La intolerancia frente a la verdad no me sorprende fuera de la iglesia pero ¿dentro?… Esto me ha hecho pensar en las razones que favorece esta ausencia de honestidad en nuestra reflexión.
¡Estoy preocupado! Lo confieso.
Los retos a los que nos enfrentamos los cristianos evangélicos en España no dejan de crecer y crecer. Numerosas dificultades de diversa índole se acumulan a las puertas de nuestra fe. Cuestiones de moralidad, legalidad, espiritualidad, etc. exigen de nosotros una honesta y profunda reflexión bíblica y teológica. Tenemos mucho trabajo por delante.
Sin embargo, nada de esto es lo que me preocupa. De hecho, los retos, pruebas y situaciones que exigen más de la iglesia son una oportunidad para aprender, para pensar y meditar más y mejor, para conocer el corazón de Jesús y expresarlo a los demás en medio de las circunstancias y coyunturas particulares que nos envuelven.
Lo que me tiene preocupado es el clima creciente de intolerancia y falta de reflexión que se está instalando poco a poco en las iglesias evangélicas (vaya usted a saber dónde ha quedado el principio protestante, véase el artículo de Juan Stam "Sola Scritura, libertad del dogmatismo" .
La intolerancia frente a la verdad no me sorprende fuera de la iglesia pero ¿dentro?… Esto me ha llevado a pensar un poco en las razones que están favoreciendo esta ausencia de honestidad en nuestra reflexión, ante nuestra íntima conciencia, en nuestra expresión pública de pensamiento y, por supuesto, en nuestras comunidades de fe.
La primera y más alarmante razón es la relativización de la Palabra de Dios. Resulta casi comprensible que, siguiendo la tendencia social de desoír cualquier voz que históricamente haya supuesto una autoridad en el pasado, también le haya llegado su turno a la voz de Dios –esto no es algo nuevo en la sociedad- ¡Lo me sorprende es la magnitud que está adquiriendo dentro de la iglesia!
¿Qué nos ha traído hasta aquí? Razones filosóficas, históricas y sociales como las culturas modernista y postmodernista, un creciente y beligerante laicismo, falta de estudio y, por consiguiente, de conocimiento hondo de la Palabra de Dios y, por consiguiente, de amor por Dios (esto tampoco es nuevo, véase Oseas 4:6) etcétera.
Donde se desatiende la voz de Dios, cada cuál es dueño de sus ideas, estas nos gobiernan y ya no lo hace Dios. No hay dependencia de la Palabra ni autoridad objetiva, verdad o guía fiable que oriente a quien desea someterse a Dios con integridad. Creo firmemente que una iglesia fiel a la Palabra de Dios es una iglesia libre de dogmatismos.
Una segunda razón que disipa la reflexión bíblica y teológica sana son los intereses personales –por definición ajenos a los intereses de Dios y su Reino-.
Aquí quiero realizar dos recordatorios importantes:
Por un lado, es vital recordar que en las iglesias hay falsos maestros. Más de los que queremos reconocer. Ellos están ahí, con sus agendas ocultas, sus deseos de sacar partido, tajada, dinero, poder, prestigio... Con nuestra mal comprendida bondad y nuestra falta de diligencia y seriedad a la hora de tomar decisiones espirituales sobre el liderazgo resultamos un feudo asequible para inseguros en busca de afirmación personal, frustrados y heridos en busca de poder, inmaduros en busca de valor, identidad y aceptación, entre otra fauna y flora que en ocasiones encontramos en nuestras iglesias. Y con la carencia de pastores que hay en algunos sectores de la iglesia española, me temo que esta tendencia pueda crecer aún más y se nos vaya de las manos. Siempre ha habido falsos cristianos, trigo y cizaña entremezclados, no vamos a decir que resulta sencillo distinguirlos o saber cómo gestionar determinadas situaciones eclesiales. Requiere sabiduría, sensibilidad y prudencia. ¡Es tan difícil aprender en cabeza ajena! Y no digamos ya aprender del pasado, de la historia, de cabezas ajenas de otro tiempo...
Por otro lado, la segunda cosa a recordar tiene que ver con los cristianos inmaduros (aquí la cuestión va de "neófitos" y algunos que lo parecen a pesar de llevar muchos años en la iglesia) No se trata de malas intenciones sino de falta de madurez. El evangelio no ha llegado aún a formarse y Jesús no es el eje que mueve cada área de la vida. A menudo ostentan cargos, oficinas o micrófonos que los avalan como pastores, maestros, evangelistas, apóstoles y profetas frente a comunidades igualmente inmaduras. Hombres y mujeres que no han entendido en profundidad el corazón de Dios ni están imitando a su maestro Jesús en actitudes, servicio, humildad o pastoral. Refuerzan su liderazgo según los patrones de este mundo porque aún son carnales (liderazgo denunciado por Jesús en Mateo 20:25-28) Ignoran la Palabra, abusan de ella y aún abusan también del Espíritu Santo pretendiendo hacerle cómplice de sus opiniones y desvaríos bíblicos, unos mayores que otros. Todo esto insisto en que no requiere mala intención, sino ignorancia. No los disculpo, no los condeno. Lo denuncio.
Lógicamente, como toda comunidad que haya querido ser controlada por algún hombre o mujer en la historia de la humanidad, se propugna un pensamiento único y un dogmatismo fundamentalista, ambos disfrazados de unanimidad, respeto por la autoridad y otros buenos valores cristianos. Por debajo, una sutil coerción espiritual, una dejadez personal y comunitaria frente a la responsabilidad propia de conocer al Maestro y otras realidades varias que me desaniman con solo pensar en ellas.
Concluyendo, me parece que la ausencia de reflexión bíblica y teológica, la falta de diálogo, de foros apropiados para la discusión libre y responsable, los pensamientos únicos y la criminalización de la libertad de conciencia, de fe y de exclusiva autoridad de las Escrituras van todas de la mano. Si no podemos pensar con libertad, algo va muy mal en la iglesia. Falta humildad, honestidad y reconocimiento de la voz de Dios.
¿Qué puedo hacer yo?
En primer lugar, agradecer a los muchos maestros, pastores, profetas, apóstoles y evangelistas (e iglesias) fieles a la Palabra que en generaciones pasadas y hasta nuestros días han esparcido el evangelio por todo el territorio español. El testigo ha llegado al día de hoy por su tiempo, esfuerzo, testimonio, sabiduría y trayectoria siguiendo al Maestro.
En segundo lugar propongo: Acercarme a las Escrituras, profundizar en ellas con dedicación, anclando mi corazón y mi mente en la Verdad, dialogar y discutir con libertad desde ellas, dejar de criminalizar a las personas por sus ideas por descabelladas que sean y, por amor, reflexionar sobre los argumentos bíblicos, defender la libertad de conciencia y la verdad bíblica, oponerme a la mentira, el engaño y la manipulación… Todo ello con la actitud abierta, dialogante y humilde que veo en mi Maestro.
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