel que necesite nuestra ayuda inmediata. Como diría el sabio de la antiguedad: Todo lo que tu mano halle para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque no hay actividad ni propósito ni conocimiento ni sabiduría en el Seol adonde vas (Eclesiastés 9:10).
Es el aquí y ahora donde somos puestos a prueba en cuanto a la acción de ayuda al necesitado. La compasión de Jesús nos constriñe y nos empuja a amar a la gente demostrativamente, porque obras son amores y no buenas razones. Las palabras de Jesús en el juicio de las naciones me estremecen y me hacen pensar en qué grupo estaremos finalmente:
Entonces dirá también a los de su izquierda: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno que ha sido preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber; fui forastero y no me recibisteis; estaba desnudo y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis”. Entonces ellos también responderán, diciendo: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, o como forastero, o desnudo, o enfermo, o en la cárcel, y no te servimos?” Él entonces les responderá, diciendo: “En verdad os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de los más pequeños de estos, tampoco a mí lo hicisteis...” (Mateo 25: 41-45).
Por supuesto que no es el temor lo que nos lleva a movilizarnos en cuanto a la compasión se refiere, sino el amor de Jesús que es incondicional hacia todos los hombres y mujeres, sean quienes sean estos.
Quizás no tengas demasiado lejos de ti a alguien que te necesita, posiblemente un vecino en tu misma calle, barrio o ciudad donde vives. Pídele a Dios que te dé un corazón compasivo y misericordioso para todos y verás cómo la eudokia, el agrado de Dios, viene sobre ti cual Abel.
Por tanto, seamos compasivos como nuestro Dios es compasivo y misericordioso (Lucas 6:36; 1ª Pedro 3:8; Colosenses 1:10).
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