El papa Francisco tiene ante sí el dilema de llevar a efecto medidas que, por ejemplo, terminen con las conductas obispales principescas que ha denunciado.
La recientemente concluida gira del papa Francisco a México estuvo llena de discursos. Habló dentro y fuera de los templos, a distintos auditorios y lo dicho por él ha sido analizado desde distintas perspectivas. Faltó, a mi parecer, contrastar lo externado verbalmente por el dirigente de la Iglesia católica romana con acciones implementadas por él para remediar los males que señaló.
Las palabras y conceptos del papa Francisco fueron tajantes y sobran quienes las han interpretado como un regaño a los obispos del país. El sábado 13, en la Catedral Metropolitana el líder de la Iglesia católica romana hizo una larga exposición sobre lo que deben evitar los dirigentes eclesiásticos, y también subrayó cuál debería ser la forma de ejercer su ministerio.
La audiencia del papa estuvo compuesta por obispos, arzobispos y cardenales. Demandó de ellos mayor cercanía al pueblo católico, dijo que la institución “no necesita príncipes, sino una comunidad de testigos del Señor”. Esto suena bien, nada más que la mera existencia de una cúpula clerical como la que lo estaba escuchando es una negación del principio que, supuestamente, quiere impulsar Francisco: o sea, una Iglesia católica en la que el llamado laicado tenga funciones preponderantes en la vida cotidiana de la institución.
En un símil monárquico, a los cardenales desde siempre se les ha conocido como príncipes de la Iglesia y, en consecuencia, el papa en turno es el rey de la comunidad eclesial. Unos y otro son parte clave del verticalismo de la institución, y esa verticalidad es una forma organizativa que en mucho anula la participación de la feligresía en la vida y accionar del catolicismo. El clericalismo es lo opuesto a la participación horizontal aparentemente deseada por Francisco, la que llama “una comunidad de testigos del Señor”. La corte eclesial principesca inhibe la comunidad imaginada por el papa. ¿Qué medidas sólidas tomará el obispo de Roma con el fin de cesar el control eclesial autoritario que ejercen cardenales, arzobispos y obispos?
Entre los connotados que escucharon a Francisco estaba el cardenal primado de México, Norberto Rivera Carrera. No solamente escuchó a su dirigente, sino que en varias ocasiones el cardenal Rivera acompañó a Francisco en largos recorridos por la capital del país cómodamente sentado en el papamóvil. Norberto Carrera fue el anfitrión en el encuentro del papa con la jerarquía católica mexicana, y tuvo a su cargo palabras de bienvenida que los interesados pueden leer en el Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México (http://www.siame.mx/apps/info/p/?a=14484&z=32).
El cardenal Norberto Rivera Carrera es uno de los altos funcionarios eclesiásticos que mejor encarna la opción preferencial por los ricos y poderosos. En tal compromiso ha tenido excelentes compañeros de ruta, como el cardenal Juan Sandoval Íñiguez, y el obispo Onésimo Cepeda Silva, ambos ya retirados por haber cumplido la edad obligatoria para jubilarse como eclesiástico en la Iglesia católica. Rivera, Sandoval y Cepeda conformaron el trío clerical que defendió denodadamente al fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel Degollado, el pederasta serial cuyos abusos sexuales de infantes fueron descubiertos públicamente gracias a que sus denunciantes encontraron medios periodísticos que publicaron y dieron seguimiento a las denuncias. La edad límite de 75 años la cumplirá Norberto Rivera en el 2017. ¿Le permitirá Francisco retirarse apaciblemente, o por todos los escándalos que ha protagonizado lo va a remover del cargo? Por lo pronto lo dejó aparecer a su lado en varios recorridos y actos en la ciudad de México.
Francisco soltó a su selecta audiencia clerical lo siguiente: “No se dejen corromper por el materialismo trivial ni por las ilusiones seductoras de los acuerdos debajo de la mesa; no pongan su confianza en los ‘carros y caballos’ de los faraones actuales, porque nuestra fuerza es la ‘columna de fuego’ que rompe dividiendo en dos las marejadas del mar, sin hacer grande rumor". Aquí recurrió a imágenes del libro bíblico de Éxodo. La cuestión es que mientras descalificaba las estratagemas faraónicas para seducir a los altos ministros católicos, ha sido la clase conformada por neo faraones (políticos y empresariales) la que hizo posible su visita a México. Millares de anuncios espectaculares, fijados por doquier, así como las inserciones radiofónicas y televisivas en las que los patrocinadores hicieron ostentación dejaron plena constancia de quiénes financiaron el viaje pastoral de Francisco.
El papa Francisco pidió a los obispos que tengan “una mirada limpia, de alma transparente y de rostro luminoso”, y agregó: “no tengan miedo a la transparencia. La Iglesia no necesita de la oscuridad para trabajar”. Precisamente lo que ha faltado para dilucidar uno de los flagelos que ha hecho víctimas a cientos de infantes mexicanos es transparencia por parte de la institución presidida por Francisco. Se trata de la pederastia clerical, de la que se conocen y se ha documentado en el país más de 500 casos, de acuerdo con el ex sacerdote católico Alberto Athié, quien afirma que “México tiene los pederastas más crueles de la Iglesia” (http://www.sinembargo.mx/11-02-2016/1618426). Athié sostiene, atinadamente, que el encubrimiento a los curas pederastas es un problema sistémico que requiere acciones concretas para confrontarlo, y no solamente discursos que lo reprueban.
En el vuelo de regreso a Roma, el papa Francisco dio una conferencia de prensa y subrayó: "un obispo que cambia un sacerdote de parroquia cuando se detecta una pederastia es un inconsciente y lo mejor que puede hacer es presentar la renuncia, ¿clarito?" (http://www.jornada.unam.mx/ultimas/2016/02/18/reconoce-el-papa-a-benedicto-xvi-por-luchar-201csolo201d-contra-maciel-4839.html) ¿Y si no renuncia? ¿Acaso no le compete al papa remover al obispo encubridor? Lo conducente sería destituir a quien ha protegido a los abusadores sexuales de infantes, y poner a disposición de las autoridades civiles a la persona que cometió un delito para que sea procesada judicialmente.
El papa Francisco tiene ante sí el dilema de llevar a efecto medidas que, por ejemplo, terminen con las conductas obispales principescas que ha denunciado. No basta que él tenga un estilo personal de ejercer el papado de manera austera. Es bien sabido que ha decidido vivir en el Vaticano en un sencillo departamento, que tiene pocos asistentes y es reacio a usar vestimentas tan rimbombantes como las de su predecesor, Benedicto XVI. Ahora es tiempo de pasar de los exhortos a ejercer la voluntad de cambios que necesita una institución anquilosada y, como ha reconocido el propio Francisco, alejada de las necesidades de la gente. Él tiene los recursos para desatar los cambios necesarios, lo que sigue es la voluntad de hacerlos y dotar a esa voluntad de mecanismos que hagan viable la transformación. ¿Lo hará? Porque si no lo hace todo quedará en buenos deseos y exhortos cuyos receptores son oídos sordos.
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